Pedro José Castelló
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Ta puerto nabal, Lechago.
T´aeropuerto el de Caudé.
Ta zercuito el Guadalope
y ta gran nazión...Tergüel.
Chusé
Chusé
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ORRIOS... ¡Y PRAU!
A la entrada de la villa se
encuentra el bar. No puedes pasar adelante sin entrar, sería una grave desconsideración hacia este singular establecimiento público .
En el interior, un hombre moreno y menudo te espera con dos botella, una de anís
apoyada en la cadera derecha y otra de mistela en la izquierda. El orden es
fundamental, porque el camarero es diestro desde zagalico, aunque tenía tendencia
a esbarrar por la cucha. Defecto que le arregló el maestro metiéndole dos
sopapos. Su mujer, muy atenta al negocio, ya te ha colocado la copa delante y,
su marido, va sirviendo sin parar. Media copa de la botella derecha y media de la
izquierda. A este revuelto se le llama “barracha”. Llegan más paisanos, la
mayoría jubilados y también el herrero, que es un hombre con mono azul, robín en las cejas y que
gusta de almorzar en el bar. Pedro José lleva gorra de paño a cuadros, cuca los ojos como mirando al infinito y te habla muy pegado al oído. Tiene buena
color y se empalma una barracha tras otra, sin respirar. Nosotros, también, le imitamos y
sin pestañear nos tomamos otra y luego, a reo, las que hagan falta. Se
encienden los calores, las colores y parece que el público quiere oír cantar.
Hoy no ha venido el Jotero del Jiloca pero, da igual. Para romper el hielo
cantamos la primera que va arriba y en aragonés. Pedro José se rasca la cabeza
y dice: ¡Ay copón! No se si me saldrá a mí. Tiene temor a perder la memoria,
pero de momento le funciona. Como las barrachas no paran, la animación continúa.
Hacemos un repaso al repertorio jotero tradicional. Para cuando salimos a la
calle, el cielo está nublado, la temperatura agradable y el pueblo a nuestra
disposición. Delante del bar lo fundamental: herrería, Ayuntamiento, frontón y
escuelas, éstas, cerradas desde hace un tiempo. El pueblo se arracima en torno a
la calle Mayor. No ha sido muy castigado por las reformas de viviendas y guarda
un buen número de edificios de arquitectura popular de gran valor. En el
reportaje dejamos ver lo que nos pareció sustancial. El primer poblamiento
parece que fue troglodítico, como en muchos pueblos de la ribera. Guarda
señales de las fortificaciones medievales, piedras que posiblemente fueran de
un Vía Crucis, palomares, solanares, peirones, molinos, horno, trinquete, cárcel…
Es pues, un pueblo que podría ser potenciado desde el sector turístico ya que
tiene abundantes elementos etnográficos y una naturaleza, también, en excelentes
condiciones. Visitamos también el Vadillo, la casa del marques de la Cañada-Ibáñez,
la iglesia y todo el entorno. Camino arriba, hacia Villalba Alta, tiene un
molino, un peirón y una ermita ya en término contiguo. Para otro día subiremos
hasta los Alcamines, espacio singular digno de ser visitado.
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Barrachas
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Cuevas troglodíticas.
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Camino de la Virgen del Águila.
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Restos de fortificaciones medievales.
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Un buen ejemplo de arquitectura popular.
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En el palacio del marqués.
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Palacio del marqués.
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Palacio del marqués.
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Palacio del marqués.
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