EL DORTOR BARRACHA
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Era a principio de los años
setenta del pasado siglo. Me habían destinado como maestro al pueblo de
Villalba Alta. Era mi cuarto destino y, también, el último curso que habría
escuela en este lugar pues, la población escolar, había disminuido de forma
alarmante. Cuando me disponía a abandonar el pueblo y a cerrar la escuela, me encontré
entre los papeles y libros que debería recoger y entregar al Ayuntamiento, un
relato manuscrito de un suceso acaecido hacía tiempo en la localidad. Se trataba
de una historia simpática y curiosa que voy a sintetizar en breves líneas.
Había en Villalba Alta, hace muchos años, una familia
muy pobre compuesta por el matrimonio y dos hijas. Carecían de medios de
fortuna y el padre mantenía la casa con
el dinero de los jornales del campo. A temporadas hacía de pastor y en otras épocas
se contrataba en las labores del campo. Nunca había salido del pueblo ni tenía
estudios si exceptuamos los elementales y aún estos de muy escasa duración,
apenas cuatro años en la escuela del lugar. Crecieron las dos hijas y la mujer
empezó a hablarle al marido de esta forma. Las hijas no tienen futuro en el
pueblo. Aquí se casarán con un pobre y tendrán la mala vida que tenemos
nosotros. Debemos hacer algo para buscarles un marido que tenga dinero y ellas
una posición social más alta y desahogada.
El padre bajó un día a Orrios
para moler un zaquilote de trigo en el molino de Marqués. A la vuelta, paró en
la cantina de la villa a tomar una barracha con la que tomar fuerzas para el
camino de subida. Le preguntó el
cantinero a qué se debía su tristeza y cuáles eran sus preocupaciones para
mostrar ese rostro tan sombrío. Mi mujer, le dijo, me apremia constantemente
para que deje el lugar y marche a otras tierras con el fin de conseguirles un
mejor marido a mis hijas. El cantinero se apiadó de él y le dijo. Toma esta
botella de licor y este pergamino donde está escrita su formula. Con esta
bebida podrás curar todos lo males, ser un gran médico, ganar mucho dinero y
todos lo hombres ricos de la ciudad querrán casar a sus hijos con tus hijas.
Subió presto el hombre hasta su casa de Villalba Alta y dijo a su mujer:
prepara el ajuar y a tus hijas que nos vamos a la ciudad. Así lo hicieron y, al
día siguiente, ya estaban los cuatro en Teruel. Se instalaron en una pequeña
casa de la calle el Rincón y pusieron un cartel en la puerta que decía: DOCTOR.
No tardaron en llegar los
clientes. El nuevo médico obró maravillas entre sus clientes. A todos les daba
la misma medicina y todos salían de su casa, contentos, alegres y con la salud
muy mejorada. Si acaso recaían volvían a visitarlo. Con ello no hacía más que
agrandar su fortuna y su fama entre las mejores familias de Teruel. Cambió de
barrio y casó a sus hijas con dos ricos comerciantes que tenían tienda en la
mismísima plaza del Torico.
Con los años creció en él la
nostalgia y el deseo de volver a su pueblo natal a pasar unas Navidades.
Volvieron a abrir la humilde casa del lugar en la que obraron y acondicionaron dotándola
de nuevos salones y, nuevo y espléndido, mobiliario. Aquella Noche Buena habían
acudido muchos vecinos que, como él, habitaban fuera por necesidades de
trabajo. La casa más rica del pueblo era la del alcalde y en esa noche tan
señalada habían preparado también una excelente cena. El dueño de la casa al
comenzar a tomar el segundo plato, que era pescado, se tragó una espina que fue
a clavársele en la garganta, produciéndole el consiguiente dolor y asfixia. Alarmada la familia
se alteró sobremanera saliendo a la calle, dando y pidiendo a gritos, auxilio y socrro.
En esta situación tan angustiosa estaban, cuando les comunicaron que un famoso médico
había llegado a la población esos días. Inmediatamente fueron a su casa y lo
llevaron en volandas delante del rico Alcalde. Cuando éste reconoció en el médico
al campesino que durante tanto tiempo había trabajado para él, no pudo por
menos que soltar una enorme carcajada. Una carcajada fuerte y sonora que hizo
que la espina saliera de su garganta.
Liberado el Alcalde de su mal, quedó muy reconocido al "nuevo doctor". Pídeme
lo que quieras, le dijo, que yo te lo concederé por haberme salvado la vida. Sólo
te pido una cosa, un favor que no te costará ningún dinero: haz reconocimiento público
de las bondades de mi medicina. Así se hizo y la barracha alcanzó fama en toda
la región, como medicina, durante muchos años.
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