CAPERUCITA “LA JILOCANA” Y QUERCUS
FEROZ
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Había una vez, una niña que vivía en
un pueblecito perdido de un valle muy lejano, muy lejano. A la niña le llamaban
sus vecinos Caperucita “la Jilocana” porque, el valle tenía este nombre y,
también, porque pasaba a menudo la frontera
que le llevaba a otro reino contiguo donde vivía su abuelita a la que llamaban,
la Pedregaleña. La niña, muy querida por todos los habitantes de los dos
reinos, a menudo tenía que ir a ver a su abuelita al otro lado de la “raya” que
separaba los reinos del Este y del Oeste. Así pues, cada vez que su mamá le
decía: Caperucita…, Caperucita…, coge esta cestita con longaniza de Monreal, trufa
de Sarrión y queso de Albarracín y ve a llevársela a tu abuelita del Pedregal.
La niña, que era muy obediente, le decía: sí, mamá, ya voy.
La mamá de Caperucita, antes de que
la niña saliera en dirección al otro reino, ya le había preparado la
documentación. Se trataba de una serie de requisitos muy importantes sin los
cuales no podía / no debía pasar la raya de ambos reinos.
En primer lugar Caperucita tenía que
llevar el pasaporte Schengen por pertenecer a la Unión Europea y poder así
circular (¡oh paradoja!) “libremente” por ese amplio territorio.
En segundo lugar debería llevar el
pasaporte de su estado correspondiente al que pertenecían ambos territorio de
forma autónoma.
El tercer pasaporte era el “Autonómico”
y, éste, era el más necesario, pues la Guardia Autonómica vigilaba vehementemente
la frontera para que ni una brizna de hierba pasara sin su permiso.
El cuarto era el sanitario, dado que,
si su abuelita se ponía enferma, no la podía llevar de un reino al otro sin los
debidos permisos, sellos, diligencias y oportunos pagos previos. Además, en
caso de necesitar la ambulancia la cosa se complicaba y debería solicitar dos
permisos y dos ambulancias, una hasta la raya de un reino y la otra desde esa
misma raya hasta el hospital del otro reino.
Por último, solamente ya, dos cositas
más: Una, como a menudo llevaba alimentos en su cestita, debería llevar un “guía”
sanitaria que certificara que la introducción de alimentos en el reino del
Oeste, estaba en regla. Y la otra, realmente la menos preocupante, pero origen
de este cuento. Es la forma en que debería pasar y sortear, en la medida de lo
posible, al QUERCUS FEROZ. Quercus Feroz, también llamado “EL TÍO DEL PALO” y
cuya imagen puede verse en la fotografía que encabezan este cuento, era una
especie de hombre-lobo que tenía un apetito exagerado y al que gustaba, sobre
todas las cosas, comerse a las niñas que andaban perdidas por la frontera de
los dos reinos.
Por fin, Caperucita “la Jilocana” legó
hasta donde se escondía el hombre-lobo y este le preguntó: ¿Ande vas jilocanica”?.
Ella le respondió: ¡Toma este trozo de queso de Albarracín, ¡tan rico! Y déjame
en paz! Y así, de esta forma tan sencilla, dejó nuestra niña al Quercus Feroz
zampando y llegó por fin, con todos los pasaportes sellados, a casa de su abuelita
que vivía en el Pedregal.
Al abrir la casa, la abuelita le
preguntó muy contenta: ¡Cómo ha ido el viaje, hija mía! ¡No me hables abuela! (dijo
la nieta). ¡Vengo derrengada! Pasar la frontera, cada día más, se ha convertido
en una misión imposible. Y, el hombre-lobo..., ¿te has encontrado con el terrible
hombre-lobo? Abuelita..., el Quercus Feroz, comparado con los políticos es: UN BENDITO.
Quercus Feroz, El Tío del Palo, Hombre Lobo, Come Quesos... Con estos apelativos lo suelen invocar la madres del valle, para que los niños se vayan a la cama.
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