NI HAMBRE NI FRÍO
Desde Rillo y Pancrudo o desde
Utrillas y Escucha bajaba todos los días con su camión cargado de carbón hasta Teruel.
Al pasar por Perales hacía sonar la bocina de su Pegaso. Volaba sobre las
parameras, sobre las rastrojeras, sobre la columna vertebral de los puertos de
montaña ( El Esquinazo y San Just) soltando carbonilla y polvo de mineral. A su
paso quedaban ennegrecidos los restos de nieve de las cunetas. Era el invierno
del año 1945 y en Teruel, pedían más y más carbón. Tenían hambre, frío… era pues menester hacer pan en los
hornos y alimentar las calefacciones de los ministerios. Dar calor a los cines
de sesión continua, donde la gente pasaba toda la tarde caliente y viendo pasar
una y otra vez la misma “cinta”. Al pasar por la fuente de Perales paraba la
bestia sudorosa que llevaba entre sus manos y allí se refrescaban ambos: agua
clara para el motor del camión y a agua fresca para su corpachón de camionero
cuarentón. Llegó febrero y nevó un día,
y al siguiente, y al siguiente. Se heló la nieve y se cerraron las carreteras.
El camión no pudo llegar ni a Tortajada y dio la vuelta en el Paraíso, junto al Puente el Bao, para volver de nuevo a Teruel. Las Rochas del Pairón fueron también difíciles
a la vuelta. Nada, no se podía salir ni entrar de Teruel. La Diputación había
comprado una maquina quitanieves de aceite pesado en Bilbao, que estaba en
marcha hacia Teruel, pero se desplazaba a una velocidad de 50 kilómetros al día.
Todas estas circunstancias hacían que la población se desesperase. El hambre de
nuevo en Teruel, pensaron. Fundamentalmente la falta de pan, hacía recordar los negros
días pasados recientemente en la Batalla de Teruel. Una comisión, encabezada
por el Alcalde, logró salir en tren hasta Calatayud y de allí llegaron a Madrid
para ver a Franco. ¿Qué queréis los de Teruel? preguntó el Caudillo, no sin
cierta suspicacia en la mirada al recibirlos en audiencia… ¡Excelencia…!, llegó
a articular con temor el Alcalde, los de Teruel tenemos: hambre y frío. Después de
meditar un rato dijo el general mirando fijamente al alcalde. Para comer no tengo nada que daros, pero... frío
no vais a pasar. Dio las órdenes
oportunas y despidió a los de Teruel.
De vuelta a la capital el Alcalde
puso en práctica el plan del Caudillo. Cuatro camiones de Regiones Devastadas
que estaban sacando escombros de la ciudad al barranco de Cofiero se situaron
bajo el acueducto de los Arcos, en la zona de la Nevera. El Alcalde sacó un
bando para los que quisieran ir voluntarios hasta Rillo a por carbón. Cada camión
llevaría, además del chofer y del ayudante en la cabina, cuatro hombres en la
caja con picos y palas para apartar los ventisqueros. Pronto se completó la
dotación con voluntarios. Salieron de madrugada llevando de combustible coñac,
cazalla y la bota de vino que siempre colgaba en la cabina del camión. Hicieron
una parada en Perales, en el bar que hay a la salida por la calle Mayor, justo
donde hoy se sitúan las oficinas de Ibercaja. En Perales empezó de nuevo a
nevar y parecía imposible que la expedición tuviera éxito. Sin embargo, los del
pueblo se presentaron en su ayuda. Se reforzó la expedición con hombres del
pueblo que se adelantaron con caballerías. Hombres fuertes y rudos,
acostumbrados al clima extremo y a ese viento que corta la paramera como un
cuchillo, rompieron los hielos y desmontaron los ventisqueros. Cando llegaban
los camiones a una zona complicada, los de Perales ya habían hecho su trabajo.
De esta forma tan solidaria, los de Teruel, llegaron por fin a Rillo. Era medio
día, corría prisa cargar el carbón para que la noche y el frío no se les
echase encima a la vuelta. Al volver a Perales y despedirse, los de Teruel les
decían desde las cajas de los camiones… “no lo olvidaremos nuca”. Tal es la
nobleza y el valor de los hombres de Perales y la impresión imborrable que
dejaron en los de Teruel. Desde entonces, para el viajero de Teruel, siempre
hay una ocasión para parar en Perales y sentir la acogida de sus gentes, nobles
y sencillas.
La llegada a Teruel de la expedición,
al caer la tarde, fue apoteósica. Una fila de gente acordonaba las dos cunetas
de la carretera de Alcañiz. ¡Vivan los valientes! Y la gente quería tocas sus manos, besar sus caras ateridas y agradecer la hazaña de aquellos hombres que habían arriesgado sus vidas
para que toda la comunidad no pasara NI HAMBRE NI FRÍO. El Alcalde de Teruel,
pasado lo más crudo del invierno, los recibió solemnemente junto a la corporación
y se les nombró hijos predilectos de la ciudad. Esto último no se puso por
escrito porque aquel invierno, también, se andaba escaso de papel. Sin embargo,
la historia es cierta y permanece viva en la memoria de la gente.
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Salida de Perales en dirección a Teruel.
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Es conocida, como "La Recta de Perales"
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En dirección a Rillo.
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