(Las bicicletas no son para
Gallocanta)
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Nació (Letontu Melmunos) en Blancas y de zagalico ya iba
andando con su padre hasta Bello (antigua tierra de los Belos): ¡Padre, yo me voy con usted a Bello! Lo decía
el mocoso con tal rotundidad que éste, no se atrevía a decepcionarle. ¿No te
cansarás? runruneaba el padre sabiendo que iba a ser imposible dejarlo con su
madre. Subía pues a Bello, siempre, con la secreta atracción que le producía aquel mundo lleno de vida y, desde luego, por
ver de cerca aquella masa de agua rodeada de resecos campos de cultivo. Le
asombraba aquella inmensidad plateada que se extendía hasta tocar el cielo. Se
decía a sí mismo a menudo que quizá, el mar, debería ser así, pero muchismo más grande.
Y recalcaba lo de muchismo para mostrase seguro de tal afirmación y, seguro, de
sentirse asombrado.
Pasaron los años y se fue a estudiar
a Teruel, luego a Zaragoza y finalmente le concedieron una beca para salir al
extranjero. No lo dudo ni un instante: ¡¡¡a Ohio!!! Me marcho para “Ojayo”
decía alegre a todos cuantos querían oírlo en el lugar. Su madre, angustiada,
le dijo: ¡¿Por qué tan lejos, hijo…?! No es por la Universidad en sí, le advirtió el hijo. Es
porque esa Facultad está en la región de los Grandes Lagos.
Acabados sus estudios en Química y
Minas volvió a Teruel. Primero, a un proyecto para reciclar los residuos
producidos en la extracción del azufre de Libros. Luego, ya más cerca de casa, a
otro que tenía como base la peletización del hierro de las minas de Ojos
Negros.
De nuevo en Blancas volvió a encontrase
con su laguna. Pero ahora, aficionado a la ornitología y a la fotografía,
pasaba todo su tiempo libre en una choza que se había construido en la orilla
del agua de Gallocanta. Pensó, luego, en acercar más y más la choza hasta donde las grullas descansaban y,
para ello, construyó una navata cobre la que colocó la choza y de esa forma
tener mejor posición para la observación.
Solterón empedernido, dedicaba todo
su tiempo a la observación y conocimiento del mundo natural. Por ello, un buen
día, sintió la necesidad de desplazarse a zonas de laguna alejadas del punto en
que se encontraba. Analizó las diferentes posibilidades y llegó a la conclusión
de que la mejor forma de recorrer rápidamente aquel enorme perímetro de
circunferencia sería la construcción de un vehículo ligero y ecológico. Puso en
danza sus conocimientos de ingeniería y construyó, un “ingenio” móvil, que
causó el asombro de los habitantes de los pueblos vecinos. Le llamó la “Ciclo-Canta”
y le colocó una enorme bocina (Boci-Gallo) que hacía sonar al entrar en las poblaciones del
entorno para que se apartaran, si era preciso, las mujeres que iban a hacer las
compras o con los niños al colegio.
La Ciclo-Canta se hizo muy famosa en
toda la contornada y, su conductor, saludaba a las gentes afablemente a su paso por las poblaciones. ¡Mira,
ya llega la Ciclo-Canta! Solían decir en Berrueco, en Bello o en Tornos… Pero, en Santed, un buen día arrolló
por descuido la Ciclo-Canta a una clocada de patos que pasaba por la calle Mayor.
La dueña montó en cólera y la emprendió a palos con nuestro amigo ecologista. Como
resultado del trance tuvo que despedirse de aquel extraño y magnífico vehículo.
Se acabaron los paseos en torno a la laguna y la visión de aquellas extraordinarias
puestas de Sol traspasadas por el dinámico vuelo de las grullas que tornaban al
anochecer a la laguna, para descansar.
Poco a poco y tras aquel desdichado suceso el espíritu de Letontu se hizo más y más introvertido, solitario y osco. Finalmente, tal como el deseaba, una buena tarde de otoño se fundió para siempre, en un abrazo fraterno, con las aguas de Gallocanta.
Poco a poco y tras aquel desdichado suceso el espíritu de Letontu se hizo más y más introvertido, solitario y osco. Finalmente, tal como el deseaba, una buena tarde de otoño se fundió para siempre, en un abrazo fraterno, con las aguas de Gallocanta.
Años más tarde, el recuerdo de aquel
personaje que había sembrado de alegría a todos los pueblos de la laguna llegó
hasta Blancas, su pueblo natal, El consistorio quiso homenajearlo recordando,
restaurando y colocando aquel singular vehículo en un jardincillo junto a la iglesia. Lugar
en el que hoy, todavía, permanece.
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