UNOS MINUTOS ANTES
ERA DE DÍA EN ORIHUELA DEL TREMEDAL
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Unos minutos antes era de día en
Orihuela del Tremedal. Las mujeres hacían la limpieza de las casas y espolsaban
las alfombras por la ventana. Los hombres estaban por las serrerías tronzando
pinos, y varios cientos de forasteros andaban por los montes buscando setas.
Los niños en la escuela recitaban de memoria las tablas de multiplicar mientras que por el barrio de Santa Lucía, el
barrendero, limpiaba la calle con su escobón.
De repente se sintió un ruido
sordo y lejano. Los tinteros de los escolares empezaron a temblar y la tinta,
demasiado aguada por falta de presupuesto, hacía olitas en los dos recipientes
de la escribanía del maestro, don Francisco. Los motores de las sierras mecánicas
cesaron. Apagaron los extractores de humos, los motores de los coches y de las
motos cesaron. Creció el ruido y se hizo estremecedor.
Los niños salieron corriendo de
las aulas y posados sobre el puente que atraviesa el río Gallo señalaron
inequívocamente con el dedo: ¡por allí, por allí!... ¡vienen de Pozondón!
En pocos minutos las madres
recogieron a los niños y los llevaron a sus casas. Cerraron puertas, ventanas,
apagaron el fuego en el que se cocía la comida y escucharon como aquel ruido
sordo pasaba por sus tejados dejando la oscuridad más siniestra en todo el
lugar. Los bares cerraron. Las tiendas bajaron las persianas. El secretario del
Ayuntamiento telefoneó a la Benemérita. Desde Bronchales mandaron guasaps dando
cuenta del paso de una enorme nube oscura y opaca que dejaba a su paso una
extensa oscuridad.
Poco a poco, fueron posándose con
suavidad junto al peirón que hay camino de Orea, mientras, la luz volvía a la villa. Los niños, los
padres y los forasteros, volvieron a la escuela unos, y a sus quehaceres otros.
En tanto, los ULTRALIGEROS, comenzaron a cebarse
en el comedero de SANTA LUCÍA.
Ayunaban durante todo un mes y colmada
su abstinencia, con la andorga vacía, eran capaces de realizar prodigiosos
vuelos que atravesaban toda la provincia. Conocían todos los cebaderos y sobre
ellos se dejaban caer cada mes con una ferocidad infinita.
Una vez saciado su apetito fueron
incapaces de tomar vuelo. Para ello fue preciso subir hasta Caimodorro y desde
esa altura, lanzarse en cuerpo y espíritu sobre los ríos de piedra y sobre los tremedales. Planearon, luego, sobre la ermita de los Santos de la Piedra para
tomar definitivamente dirección al valle del Jiloca, desde lo alto de San Ginés.
El día y la tranquilidad volvió a
la villa del Gallo dejando un recuerdo mistérico entre las gentes del lugar
que ocasionó, con el tiempo, la aparición de extrañas e insólitas leyendas.
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Los Gacheros llevan siempre, a modo de amuleto contra las indigestiones, la pierna incorrupta de San Marcial (obispo).
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Tricornio gachero.
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