EL CASTILLO DE ALBA Y
DOÑA LEONOR
*
Nadie se atreve a adivinar el por
qué del estado tan ruinoso en que se encuentran los restos de este castillo del
Alto Jiloca. Sin embargo, un famoso historiador turolense, indagando en viejos
legajos de los Archivos de la Corona de Aragón encontró, claves y pistas
seguras, que nos aproximan hoy día a una plausible interpretación del
desdichado final de tan nobles piedras.
Este gracioso historiador comenzó
por estudiar los legajos pertenecientes al rey don Jaime I el Conquistador y,
en ellos, no halló gran cosa. Siguió con la genealogía de los reyes de Aragón,
hasta llegar a la época de Pedro IV el Ceremonioso. Le sorprendió en primer
lugar el que, todos los asuntos relacionados con este castillo estuvieran
firmados por su esposa, doña Leonor. Cosa singular y rarísima en aquella época medieval.
Escudriñó entonces, con más afán si cabe, tratando de averiguar la razón que
llevó a dicha señora a preocuparse de un castillo tan lejano de la corte real.
La razón no tardó en aparecer
pronto en forma de secreto, oculto en unos pergaminos escritos en letra inversa
y que sólo podían descifrase mirándolos al trasluz de un vela y espolvoreándolos
con una mezcla de incienso y mirra. En ellos, la reina se quejaba amargamente
de las infidelidades de su marido el rey. En esta ocasión se trataba de una
princesa mora cautiva de extraordinaria educación y belleza. La princesa, para
congraciarse más con el rey y tenerlo sujeto a sus caprichos le había prometido
abandonar la religión musulmana y abrazar ciegamente el cristianismo. Leonor
intuyó, rápidamente, que en todo ello había engaño y quiso probar la veracidad
de las palabras ante el rey.
Un día, en audiencia real y
pública, que presidía el pequeño rey portando en su cabeza el yelmo del Dragón
Alado, se presentó su esposa Leonor, acusando a la princesa mora de haberse
convertido de forma falaz a la religión de Jesús. Temeroso el rey de que se
descubrieran sus amoríos, pidió a su esposa una prueba de cuanto decía. Os lo
probaré, dijo la reina doña Leonor, si me dais plenos poderes en el asunto. Así
lo hizo el rey.
Doña Leonor, trató de poner a la
princesa mora lo más lejos posible de la corte y, entonces pensó, en el pequeño
pero bien vigilado castillo de Alba o Alaba, como se le conocía en aquellos
tiempos y aún en posteriores.
La reina mandó reparar los muros y
construir un aljibe. La princesa no podría salir de allí en ninguna
circunstancia. Puso guardias y mandó que se le proveyera de la comida
necesaria. Luego se olvidó definitivamente de ella. No tenía ningún interés en
comprobar si la conversión de la mora era verdadera o fingida. Doña Leonor con
estas disposiciones dio el asunto por concluido.
La princesa mora, cuyo nombre no
ha pasado a los anales de la historia por el sectarismo de doña Leonor, había
abrazado, vehementemente, la nueva
doctrina cristiana gracias a la dirección espiritual de un monje cisterciense.
Prisionera en el castillo de Alba, entre el desazonador frío invernal del Alto
Jiloca y la angustiosa y completa soledad, pidió a los guardias que
le abrieran un agujero en el muro para ver a Cristo llagado cuando lo
transportaban en procesión, durante la Semana Santa, por el calvario que habían
construido junto a sus muros.
Cada año la princesa se asomaba
al muro agujereado y los vecinos, al trasportar la imagen del redentor, podían
comprobar el verdadero llanto de la mora al ver a Cristo crucificado.
Pasaron los años, la princesa sucumbió al abandono, al frío y al
desamor. Doña Leonor ni siquiera prestó la más mínima atención al suceso.
Los vecinos del lugar no quisieron nunca tapar
el orificio por el que comprobaron una verdadera, firme y real conversión a la
verdadera fe.
Ahora, a principios del siglo
XXI, cuando se piensa en restaurar el castillo, una señora del lugar decía esta
tarde: NO, el agujero del muro que no lo tapen. Pues, la memoria de tan
singulares sucesos permanece todavía viva entre los habitantes del Alto río
Jiloca o Cella.
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*