EL HIJO DEL CARBONERO***
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En una fría, imaginaria y apartada ciudad
peninsular, que ejercía además la capitalidad de la provincia, vivía un padre que
tenía la profesión de carbonero. Como el clima era gélido y los inviernos
largos, ganaba mucho dinero aprovisionado de carbón a todos los habitantes de la
ciudad y a los edificios oficiales. Los vecinos y amigos desconocían el color
de su piel, pues siempre iba cubierto de una capa del negro mineral. Debido a
esa apariencia tan negra y sucia tardó en encontrar mujer que quisiera casarse
con él, a pesar de tener sus buenos dineros ahorrados. Por fin casó con Ramona,
una mujer práctica, resuelta y sin remilgos, que presumía de no importarle el
color del dinero.
Parió la Ramona un hijo pequeño,
con la cabeza como una almendra, pero negro y tiñoso. Creció el zagal
desgarbado, huraño y se desarrolló escasamente mientras doblaba las esquinas de la ciudad por las tardes para
llevar los mandados de carbón que recibía su padre de los vecinos. No
adelantaba, tampoco, en el colegio. Era mal estudiante y no hacía los deberes
so pretexto que debía ayudar a su padre en el sucio negocio que llevaban entre
manos.
Un día, llamó el maestro al padre
para hablar de los estudios del hijo y del futuro que les esperaba. El zagal no
vale, dijo el maestro al ver la negra cara del padre, ni para funda de cartucho.
Pero no se preocupe, tal como están hoy las cosas ha tenido suerte, si tiene
algún dinero ahorrado podremos hacerlo INSPECTOR DE EDUCACIÓN. ¿De cuánto
dinero estamos hablando?, dijo rápidamente el padre. Se trata de un buen
pellizco, tenga en cuenta que nos endilga buena alhaja.
Tal como prometió el maestro, el
zagal llegó a inspector jefe. Pero, al poco tiempo, cambiaron las cosas porque
hubo una drástica reforma en la administración pública de aquel país. El hijo
del carbonero fue puesto de patitas en la calle y reducido a la más absoluta de
las miserias.
Pobre de solemnidad vivía de la
caridad pública, pero, guardaba un saquito de monedas de oro que le había entregado
su padre al morir.
Se celebraban en aquella ciudad
unas fiestas populares en las que instalaban puestos de comida en las calles.
Al hijo del carbonero le habían dado, de limosna, una hogaza de pan cuando
estaba mendigando en la puerta de la iglesia de Santiago Apóstol. Vio un puesto
donde asaban carne y, como no tenía dinero, puso la hogaza de pan encima de la
carne que se asaba sobre las brasas. Cogió el pan, que había tomado el gusto de
la carne, y se lo comió con golosina. Visto lo cual por el dueño del puesto le
dijo, págame la carne. Mas, el hijo del carbonero, le contestó. Si no he comido
carne, como voy a pagarte la carne.
El dueño del puesto llevó al pordiosero
ante el Juez de la ciudad acusándole de no pagar la carne. Pensó el Juez en el
asunto, comprobó las dificultades de una solución justa y sentenció: “Volved el
jueves al juicio público que se celebra en la puerta de la Catedral. Y tú, dijo
señalando al mendigo, traerás todo el dinero que te dejó tu padre al morir.”
El temor se adueñó de la mente
del mendigo aquella noche. Acurrucado entre cartones no podía conciliar el
sueño pensando que iba a perder aquella bolsa que oro, último recurso para
recuperar su dignidad.
Llegó el día del juicio y se
presentaron ante el Juez, demandante y demandado. Bien, dijo éste, he estudiado
bien vuestro caso y tengo una solución justa para ambos. Acercaos los dos y tú,
dijo al pobre, saca la bolsa de dinero que te he mandado traer. Ahora, agítala
con fuerza junto a la oreja del demandante. Así lo hizo presto, el pobre.
Tras ello dictó el Juez sentencia: puesto que tú, señalando al pobre, tomaste
el olor de su carne y tú, señalando ahora al dueño de la carne, has oído
el sonido de su dinero, id en paz, la Justicia se ha cumplido.
Con este y otros sucesos de
parecido jaez fue, el hijo del carbonero, alumbrando su corta inteligencia y
saliendo poco apoco de la mísera vida que arrastraba.
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*** Dedicado, para su recreo y solaz, a los miembros de la ALTA INSPECCIÓN DE EDUCACIÓN de aquel lejano país imaginario donde habitaba el hijo del carbonero.
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