Pintura rupestre.
"Dama de la Fecundidad" en la Cueva de los Tioticos de Almohaja
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Corrían los años cuarenta del
siglo pasado y mi padre había conseguido trabajo como Jefe de Estación, en
Almohaja, para la Compañía Minera de Sierra Menera. El dueño de la Compañía era
don Ramón de la Sota, vasco y Sir (título honorario de Caballero que le fue otorgado
por el Gobierno Británico). La estación de Almohaja, muy próxima a Ojos Negros,
tenía la misión principal de dar agua a las máquinas, una vez constituido el convoy
que habría de bajar el mineral de hierro hasta Sagunto. La Estación era un micromundo y el tren el
mejor medio de entrar y salir del pueblo. Aunque el tren tenía prohibido el transporte
de personas y mercancías, en la época del estraperlo mi padre hacía la vista
gorda y, en el tren minero, se transportó de todo. Por todo ello, ser Jefe de
Estación en Almohaja era, a nivel local, más importante que ser Alcalde y desde
luego tener el control de lo que se movía en torno a la estación.
Mis padres llegaron a Almohaja
con una hija que les había nacido en Villarroya de los Pinares y, ya en
Almohaja, tuvieron cuatro más (dos hijos y dos hijas) que sobrevivieron y una
quinta que murió tras el parto. Aún tuvieron mis padres otro hijo más “el
benjamín” que nació en Tortajada. Una familia numerosa, de las de antes, con
pocos recursos económicos y muchos quebraderos de cabeza para sacar la prole
adelante. Mi madre, que había trabajado en Fortanete (su pueblo natal) en la
confección, hacía a sus hijos toda la ropa y éramos los mejor vestidos, no sólo
de Almohaja, si no también de Tortajada. El huerto era otro recurso básico y una
cabra, desde luego imprescindible, era la que proveía de leche cuando eran necesario
complementar la lactancia de la madre y tras el destete.
En estas circunstancias me cuenta
mi hermana mayor que en Almohaja se practicaban los abortos con cierta rutina y
complicidad. Desde luego se llevaba muy en secreto y desconozco la forma en que
se hacían. Si es verdad que las mujeres cuando hacían uno, comentaban cuando se
les inquiría por el suceso que las convocaba: ¡Nada, nada… COSAS DE MUJERES!
Por todo ello, cuando mi madre
quedó embarazada por sexta vez, es decir, que llevaba en su seno el que ahora
escribe, las mujeres del pueblo le dijeron: “MARÍA, NO SEAS TONTA Y QUÍTATELO.”
Amigas de mi madre, en Almohaja, se habían sometido al aborto en varias ocasiones
así que, la confianza en que el aborto fuera bien y sin peligro para la madre,
era objetivamente fiable. No sé, ni sabré nunca, si tal posibilidad la habló
con mi padre. Lo cierto es que mi madre rechazó la oferta y nací yo. Estoy tan
seguro de las firmes convicciones de mi madre porque después, aún tuvo otro
hijo. Cuando medito lo que pasó y la seria posibilidad de no haber nacido, es cuando
más agradecido estoy a mis padres y cuando más obligado me siento a luchar
contra el aborto. Una vida humana y sus avatares es todo a lo que podemos
aspirar, si esa posibilidad se cercena el fracaso, como especie humana, es
absoluto.
Me parece mentira lo poco que se
ha avanzado desde entonces hasta ahora y, me parece también mentira, que se
repita el mismo eslogan que aquellas mujeres de mediados del siglo XX ya repetían,
tratando de convencerse a sí mismas: “COSAS DE MUJERES”. Un eslogan que tiene
su réplica en el actual: NOSOTRAS PARIMOS, NOSOTRAS DECIDIMOS. Estas palabras
puestas en boca de una mujer progresista, que además se manifiesta atea, me
parecen desquiciantes. Si no crees en nada, ni aún en la vida humana… ¡Que
triste!
Creo que mi madre, sí fue
progresista, creyó y se responsabilizó de sus actos. Hizo frente a las circunstancias
y sacó a toda la prole hacia delante educándola convenientemente. Por ello,
cuando paso por el parque de los Fueros y veo la estatua a la Mujer Turolense
de Pablo Serrano me acuerdo de mi madre y, si algo estimo en esta vida,… es su
memoria.