LA VAL DE LOS
ENCEBROS
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Me gusta la belleza de las cosas sencillas. Esos surcos de arado sobre
tablas de cera oliendo a arcilla roja. Por eso me retiro, al ponerse la tarde,
a estos pueblos perdidos y olvidados. Acudo cuando el sol se ha puesto
sonrosado y los últimos rayos caen sobre los hombros del pastor de ganado. Sé
soportar la prisa manifiesta que tiene el membrillero de la calle del Medio por
culminar su empresa. Me detengo un instante detrás de esa bardera con la sabina seca. Sostengo la mirada sobre el
arco de piedra de esta vetusta puerta. Apenas puede verse el cerco de azulete
marcando las ventanas de otra hermosa fachada. La cosa es bien sencilla, la
lógica aplastante, la calle superior le dicen “la de Arriba”. Sobre una tapia
vieja, al calor de la tarde, respira un
gato negro azules salfumanes. Me conoce el minino. El sabe que comprendo su
paciencia infinita. Luego viene un peirón y para el mes de enero, una hoguera/auguea
celebra a San Antón porquero. Delante de las casas hay olor a cemera/femera que
ahora es un jardín de flores muy diversas. Me gusta el aire azul del fosal de
la iglesia donde, una ajada cruz, soporta a la intemperie retratos de la guerra.
Sobre el fosal la torre, enhiesta de mampostas, hasta que se corona de
sólidos sillares. El barroco más puro se esconde bajo un manto de pintura, en
la iglesia. Soportó con mesura los vaivenes del tiempo y el azafranado olvido
que le dio la posguerra. Pasa cerca una caudal de ruidos de motores que lleva
al infinito. Reposa un cementerio de blancos paretones ocultando el silencio
que emana de la tierra. El frescor de una fuente. Silencio en los peirones.
Modernas construcciones que aborrecen mis ojos. Pasaba no hace mucho, con recia
carraspera, la Garraf que arrastraba hasta el Puerto Escandón el hierro de
Menera. La calle de la Iglesia transporta el ambarino color de la cerveza
camino de la tasca. Una mujer amable/una amable mujer con el moquero al aire
nos invita a volver. Ya sobre la colina, subiendo a Corbalán, pinta Romero nubes
de rosa en tafetán. Adiós a los Mansuetos y a la Peña del Macho. Rambla de Río
Seco, si la nube es preñada, vomitará una
ramblazo color de chocolate al cauce del Alfambra. Racimos de suspiros recogen las cortinas tras los cristales sucios. Se contrae la mirada y el abuelo dormita sentado tras la tapia. Carasoles de otoño, ocasos purpurinos que agotan la
tardada. Abajo, en los bancales, preparan sementeras por si el tiempo acompaña
y puede haber cosecha. No volverán jamas los encebros alados a atravesar el valle y,
sobre Celtiberia, van los buitres peinando los cielos carroñeros buscando su ganancia.
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LAS CALLES DE VALDECEBRO
Calle Alta
Calle del Medio
Calle la Iglesia
Calle Baja
Calle Mesón
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