CONVENTO DE LA CONCEPCIÓN
EN ÉPILA
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Épila fue villa condal y por ello
destacan tres edificios históricos en particular. Se trata de la ex-colegiata
de Santa María, del palacio de los condes de Aranda y del convento de la
Concepción, unido al palacio por un pasadizo sobre la calle.
En esta ocasión veremos el convento
de la Concepción que es un soberbio edificio del siglo XVII y muestra dos
aspectos muy llamativos. El exterior nos recuerda a los palacios renacentistas
con sus ventanas corridas y, a la vez, es de destacar las celosías
de trama mudéjar que cubren todos los ventanales. La fachada principal es de
gran presencia con tejado a dos aguas y sencilla espadaña. Dos grandes portadas
labradas y un blasón imperial nos conducen al interior de su iglesia.
Esta es de planta latina y decoración
mudéjar con esgrafiados. Bóveda de cañón con lunetos y cúpula pintada en el
crucero. Se adorna con grandes cuadros y lápidas que hacen referencia a la
fundadora y hermana del conde de Aranda.
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EL CONDE DE ARANDA
Texto tomado de: Biografías y Vidas,
Conde de Aranda
(Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde
de Aranda; Siétamo, España, 1719 - Épila, id., 1798) Militar y estadista
español. Décimo conde de Aranda, fue enviado a estudiar a Bolonia, pero su
decidida y temprana vocación militar le condujo a alistarse en el ejército
español, en el que llegaría a capitán general de Valencia y Murcia.
Anteriormente, y como embajador, sirvió en Lisboa, Polonia y París.
Después del motín de Esquilache (1766),
Carlos III lo llamó a Madrid y le nombró gobernador del Consejo de Castilla,
cargo desde el que inició el proceso que acabaría con la expulsión de los
jesuitas en 1767, bajo la acusación de actuar contra el rey y organizar
motines. A lo largo de los siete años que estuvo al frente del Consejo de
Castilla, instauró una política reformista basada en los principios de la
Ilustración con la que consiguió el aprecio popular y el elogio del mismo
Voltaire.
Sus crecientes diferencias con Carlos
III lo indujeron a solicitar la embajada de París (1773-1787). En su gestión
diplomática consiguió éxitos tan sobresalientes como la firma del tratado de
paz con Gran Bretaña (1783). De nuevo en España, hizo todo lo posible por
favorecer la caída del conde de Floridablanca, por quien sentía profunda
antipatía.
Cuando éste fue destituido por Carlos
IV (febrero de 1792), Aranda fue nombrado secretario de Estado interino, y como
tal tuvo que hacer frente a las difíciles relaciones con la Francia
revolucionaria. Sostuvo con firmeza una política de neutralidad que no tuvo
arraigo, pues fue destituido a los pocos meses.
Le sucedió Manuel Godoy, que declaró
la guerra a Francia y ordenó el arresto de Aranda, mientras se incoaba un
proceso en el que intervino la Inquisición. En 1795, concluida la guerra con
Francia, se sobreseyó la causa y se le levantó el confinamiento. Aranda decidió
retirarse a la villa de Épila, donde murió.
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