(romance de ciego)
*
Jóvenes enamorados
y doncellas
casaderas,
los que gozáis del
amor
o que sufrís por su
pena,
oíd la historia
amorosa
más sublime y verdadera
que ocurrió en tiempo
pasados
y que todos la
recuerdan.
Fue en la villa de
Teruel,
de la patria
aragonesa,
a poco de
conquistarla
a las gentes agarenas;
siendo el mil
doscientos doce
de nuestra cristiana
era.
Lucía Teruel hermosa
con su corona de
almenas,
sus nobiliarios
palacios
y esplendor de nueve
iglesias.
Dos jóvenes allí había,
vástagos de la
nobleza,
él se llamaba Juan
Diego,
Isabel llamaban a
ella;
de los Marcilla el
galán
de los Segura la
bella;
los dos con pasión se
amaban
como singular pareja.
Cuando don Pedro
Segura
supo de aquellas
querencias,
mandó a los
enamorados
acudir a su presencia,
y así le dijo a Juan Diego:
“Mira Juan y
considera
que tu eres de noble
cuna,
galán de figura
apuesta,
pero por ser segundón
no recibirás herencia,
mientras mi hija
Isabel
muy buena dote se
lleva
y cuando llegue mi
hora
el día que yo me
muera
recibirá mi fortuna
y disfrutará mi
hacienda.”
Triste quedó Juan
Diego
escuchando tal
sentencia,
que le aparta de su
amor
por culpa de la
riqueza.
Piensa y piensa el
caballero
y toda la noche
piensa
como salir del
peligro
que a su gran amor
acecha.
A la mañana
siguiente,
Juan Diego a Isabel
espera:
“Escucha, mi bien
amada,
si tu padre me
reprueba
y por no tener
fortuna,
contigo no me
empareja,
cinco años dame de
tiempo
para marchar a la
guerra,
que yo volveré tan
rico
como tu padre desea."
Don Pedro, rey de Aragón
a sus esforzados plega,
que en las Navas de Tolosa
los atabales resuenan
y Juan Diego de Marcilla
sus bravos capitanea.
Los días pasan eternos
y las semanas eternas,
Isabel está esperando
pero noticias no llegan.
D. Pedro le pide boda
pero Isabel se la niega
alegandole que un lustro
de virginidad hiciera
y debe cumplir con Dios
manteniéndose doncella.
Por Teruel anda otro Pedro
que alcurnia de Azagra ostenta,
se ha prendado de Isabel
y rendido la corteja.
El padre al ver la ocasión
que tan feliz se presenta,
a Isabel obliga al fin
a que a su deseo acceda.
Se han preparado las bodas
como en Teruel no se vieran,
grandes músicos contratan
para animar tanta fiesta,
albricias, bailes convites,
al pueblo sencillo alegran,
¡qué apuestos los caballeros
y las damas qué belleza!
En todos hay alegría
sólo en Isabel tristeza.
Caballero en su corcel,
corta el manto de la vega
Juan Diego el enamorado
que hacia su ciudad se acerca.
No corras no, caballero,
tu veloz caballo frena
que no sabes en Teruel
las noticias que te esperan;
mira que sonaron bodas
y tarde a tu dicha llegas.
Al llegar Diego a su casa
cuando de todo se entera,
marcha en busca de Isabel
para que ella le refiera
el porque lo convenido
incumplió de tal manera.
Dolida estaba Isabel
y dolida va y le cuenta:
"Sin noticias de su parte,
cumplido el plazo de espera
y obligada por mi padre,
hice lo que no quisiera."
"Un beso dame, Isabel
que muero si no me besas:"
"No puedo dartelo, Juan,
aunque gustosa lo diera
pues fidelidad de esposa
a otro hombre me encadena."
Por no besarlo Isabel,
cayó muerto en su presencia.
En la torre de San Pedro,
campanas de muerte suenan,
que el funeral por Juan Diego
en su templo se celebra.
Al centro se halla el cadáver
que la familia rodea;
pero ¿quién será esa dama
de la mantilla cubierta,
que dando un beso al cadáver
sobr él a quedado yerta?
Era Isabel de Segura
figura de la tristeza
que a su amor transida busca
y en las tiniebas encuentra.
Allí refirió el esposo
todo cuanto aconteciera
y los enterraron juntos
pues la muerte sí quisiera.
Enamorados del mundo,
amantes sobre la tierra,
en Teruel alzó el amor
un templo en que se veneran
los hechos de dos amantes
que cual ejemplo presenta.
Venid aquí a renovar
esos lazos que os estrechan,
que el amor se siente vivo
más allá de la existencia.
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