Le pusieron de
nombre Blas porque había nacido el día, 3 de enero. Pero le llamaban “el
cortante” porque era el encargado en matar el puerco. Su madre lo vio salir
mientras hacía esfuerzos desgarradores por librarse de la criatura. Ya estaba
casi fuera y lo primero que percibió fue una cabeza empapada en sangre al rojo
vivo. Sin embargo, no engañaba, portaba las mismas proporciones de volumen
craneal que el padre. La tiá Librada supo al instante que era
varón. Después de lavarlo se lo enseñaron, ella, entre sollozos de gozo y de
dolor lo abrazó y besó. Ya estaba limpico y quiso tenerlo a su
lado un rato. Le llamaremos Blas y no padecerá nunca de males de garganta,
pensó. Mientras, lo acunaba y trataba de calmarlo para que dejara de emitir
aquel llanto fiero y firme. Más tarde, cuando todo hubo
acabado, entró el padre que orgulloso dijo: ¡buena gargamela tiene
el zagal! Le dijeron que era niño, pero él quiso mirarle sus partes para
cerciorarse.
El zagal creció abezau al
padre tal que una oveja panicera. Se enredaba entre sus piernas
como los pollos entre las paras de la gallina. A veces le decía el padre:
“Hijo, que no me dejas dar un paso.” Como el padre era el matachín, también
llamado cortante en el pueblo, visitó pronto todas las casas,
todas las cortes, todas las ollas de morcillas y todas las conservas que se
aviaban al comenzar el invierno. Por eso y porque era vivo, pronto aprendió a espiazar el
gorrino. Lo primero era el gancho y el degüello. La sangre brotaba caliente y
fluida, era un potente chorro que iba a parar al barreño donde el ama de la
casa la revolvía sin parar para que no triase. Pedía luego
abundante agua caliente, muy caliente, y pelaba al cerdo para seguidamente
aplicarle una aliaga encendida que antes había seleccionado, grande y potente,
el amo de la casa. Colgado ya el animal en una biga, punto por punto, iba
saliendo: primero el mondongo y después las demás partes… blancos, lomos,
cabeza, paletillas y perniles. Arreaban con todo hacia el granero y lo
extendían sobre cañizos. Terminada la faena, venía la copa de anís con pastas y
luego, el almuerzo dechichorretas. Ahora las mujeres eran las que más
faena tenían. Pero para entonces Blas, con su capaceta de
esparto al hombro ya estaba de vuelta en casa. Ese día, pues todavía era temprano,
aún tenía que hacer las faenas del campo, que si no eran muchas, nunca
faltaban.
Para los últimos
años de su vida la faena decayó mucho. Finalmente, como Blas no tuvo familia,
el oficio se perdió. Los matapuercos se hacían comprando el
animal ya muerto en el matadero. Cuando Blas murió, murió el último “cortante”
del lugar. Pero, antes que se perdiera el oficio de "cortante" se
perdió el de "partera". Sin duda, estos son algunos de los muchos
oficios perdidos.
San Blas
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