LA RANITA QUE QUISO SER ROJA
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Hay quien piensa que es lo ideal. Que
no hay como vivir alejado de los problemas. Reducir tu existencia a la
relatividad, manifiesta, que imponen los límites de la charca. Dejarte llevar
por las pautas del ciclo anual con sus variantes y variadas estaciones, sus lluvias,
sus vientos, sus noches claras y, ocasionalmente, ver romperse el cielo en mil
pedazos a la par que estalla una magnífica sinfonía de truenos y relámpagos. Aunque más allá de la estanca esté el mundo de las ranas-hombres con sus problemas y complicaciones. Definitivamente ser rana a secas es una ventaja.
Ahora es primavera y toca aparearse. No es cuestión de elegir, simplemente, es
una inclinación natural.
Por el contrario ser rana-hombre es
muchísimo más complicado, desde luego. Pues según las Edades / los siglos y según los ciclos
económicos o los regímenes políticos mucho más todavía. La rana-hombre o la rana-mujer deben
crearse un prestigio… un currículo con el que presentarse ante los demás, ante
el grupo hegemónico.
Veréis lo que le pasó a una rana-hombre
durante el franquismo. Había una vez una ranita que vivía tan ricamente en su charca.
Daba clases en el instituto y en los colegios privados que le llamaban.
Escribía y obtenía algún beneficio de sus libros. Con todo ello creó una familia
y nació en él el deseo de progresar. Para progresar debería entrar en el grupo
de los elegidos. Pero de momento no tenía currículo. El currículo crecía
conforme te oponías al régimen dictatorial imperante. Ser antifranquista era lo
más. Para demostrar que se era y poder ponerlo en tu expediente deberías ser
encarcelado o al menos detenido.
No había manera, la policía franquista
estaba en Babia. Pues, ¿no había despotricado a diestro y siniestro contra
todos los poderes fácticos? A ver entonces, por qué no lo detenían de una
(puñetera) vez. En fin, harto de tanta
apatía y falta de profesionalidad, la ranita ideo una estrategia que
forzosamente debería darle resultado.
Así pues, una buena mañana preparó el
coche y lo cargó con propaganda comunista. La distribuyó entre los asientos del
coche de forma que se pudiera encontrar con facilidad. Luego él mismo llamó a la
comisaría de policía denunciando la salida inmediata de la ciudad de un coche subversivo. Bueno, a partir de entonces todo
fue coser y cantar. Tras la detención se le abrió expediente en el que se manifestaba
claramente que, el susodicho, era DESAFECTO al régimen.
Por fin tenía en sus manos el
codiciado papel. Con él, incorporado a su expediente, se le abrieron todas las
puertas. Ya era, a efectos legales una ranita roja. Pronto le ofrecieron una
plaza en la Universidad creada a propósito para él. Creció su prestigio.
Crecieron exponencialmente sus publicaciones. Sus conferencias eran anunciadas
a bombo y platillo, pues un aura de intelectualidad jamás vista le rodeaba. A
partir de entonces sus palabras eran tomadas como si las de un oráculo de la
verdad, se tratara. Nadie podía cuestionar su manera de ser e interpretar la
realidad que le rodeaba.
Por fin se había incorporado al grupo
de esos pocos elegidos que llevarían al país hacia una felicidad, hasta ahora,
nunca vista.
Ya era una ranita-hombre (roja) feliz. Y
para ello sólo había sido necesaria una pequeña mentira que a nadie había hecho
daño. ¡Pobres ranas de la charca!, pensó para sus adentros, que infelices deben
ser, toda la vida viviendo en los estrechos límites de la charca. Sin embargo
yo… con apenas una pequeña mentira, soy feliz, progreso y además soy admirado y aplaudido por todos.
Pero, entonces, se produjo en la charca
un potente y estruendoso croar que alteró la tranquilidad de todas las ranitas (a secas)
que allí vivían. Esa rana que con tanto brío se dejaba oír parecía decir: ¡mentira!
croac, croac, ¡mentira! croac, croac, croac, ¡mentira! croac, croac, croac,
croac, croac, ¡mentira!… y el sonido se hizo tan ensordecedor que finalmente volvió loco a la ranita-hombre-roja.
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