Clavo en la sala de audiovisuales de la Fundación Santa María de Albarracín
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UN CARÁCTER ENDIABLADO
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Maese Pierres había sido contratado con el Cabildo para
construir la sede/seo del obispado de Albarracín. A un costado de la muralla y, casi
colgado sobre el abismo, tenía su taller. En el pasaba todo el día y, además,
prolongaba su estancia todo el tiempo que la torcida de la lucerna se mantenía encendida. Entregado obsesivamente a su trabajo consumía las horas sin apenas tener un respiro
para entender lo que pasaba a su alrededor. Por ello, no se enteró de que, ya
bien entrada la noche, llamaban a la puerta de su estudio. La mujer que hasta
allí llegó iba acompañada de un joven que a primera vista, ya daba muestra de
tener un carácter indomable: tiene un carácter ENDIABLADO, le dijo a maese
Pierres la madre del muchacho, casi de sopetón. He hablado con su mujer, apostilló luego aquella mujer
que se había atrevido a interrumpir el importante trabajo de este afamado
maestro de obras venido desde muy lejos, hasta estas apartadas tierras para
una obra tan soberbia. Verá maese Pierres, prosiguió ésta, su mujer me ha dicho que puedo
dejarle al zagal para que trabaje en el taller… para que le haga recados o,
para lo que usted crea oportuno. El
muchacho es agudo y aprenderá bien y pronto, pero, tiene un genio insoportable y es muy maleducado.
Su carácter es tan irascible que le impide tener amigos e incluso nos trata a
nosotros, sus padres, con displicencia. No queremos salario por su trabajo, con
que se le corrigiera ese genio sería suficiente. Tras estas manifestaciones, la
mujer dejó al crío en el taller y se volvió sola a su casa de la calle del
Chorro.
Maese Pierres miró al muchacho, advirtió
lo adusto del gesto, el desplante de su mirada y su actitud desafiante. Tras
sopesar las posibilidades que había, se decidió a aceptar el reto. No será este
trance, se dijo, más difícil que el de construir toda una catedral. Así que con
estas premisas le dijo al muchacho. Mira, mañico, mañana por la mañana, antes
de subir al taller, te pasas por la fragua del tió Gato y le pides doscientos
clavos de 5 pulgadas cada uno. Y dicho esto, lo despidió, pues ya era noche
cerrada y se había consumido el aceite que empapaba la torcida.
Al día siguiente, tras pasar por la
fragua y cargar los clavos, llegó el muchacho al taller enfurecido y
maldiciendo su suerte. Para entonces maese Pierres ya había diseñado la estrategia
a seguir. Mira le dijo, coge uno de esos clavos, un martillo y clávalo en este
madero que refuerza el andamio de la obra. Si acaso perdura esa actitud
desabrida, vuelve a clavar otro. Pero, cuando te hayas calmado vuelve. Así lo
hizo el mocoso, mientras maese Pierres trabajaba sin descanso. Apenas le hacía
caso al muchacho, pero, cada día eran menos los clavos que gastaba y,
finalmente, no tuvo que volver a la fragua a por más clavos.
Bien, le dijo finalmente maese
Pierres, mi tierra, que está mucho más al norte del río de los Íberos, es una tierra de pastores y ellos, cada día,
hacen un doble recorrido. Primero caminan con su ganado hasta el mediodía y
luego vuelven a casa para llegar justo, en la anochecida. A ti, también, te va
a suceder lo mismo que a los pastores de mi tierra. Has hecho la mitad de la
jornada y te queda por completar la otra mitad.
Ahora que has domeñado el carácter será
menester que perdure esta actitud. Para ello, cada día que te manifiestes durante toda la jornada con semblante afable y actitud positiva, deberás
arrancar uno de esos clavos que con tanto ahínco clavaste en la madera. De esa
forma habremos cerrado el círculo de tu reeducación.
Marchó maese Pierres a sus quehaceres
y dejó al muchacho en los suyos. Pero éste, cada día, arrancaba uno de los
clavos clavados en la madera. Un clavo saca a otro clavo, decía el mozo mientras
se las arreglaba para extraer aquellos hierros, gruesos y rumientos que le
había dado el tió Gato ya haría, al menos, un mes.
Pasaron los días y los meses, las
obras de la catedral avanzaban con pausa pero de forma continua y a plena satisfacción
del cabildo. Cuando, una mañana del mes de abril, entro en el taller el
muchacho con gesto alegre y un último clavo cogido entre las pinzas de unas
tenazas. Maese Pierres, es el último clavo, dijo con satisfacción.
No debes sentirte satisfecho, le
advirtió maese Pierres, ven y observa los agujeros que han quedado en la
madera. Todo este material ha quedado inservible y eso es consecuencia de una
mala conducta. Pues, debes saber, que todos nuestros actos tienen unas
consecuencias. De que éstas sean positivas, depende de nosotros. Por ello, hay
que saber valorar a las personas y a las cosas que forman parte de nuestra vida
y que participan de la vida en común de la comunidad en la que vivimos.
Las pérdidas del material la asumo
yo, pero, la ganancia que estas enseñanzas te han reportado deben servir para
que tú obres con los demás de la misma forma que yo lo he hecho contigo. De
esta manera, si así lo haces, se logrará una cadena positiva y el mundo
mejorará poco a poco.
Con estos propósitos construía catedrales y educaba a sus jóvenes aprendices, maese Pierres Vedel, allá por el siglo dieciséis de la Era Cristiana.
Con estos propósitos construía catedrales y educaba a sus jóvenes aprendices, maese Pierres Vedel, allá por el siglo dieciséis de la Era Cristiana.
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Tibi gratias ago Deo
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