LA VIRGEN DE LAS CUEVAS
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(Extraido del Cartularium Magnum de San Pedro de Ara)
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(Extraido del Cartularium Magnum de San Pedro de Ara)
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Fue para el año 1120 cuando el rey
Batallador tuvo la de Cutanda. Pasaron unos pocos años más y volvió sobre el
valle del Xiloca, ahora sí, con intención de permanecer. Llevaba nuestro soberano siempre, a su diestra, un noble caballero aragonés llamado Azirón. Era éste,
de noble cuna y un caballero esforzado al que no le asustaban los trances más
difíciles en el campo de batalla. En varias ocasiones había salvado al rey de una muerte segura en circunstancias
complicadas pues, el Batallador, cuando entraba en combate, a menudo perdía la
noción del lugar y del tiempo en que se encontraba. Tanto y tan firmemente se
empleaba en la pelea y, tal era su afán de extender la verdad de Cristo entre
los hombres, que el riesgo que tomaba era ciertamente mucho más que suicida.
Por esta razón y advertido por su Corte, colocaron siempre a su derecha al
señor de la Caridad, pues éste era el sobrenombre de don Pedro Azirón, por haber
nacido junto a esta ciudad celtíbero-romana y ser descendente de una noble familia de patricios romanos aquí asentada, en pleno valle del río que nace en los Ojos de Mont
Regal.
Llegados al año del Señor de 1124, las huestes
aragonesas empujaban con fuerza a las musulmanas río Xiloca arriba en dirección
a Valencia. Pero, antes de llegar a esta importante población costera, aún le
quedaba al rey guerrero por conquistar muchas plazas del interior peninsular. Cerca de
Mont Regal, el Batallador se puso en manos de don Pedro Azirón, ya que éste conocía
bien el terreno por ser natural de estas tierras y haberlas recorrido de mozo
en numerosas ocasiones. Pararon ese día junto a la Caridad y, muy cerca ya de
los Ojos del Xiloca, quiso el rey hacer misa y rezar antes de emprender la
batalla que le daría como triunfo (si Dios quería) esta importante población para convertirla en Trono de Dios. Don Pedro le indicó el lugar adecuado y el rey sacó de la bolsa que siempre llevaba
colgada del arzón de su silla de montar una imagen singular de la Virgen con el Niño. Era
ésta, una talla de tamaño mediano en la que la Virgen permanecía sentada
mientras que el niño reposaba sentado, también, sobre las rodillas de la Virgen
María. Todo el conjunto estaba delicadamente policromado y, al traerlo envuelto en
un paño de lana blanco se mostraba, al descubrirlo, en todo su esplendor.
Improvisaron un pequeño altar y celebraron como era costumbre, la Santa Misa,
antes de entrar en combate. Terminada la ceremonia, don Pedro pidió al rey permiso
para guardar tan bella imagen en una cueva cercana que el conocía bien. No
querían correr riesgo alguno y que la imagen cayera en manos sarracenas, eso
sería peor que la misma muerte. Accedió el rey sin más precaución y confiando,
como siempre, en el buen criterio de don Pedro.
Sucedió que, en aquella dificilísima y cruenta jornada en que se decidió el dominio de Mont Regal, don Pedro Azirón, al tratar de
nuevo de salvar al rey de un apurado trance cayó muerto por una certera lanzada
de un esforzado e intrépido moro que le atravesó limpiamente el corazón. Mucho y muy duro peleó desde ese instante el rey, preso de la ira, con que acogió la muerte de su gran amigo y brazo derecho. Al final del día la plaza cayó del
lado del Redentor, pero, el rey había perdido a su mejor espada, a su mejor
amigo.
Pacificada la población, quiso el
rey hacer de nuevo Misa de acción de gracias por tan notoria victoria y tan esplendida
plaza conquistada. Entonces recordó que la entrañable imagen de la Virgen, que
siempre llevaba consigo, esta vez la había guardado en algún lugar secreto su
amigo Azirón. Mandó que se buscara dicha
imagen sin descanso, desde los Ojos de Fuentes Claras a los Ojos de Monreal. Se
empleó ese día y el siguiente, sin que hubiera forma humana de encontrar la
imagen de la madre de Dios. Estimando el rey que sería imposible encontrarla
ya, desechó definitivamente su búsqueda.
Pasaron muchos años y se
acrecentó el misterio. En todo el valle se habló de la existencia de una imagen
singular en el entorno de la Caridad. Sin embargo, nadie pudo encontrarla. Se removió
el suelo, se profundizó en las cuevas, se hicieron ojos en el suelo. Pero nada,
fue imposible encontrar la imagen de la madre de Dios. Muchos pensaron que la
imagen debería estar ya, a esas alturas, muy lejos de aquellos parajes, pues
tan minuciosamente y tan a conciencia se había buscado que se consideraba
imposible no encontrarla.
Pasaron los años… los siglos. Creció
la leyenda de la Virgen de las Cuevas entre las sencillas gentes del lugar. Se
propuso crear una cofradía que levantara un templo en el que albergar una
imagen, réplica aproximada de la desaparecida. Pasaba el tiempo y las obras no adelantaban
mucho pues, las limosnas, no eran todo lo abundantes que tan monumental obra
requería.
Una tarde de verano, mientras una
pastora estaba guardando el rebaño junto
al paraje de las Cuevas, vio una potente luz que, procedente de su interior, surgía
refulgente como rayo divino y misterioso. Llamó a sus padres que prestos
acudieron a conocer el misterio de las luces. También, otros vecinos del lugar
que a esas horas realizaban las tareas del campo, acudieron alarmados por los
signos de extrañeza de esta familia. Una vez llegados al portal de la cueva
todos aquellos vecinos que se encontraban en los campos de su alrededor, una
voz suave y calmada les habló de esta manera: “No tratéis de encontrarme pues moro en muchos lugares a la vez. Mas, si
me construís un templo aquí cerca, me quedaré para siempre con vosotros”.
Para ese año de 1715 se
comenzaron la obras y se puso data en la hornacina de la fachada del nuevo templo. Luego, cuando el
templo estuvo totalmente construido, allá por el año 1722, de forma
sorprendente y misteriosa, la imagen de la Virgen
de las Cuevas fue a posarse en la hornacina del altar mayor.
Muchos son los que señalan que es
la misma imagen que portaba colgada en su arzón el rey Batallador. Sin embargo,
los documentos históricos no la describen en su totalidad, pues, no era
costumbre en la época entrar en tales detalles. Los expertos en arte señalan
que tiene rasgos claros de la época en que se conquistó Mont Regal. Así lo cree
toda la población de Caminreal que la aclama año tras años y la tiene por madre
e intercesora.
Laus deo
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