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viernes, 24 de enero de 2014

Enero2014/Miscelánea. EL BAUTISMO DE UNA LENGUA

EL NOMBRE DE LAS LENGUAS
(El caso del Chapurriau)
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Resulta altamente sorprendente que  a estas alturas de nuestra historia lingüística todavía haya mucha gente, a la que se le supone una formación cultural importante, que deforme la realidad y manipule lo que es meridianamente objetivo. Estamos hablando del Chapurriau, una lengua que se habla en el Matarraña turolense y que nuestro Gobierno aragonés ha nominado como Lengua aragonesa “propia”. Es decir, que el habla conocida popularmente como Chapurriau, pasa a denominarse Lengua aragonesa “propia” y queda pendiente el proceso de su normalización que el Gobierno no realiza, pero ampara.
El proceso en nuestro ámbito cultural ha sido siempre el mismo. Hay una población, grande o pequeña en número, que habla un lenguaje específico y diferenciado de su entorno.  La primera intervención en esa lengua que ha evolucionado del latín de forma natural se produce con la publicación de su GRAMÁTICA DESCRIPTIVA. En el caso del llamado popularmente Chapurriau, su estructura se ha compuesto a través de la acumulación de diferentes sustratos lingüísticos superpuestos (de ahí su denominación popular). Esta gramática puede formar un corpus único o puede deducirse de diferentes trabajos lingüísticos realizados sobre su naturaleza morfológica y sobre su estructura sintáctica. Nuestro Chapurriau tiene aquí, ya, sus primeros problemas, pues sobre esta lengua se han realizado trabajos por destacado miembros de la Real Academia Española (RAE). Trabajos que se obvian o se desechan sin argumentación alguna, como si los filólogos de la RAE estuvieran apestados. Filólogos que son capaces de dar cobertura a una lengua que engloba a más de 500.000.000 (quinientos millones de hablantes) y que sin embargo, y al parecer por lo observado, no son capaces de acertar (describir) una lengua que hablan unos pocos miles de personas. ¡¿Chocante, no?! Sin embargo, los filólogos que definen la lengua como catalán (y no debieran porque no es su función) reciben todos los aplausos. Llegados aquí hay que destacar en un lugar muy principal que los filólogos no son los que dan nombre a una lengua, la misión de estos es su descripción y sólo eso. Ni siquiera la RAE (Real Academia Española) se apellida, ni castellana ni de ninguna lengua, dejando esto para los políticos.
El segundo paso es la NORMALIZACIÓN LINGÜÍSTICA, nos referimos a la elaboración de las ortografía y de las normas que regirán para su buen uso y para su preservación con pureza y calidad. Para ello es necesario un “cuerpo” lo más amplio posible de filólogos y especialistas en el lenguaje que trabaje en su elaboración. El poder político aquí, tampoco elabora las normas, pero sí las AMPARA. En el caso de la lengua española la RAE es un organismo autónomo que recibe ayuda (también económica) del Estado.  En el caso de la lengua aragonesa, cuando se hicieron las Normas Gráfica de l´Aragonés se procuró la cobertura de la DGA y Santiago Marraco Solana (entonces presidente y del PSOE) lo fue también de honor del congreso para dicha normalización.
Luego, está todo lo demás que se quiera poner sobre una lengua (uso, costumbres, localismos, literatura….). Mis amigos del Matarraña le llaman Chapurriau sin ninguna vergüenza. Nosotros le llamamos ARAGONÉS o LENGUA ARGONESA (correlativo a Chapurriau) ya que así lo ha decidido la mayoría de los aragoneses y habitantes de la comarca natural del Matarraña a través de sus representantes. Con el Gobierno anterior, socialista, le llamamos catalán de Aragón, pese a que no nos gustara, pero esa es la norma: aceptar a la mayoría. En Valencia a la lengua vernácula se le llama Lengua valenciana porque así se decidió en su parlamento. Otra cosa es que se quiera hacer insumisión política y se cuente con el apoyo más que tácito de quienes nos quieren anexionar. No es que lo digamos nosotros, es que lo ponen en sus libros de texto.
Resumiendo, el nombre a una lengua se lo pone el pueblo a través de sus representantes políticos. Esa es la norma, esa es la práctica a la que nos sometemos todos los ciudadanos que amamos la democracia y nos consideramos por ello demócratas. Hay otros, los conocemos bien, que sólo aceptan las mayorías si les conviene.

DE TERGÜEL
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