DE SOLLAVIENTOS A TORTAJADA
"Hasta nuestros días, la historia de la humanidad, ha
sido una historia de luchas de clases." Manifiesto Comunista.
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Nubes como sábanas blancas, batían infatigables sobre el valle desde lo alto de Peña Roya un aliento húmedo, pero semo, una especie de verano adelantado bochornoso y cegador. El santero de Santa Isabel y pastor ahora de los resecos
prados, de las mustias sabinas, no sabía de pronósticos, sin embargo, esta vez
intuyó males sin cuento, desgracias para los mecos, pedrisco para las cosechas
y la pronta llegada del hombre malo. La primavera había sido seca y calurosa
desde primeros de abril y el río Sollavientos ya bajaba seco. Las plantas daban
muchas pero diminutas flores, alentando un principio de supervivencia ligado a
los más secretos designios de la madre naturaleza. Este año fue como “El verano
del cohete” en las "Crónicas marcianas" de Ray Bradbury.
Abajo, en la parte final del río y del valle, Andrés
Cebrián, de mote El Dulce, se apresuró a cavar un hoyo de dos metros de profundidad en la cuadra de los machos. Metió, sin saber por qué,
envuelta en paja, la imagen de la Virgen María (siglo XVI), la Cruz Procesional
de plata, una máquina de escribir y un retrato de la Purísima. Una vez cubierto
todo de tierra echó paja nueva sobre el suelo y volvió a meter los abríos en su
puesto. Los días pasaron, la paja se ensució y todo volvió a tener un aspecto
aparentemente normal y cotidiano. Mientras, los hombres y las mujeres de
Tortajada volvían a sus tareas habituales que iban, desde la casa y los
animales, a las tareas de la huerta y el secano. Este año habían subido pocos
agosteros de Castellón y los pocos que subían hablaban de cosas horrendas,
relatos terribles de matanzas de hombres contra hombres y de que la guerra que
venía ya, sin duda alguna.
Hasta Tortajada,
antiguamente Turre Tallata (Torre Cortada), un pequeño municipio turolense
situado a 10 Km. de Teruel y a una altura sobre el nivel del mar superior a los 930 metros,
llegaron una mañana, sin previo aviso, una columna de gentes vestida de forma
estrafalaria y armados con enormes fusiles y pistolones al cinto. Una vez
atravesado el puente recién construido sobre el río Alfambra, iniciaron la
subida de la Rocha de San Pascual para detenerse en la Plaza del los Porches,
contigua a la de la iglesia. Un estruendo de músicas roncas salía de los altavoces
que pregonaban “negras tormentas” y “oscuros nubarrones”. El jefe o camarada
jefe, mandó llamar al alcalde. Vino un hombre mohíno y cabizbajo que, aterrado, se puso a sus órdenes sin atreverse a chartir. ¡Señálame las casas de los ricos del pueblo!,
dijo el jefe, con el tono y la tranquilidad de quien lleva haciendo lo mismo
durante mucho tiempo sin que nadie ose importunarle. Tenían hambre y bajaron
las tinajas de conserva hasta la plaza.
Bajaron los jamones y los chorizos de las trancas de las cambras y subieron de
las bodegas el vino de Alarba que todos los años compraban al mismo proveedor.
Una vez saciado su apetito iniciaron la masacre: EL PUEBLO QUEDA COLECTIVIZADO,
dijeron.
En Tortajada
destruyen y queman el retablo mayor y todos los retablos de los demás altares
en una actitud anticlerical incomprensible en una nación occidental de raíces
cristianas. Los más antiguos del lugar se atreven a decir que la iglesia tenía
un bello retablo, sin embargo, no nos han sabido dar más detalles de su obra.
Así están las cosas y, ahora, lo que quedó de la iglesia se ha restaurado (año
2002). Conserva una talla de la Virgen María (siglo XVI) de una expresión y
belleza singular. Las demás tallas son de corte moderno y con escaso valor
artístico. A pesar de todo, la talla de la Inmaculada Concepción de la ermita
contigua, aún siendo moderna, sorprende por su esbeltez y belleza. La ermita, también expoliada, es
de propiedad municipal y guarda a la “Purisma” durante todo el año, solamente
durante las Fiestas Patronales en su honor es trasladada en brazos del clavario
hasta la iglesia donde se le cantan los Gozos.
Los malos presagios que bajaron desde lo alto del valle se
hicieron realidad en el verano de 1936. Un verano feroz y sofocante en el que
muchos debieron dejar su casa para sobrevivir y otros muchos, fueron fusilados.
Para finales del año 1937 y coincidiendo con la Batalla de Teruel, en el pueblo
se instalaron las Brigadas Internacionales: comunistas enviados a España por la
Tercera Internacional. Con todo, mucho más respetuosos que los soldados
nativos, cuyo afán destructivo no parecía tener límites.
Durante mucho tiempo en la pared de la ermita permaneció
escrito con letra negra de molde y puestas en columna las palabras:
¡FRANCO!
¡FRANCO!
¡FRANCO!
¡ARRIBA ESPAÑA!
Era niño y estas consignas las leía cuando iba y venía a la
escuela, cuando jugaba en la plaza o cuando pasaba a hacer los mandados de mi
madre, sin entender nada. Tampoco me atrevía a preguntar... Una manto de
silencio se extendió sobre la Guerra Civil (36-39) y todos parecían tener un
acuerdo tácito para olvidar aquel fracaso humano tan brutal. Nadie se sentía
satisfecho con lo sucedido, ni vencedores ni vencidos y de ahí el mutismo que
seguía a cualquier pregunta. Cuando íbamos a la parcela del Muletón y aparecían
huesos humanos y restos de munición, preguntaba a mi padre quien inequívocamente
me contestaba: ... ¡nada hijo, cosas de la guerra!
Nuestro maestro era, también, mutilado de guerra: “el maestro cojo” le
llamábamos. ¡Jamás nos habló de la guerra!
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