Dibujo de Antonio Gimeno Gracia, en
Xiloca, julio de 1991
*
Este rostro de aradas milenarias, de volcán
apagado y sima ciega, son las huellas que dejaron las pisadas. Son agujas que
clavaron como estacas los olvidos, la distancia y esa voz que ahora, a menudo, lanza
gritos como madre; como fiera que desgarra y que desangra. Es la tierra turolense
que aún pervive y, sin remedio, ya se muere envuelta en cielo negro y agua
muerta. Ha pasado y ha pesado su
abnegado latir en tantos siglos de
abandono y de silencio. Madre mía y madre tuya, Teruel, cansada y vieja. Curtida al aire puro de los
páramos yertos, de los inviernos crudos. Mujer, patria nuestra de carbón, de
hierro, de plata, chopo y trigo puro cultivado en la ribera de los ríos. Despierta
al aire, al silbo del pastor entre los montes. Al olor de la sierle en las
majadas. Al romper de la hora en la callada tierra de Calanda. El silente Maestrazgo
aún navega, en las esquinas y en las torres milenarias. Y, la veleta, gime y ronca óxido y
voz de una tierra que retumba. Madre, Teruel. Patria y madre. Soporte y
fundamento de la vida. Alarga la agonía al infinito y más allá, pero… no mueras.
No nos dejes sangrando las entrañas y esperando otra vida que no es vida, si tu
mueres.