Quiso despedirse vestido con sus mejores galas.
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¡ADIÓS RAMONA…! ¡QUE TE DEN!
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Su jubilación se había convertido en
un calvario. Andaba por el piso como un ser extraño en un mundo hueco y sin
sentido. Reconocido “bolsista” entre sus viejos compañeros de trabajo, sólo
salía a la calle en las ocasiones en que esta ocupación le daba algo de
sosiego. Su mujer (la Ramona) una fiera sería, y enérgica, le reprendía constantemente a
grito pelado: “¡No vales para nada!” ¡Siempre está en el medio como un
pasmarote! Por todo ello pasaba los días recluido en un cuarto sin atreverse a
asomar la cabeza por la puerta pues, “el sargento”, estaba constantemente de
guardia, ojo avizor. Solía dar un paseo
al atardecer, siempre con permiso de su mujer y tomarse un vinito en el bar de la esquina. A menudo comentaba
entre los amigos de tertulia… no sé… no sé… esta vida no merece la pena
vivirla. Esto es un sin vivir. La angustia me agobia y hay momentos que
desearía dejar definitivamente este mundo.
Así que, un buen día, decidió poner
sus planes en marcha y dejarle este mundo enterito a la Ramona, pero sin nadie
a quien abroncar. Ya gozaba de lo “jodida” que iba a quedar aquella arpía que
andaba siempre con la lengua y la escoba en danza. Cogió el todoterreno y se
subió a San Blas, entró en el bar y pidió un almuerzo, su último almuerzo.
Mientras lo tomaba escribió una carta de despedida a su mujer. La carta fue
breve pues, no tenía mucho que decirle. Lo fundamental y con lo que más
conforme estaba fue la despedida. Una despedida escueta pero contundente, que
salió de aquel bolígrafo azul, marca Bic, que le había acompañado durante años
y años de corregir cuadernos y ejercicios. Lo puso con mayúsculas y, aún, lo
subrayó: ¡RAMONA…! ¡QUÉ TE DEN…! Luego de
leer varias veces el texto y de hacer alguna corrección (era un perfeccionista)
firmó la carta y puso una posdata. ¡Qué se culpe de mi muerte a la Ramona!
Completamente decidido a todo, seguro
de lo irreversible de su decisión, tomó de nuevo el coche y subió hasta la
laguna de Rubiales, esa en la que mueren los valientes. Antes de lanzarse al
agua, recordó los momentos pasados con sus amigos los Gacheros. ¡Qué sabios son
todos! Y qué razón tiene Chusé al no admitir mujeres en el grupo.
Ya se había lanzado al agua cuando le
sonó el móvil que llevaba olvidado en el bolsillo del pantalón. Luego, a duras penas
braceando y jadeando, lo pudo abrir. Era Aujerelio. ¡Oye, le dijo, que el día
30 vamos los Gacheros de lifara a Martín del Río, te apuntas! Una vez que logró,
dada la pertinaz sequía, hacer pie en el centro de la laguna y con el agua
hasta la barbilla le dijo: ¡Sí, sí, apúntame, que ya me moriré otro día. ¿Queeeé…? preguntó sorprendido Aujerelio. Nada, nada, contestó el suicida, ya te contaré.
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Más hombres que mujeres
Un 77% de las personas que decidieron
quitarse la vida en 2012 fueron hombres y un 23% de mujeres. Este mayor
porcentaje de casos masculinos es apreciable en todas las provincias españolas
así como a lo largo de todos los años estudiados (2008-2012). (El Periódico) (Sin comentario)
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