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Entre estas dos fotografías que aquí mostramos; la
que situamos al principio de este escrito y la que colocamos al final, está el
Gran Cambio de España en el siglo XX. Un cambio que supuso el sacrificio de toda una generación, la ruptura de los moldes tradicionales y el asumir que el reto suponía un coste alto, pero inexcusable. Este hombre arrugado y prematuramente envejecido, agobiado
por los trabajos de una tierra fría, dura, debió y no dudo, en un momento de su vida, tomar una decisión heroica. Los hijos deberían salir a estudiar o a trabajar
fuera. Si quería para sus hijos una vida mejor, ésta estaba fuera del terruño.
Deberían abandonar el aladro, la dalla, la corbella, el macho, la remolacha, el zafrán, las ovejas… y deberían tomar la dirección de la ciudad. Hasta los años
cincuenta del siglo pasado, España, Aragón y Teruel mantienen una población eminentemente
rural. El cambio suponía, no sólo sacrificio humano, sino también un esfuerzo
personal importante para conquistar un bienestar que se antojaba difícil y lejano.
Los padres sabían que se condenaban a vivir, y quizá morir, solos en el pueblo. Acaso, sólo durante los
veranos vendrían los hijos, los aquí llamados “conserveros”, pues en esta época
estival le repasaban al abuelo la conserva y la libreta de ahorros. En aquella época
las familias eran numerosas y la economía de subsistencia. Sacar el mayor número
de hijos del hogar, era un esfuerzo que no estaba al alcance de todos. Los más
capacitados para el estudio se llevaban al seminario, bien pagando, bien ayudándose
de becas. Otros buscaban trabajo en las ciudades, se metían todos en un piso
para hacer economías y sólo, con el tiempo y la mejora de las circunstancias,
se empezaba a desperdigar el núcleo que había venido del pueblo unido como un
apiña y asustado. Los abuelos seguían en el pueblo llevándoles a los hijos todo
lo que podían en comida y en dinero. El
principio que guiaba a estas gentes era la razón cierta de que todo sacrificio
tenía su recompensa. La emigración dejó la tierra desierta, más de 90.000
turolenses abandonaron estas tierras por esas fechas y luego la sangría siguió
hasta nuestros días. La tierra quedó finalmente sema y sin brazos que la
cultivara hasta que llegó la PAC.
El chico empezó en el Seminario
Menor, muchos en el de Alcorisa, que para esas fechas estaba a rebosar. Si todo
hubiera seguido su rumbo, el Seminario de las Viñas de Teruel se habría llenado. Pero, la
emigración produjo un cambio, también de mentalidad. Aquellos hijos que los padres
habían llevado al seminario, no quería ser ya curas. La incipiente modernización
de la sociedad española les ofrecía múltiples atractivos. Tampoco estaban todos
dispuestos a aceptar el celibato, ni otros votos… A la puerta del Seminario había
un mundo por descubrir que ellos intuían en cada escapada que hacían los días
de fiesta o en vacaciones.
De esta forma, tan intuitiva, los
seminarios se vaciaron y se llenaros las Escuelas de Magisterio y las
Universidades. Muchísimos de estos incipientes seminaristas han militado y
militan en el socialismo. Creen en el esfuerzo personal y en la justa
compensación a los sacrificios realizados. Piensan que la recompensa debe ser
proporcional al esfuerzo realizado y aunque amantes de la solidaridad, saben
que sin esfuerzo y sacrificio, no se logra una sociedad mejor, con mejores medios y mejores personas.
Saben que no es posible, todavía,
una sociedad utópica. La utopía la crearon sus padres en una cabeza cubierta
por una paupérrima gorra y un rostro machacado, unas veces por las escarchas y
otras por los calores abrasadores de la siega. La utopía consistía, entonces,
en vivir con cierta decencia, aunque hubiera que trabajar doce horas al día.
Ahora, rebotau de cura.
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