LA CASILLA ABANDONADA DE ADIF
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Primero fue un golpe seco y duro.
El tintineo de las llaves y el motor rugiendo al otro lado de la vía. Pasaron
días sin que los pájaros se atrevieran siquiera a acercarse al pozo. El árbol
creció y algunos voladores montaron nido en las ramas más próximas. Desde aquí,
desde las ramas secas, en invierno hacían pequeñas aproximaciones al tejado.
Entraban por la chimenea de la cocina y volvían a salir satisfechos de no haber
sido atrapados. El viento frío y seco del inverno batió la casa. Las puertas y
ventanas no cedieron, estaban firmemente ancladas. Hubo días de lluvia suave,
de rachas fuertes, de vendavales y nevadas. Las verdes ventanas y las puertas
mantenían bien el tipo. Las ratas, primero, comieron las esquinas de la puerta
del corral y una sierpe entró e hizo nido. Levantada la camada de culebrillas,
abandonaron la casilla. Pasaron los años, las puertas y ventanas se
esgalincharon. Llegaron de repente viajeros que de un golpe abrieron la puerta.
Todavía estaban intactas las camas, como recién hechas. Entraron a los animales
en la casa, hicieron fuego en el abandonado hogar, abrieron las ventanas al sol
de mediodía y un buen día se marcharon
dejándolo todo de par en par. Pasó un transeúnte... pasó un cazador que miró de
soslayo, y pasaron unos niños del pueblo que subieron a explorar territorios
ignotos. Volvió el cierzo y este año, entró en la casa y la devoró. Los
pájaros, los roedores y las serpientes encontraron un buen espacio para habitar
y protegerse. Pasó una manada de jabalíes que quiso saber de aquella casa tan
llamativa, abriendo surco entre las losas primitivas del suelo. Creció la
hierba, se hundieron las paredes, se descompuso el techo, se quebraron los
cristales. Pero la casa seguía en pie, inerte, ajena a todo lo que le
circundaba. El techo resistía bien, aunque por dentro, las tripas eran un
mondongo imposible ya de gobernar. Ahora, los pájaros atravesaban volando la
casa entrando por una ventana y saliendo por la de enfrente. Las zarzas y las
gabarderas anclaron sus raíces en sus costados. Todo es ruina y desolación.
Murieron sus últimos inquilinos y Adif no sabe que hacer con sus ruinas. No
merece la pena el gasto de desescombrar. Ahí queda la CASILLA. Cuando el sol se
oculta por la Sierra del Olvido al ocaso, por un momento, sus rayos juegan
entre las tejas desprendiendo flamígeros rayos de mil colores. La casa sonríe y
se siente feliz. El viajero que se percibe de ello, de su enorme corazón, entra
en su interior a darle cariño y aliento. ¡Ánimo! Resistir es vencer. Pasa la
mano por sus paredes azulencas y acaricia sus descorchados tabiques. Retira los
cascotes del suelo para ver sus hermosos suelos de cerámica antigua. El golpe
de una rama en una desvencijada puerta se asemeja al latido de un corazón y,
por un instante, la casa se ha sentido viva y habitada. Fue quizá un sueño. Un
regalo del caminante a su amiga. (Chusé María Cebrián Muñoz)
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