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EL NACIMIENTO MÍTICO DE CHEQUILLA
El octavo día de la creación Dios
permaneció en silencio y dejó, a partir de ese momento, que la Tierra
evolucionara libremente. Se afanaban los humanos por dominar los campos,
construir ciudades y establecer jerarquías entre todos los seres vivos. En el
origen, extensas llanuras de plácidos pastizales cubrían la superficie del
planeta. Las ciudades se desarrollaban hermosas y pujantes. Pero el odio entre
los mortales por lograr el poder supremo era feroz y despiadado. En la región
de los turboletas, al sur de los Pirineos, se libraba una feroz batalla por el
dominio de este reyno. De los dos grandes macizos montañosos que delimitan el
reyno por el este, y a instancias del Gran Druida, bajaron los gigantes Lleu (el
de la mano firme) y Engus (el hijo de Dagda) para con su fuerza dirimir quién
dominaría el rico y fértil reyno de los turboletas. En esta lucha sin cuartel, tuvo lugar la lucha del día de las espadas ferrosas, fabricadas en las fraguas de La Caridad (ahora Caminreal)
con el hierro de la Sierra Menera. Al
igual que el día de la mazas se abrieron grandes lagunas, como Gallocanta o el Cañizar.
Los golpes ferrosos de los gigantes contra el suelo, el día de las espadas, abrieron
en la llanura grandes surcos como tajos. Subidos, estos, a los altos montes del
Picorzo, Pedro Maza y Caimodorro arremetían, espada en mano, cada uno contra su
enemigo de forma implacable. Dejaron la llanura abierta en mil heridas que
luego se convertirían con las lluvias y la erosión en los ríos Cabrillas, Gil de Torres, Hoz
Seca, Gallo y Tajo. El Tajo fue río madre y recibió a los demás como afluentes.
Vio Dios que la erosión creaba
bellísimos valles de frondosa vegetación y ríos de agua cristalina donde se
criaban infinidad de criaturas y, por ello, no quiso poner ya su entiba mano
para detener el flujo natural de los cauces de agua. Con el tiempo, la erosión
dejó monolitos de rodeno sobre los que los hombres crearon sus primeras
habitaciones. Les servían de defensa contra las alimañas y lugar tranquilo
donde dormir seguros. Por las noches quitaban las escalas de madera y por la
mañana las volvían a colocar para bajar a la caza y a la recolección de frutos.
Una naturaleza prodigiosa adornaba el entorno y las alfombras de flores blancas
y azules competían con el rojo mineral de la tierra. El hombre era feliz y se
multiplicaba sin límite. Sin embargo, tuvo Dios envidia de que este hombre gozara
por sí sólo de un lugar tan privilegiado y mandó a uno de sus demonios menores para
que creara la confusión entre los naturales. Este diablillo era un ser diminuto
y miserable que trabajaba sin descanso noche y día en la perturbación de la paz
y en la destrucción de esa seguridad que sentía el hombre subido a sus
monolitos inexpugnables. El diablillo horadaba sin descanso la roca arenisca
del rodeno. Hacía multitud de orificios que luego dejaban entrar el aire y el
agua produciendo el desgaste y el resquebrajamiento final de la roca. Conservan
las hendiduras redondas y profundas el nombre de su autor, el diablillo TAFONI.
Consecuencia de la inquietud creada por Tafoni entre los habitantes del valle
tuvieron que rodear los monolitos con una muralla de piedra encalada en la que el diablo no pudiera hincar su uña. Aprendió pues, el hombre, a trocear y
manipular el rodeno y a hacer construcciones con este material. Así nació
Chequilla un pueblo hermosísimo donde todo se construye con piedra de rodeno. También,
la singular iglesia es de este material. La iglesia es el único edificio de la
localidad al que no ataca Tafoni y en ello tienen sus habitantes fundado
testimonio de la iniquidad del diablillo, pues si tocara piedra sagrada quedaría
al momento destruido por su señor todopoderoso.
Nació el mito de las maravillas
de Chequilla, en el Alto Tajo, y son miles y miles las personas que acuden
todos los años a contemplar tan singulares bellezas y tan plácido recreo en sus
riberas. Un paraíso tan cercano a nosotros y del que hasta el mismísimo creador
tuvo envidia. Sea pues, la presencia actual de Tafoni, testigo de cuanto decimos.
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