El otoño es hoja verde y es amor. A
veces, no es preciso hacer nada para que las cosas sucedan o para que el mundo
gire a tu alrededor de forma infatigable. También suele pasar a veces, pero
sólo a veces, que anochece la luna más grande y más luminosa jamás vista en
muchos años sobre el horizonte. Cuando
todo ello y mucho más sucede con tan sólo sentarte en el banco de un parque y
esperar… estás en el otoño. Quizás estés en el otoño turolense pero entonces,
también entonces, lo notarás rápidamente por el brillo inexplicable de las
hojas verdes girando sobre sí mismas y cayendo pacíficamente sobre el suelo de
algunos de los parques de la ciudad. También verás un sol tímido y cansino
arrancando los últimos reflejos a los azulejos verdes de las torres moras. Es
cierto, en el otoño turolense se rinde tributo al mudéjar, al modernismo y como
todo el año, al AMOR. Ahora ya, doblando la mitad de noviembre y estirándose la
noche en sus dos extremos, el amor se hace de chocolate con churros y de mesa
camilla, de tertulia de bar y de paseo romántico y solitario por la barbacana del Óvalo.
Doblando las esquinas amarillas de las calles, quizás, si pones mucha atención,
veas a la última beata atarse la mantilla soplada por el viento y a un perro,
unido a su amo por una correa, marcar territorio entre dos escaparates. Los
ciegos en Teruel, y sólo en Teruel, sienten el ocaso por el estruendo de los enamorados
al besarse en este justo instante, al devolverse el beso negado, ese beso hurtado y enterrado en una capilla de San Pedro
hace 800 años. Aciertan a decir, gentes venidas de lejanas tierras, que el otoño
en Teruel es trágica maravilla. Es la espina del tiempo colgada en el vacío eterno del amor y siempreviva dorada cayendo de los muros viejos de esta
vetusta ciudad. El otoño en Teruel es hoja verde y es amor.
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