LA MECANIZACIÓN DEL CAMPO
(La llegada del tractor)
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A Timoteo Domínguez, desde
zagal labrador,
se le metió en la sesera, nadie
sabe la razón,
la idea más peregrina conocida en Aragón
pues, se trataba en esencia, de liberar a los machos
de la penosa tarea de
labrar campos en Son.
Ampró perras en la Caja, se compró
recio trator
y, una vez mecanizado a
lomos de un buen motor,
se encaminó hacia los campos y
comenzó la labor.
La cosecha de aquel año no
cabía en un cambrión
y para el año siguiente, se hizo
un silo de rondón.
Con tantas perras ganadas la
Fulgencia sugirió:
compraremos la nevera, una arradio...un reloj...
y, cuando lleguen las fiestas bailaremos rigodón.
Solía llegar al pueblo, de Teruel, un vendedor
que lo mismo te arreglaba una estufa que un tambor.
La Fulgencia le echó el alto, la furgoneta paró
y le preguntó a la dueña, de aquel: ¡alto!, la razón.
Alejandro (1), buen amigo, hazme la composición
Alejandro (1), buen amigo, hazme la composición
pa ponerme una cocina tan
maja como en Japón.
Preguntole aquí, Alejandro, preguntó con fruición,
con las perras que contaba para
tal composición.
Quiero nevera, butano, la campana de estración
y una arradio en todo l´alto pa oír el porrom pon pon.
También quiero lavadora horno
pa asar el capón
y quiero todos los trastos de más moderna invención.
Cuando llegó Timoteo a ver
la composición
le echó un ojo a la factura y maldijo al dorondón.
Esta mujer, ¡qué se cree…! la
hija de un faraón.
La ruina llega a esta casa sin ninguna remisión
pues, pa pagar estos “tarros” hay que vender el trator.
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(1) Alejandro, buen amigo, que vendía muchos electrodomésticos
en Son del Puerto.
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