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UN CASO CLÓNICO
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Los hechos que aquí se relatan son
absolutamente ciertos y responden a una suerte de casualidades difíciles de repetirse.
El caso es que el obispo de la diócesis estaba muy preocupado, aunque, decir muy
preocupado no sea del todo acertado. Para ser verdaderamente exacto, debemos señalar que estaba desesperado.
Había recurrido a todo lo humano y lo divino para solucionar el problema que le
aquejaba y no había forma. Así que, ante la imposibilidad manifiesta de obtener
ayuda del Altísimo, decidió entregarse en manos de la Ciencia. Si todo salía
como él quería su nuevo Dios sería la Ciencia. ¡Bien, se dijo, sea anatema!
El asunto que tanto preocupaba al
señor obispo radicaba en que los seminarios de toda España estaban desiertos.
La espantada había sido total. Aquellos rebotaos de cura habían sembrado la
cizaña, con tanto éxito, en las verdes praderas del Señor que ni una sola
vocación, ni aún tardía, llegaba a las puertas de los seminarios, ahora,
entregados a la cría de telarañas.
Y no fue porque el señor obispo no
rezara por las vocaciones, no se mortificara y no desarrollara campañas
intensivas en pos de, tan siquiera, una sola vocación. La fuente de la fe,
pensó desesperado, está seca. ¡No hay manera! ¡El señor no me escucha! Y un terrible
tormento le acompañaba día y noche sin dejarlo descansar un instante.
Pero un día, leyendo distraidamente una
revista de ciencia, encontró un artículo que misteriosamente le llamó la
atención. Se trataba de que un científico, ya hace mucho tiempo, había clonado
una oveja (Doly). También se hablaba de que un tal Steven Spielberg, había
logrado, gracias a la sangre que se conservaba en una ampolla de ámbar, clonar
un dinosaurio. En esos momentos el obispo abrió unos ojos como platos y pensó
para sus adentros: Dios me ha iluminado. Siempre lo supe, Dios escribe derecho
con renglones torcidos, o algo así.
Sin pensárselo dos veces marchó,
aquella misma tarde, hasta el Campus Universitario
de Teruel. Necesitaba información veraz inmediatamente. Tras hablar con el Catedrático
del Departamento de Neociencia y Evolución Humana sus dudas quedaron resueltas.
Pero, necesitaba un seminarista, un solo seminarista o algún vestigio biológico
del que obtener el ADN.
Sin embargo, lo que se prometía
fácil, no lo fue en absoluto. La búsqueda de restos orgánicos de seminarista fue
desesperada. Por fin encontraron uno menudo y famélico que se había quedado
enganchado en el último curso de carrera. Probaron a sacarle algo de sangre
pero las fuentes se habían agotado. Siguieron buscando y, ¡Oh casualidad! En aquella
Semana Santa del año del Señor 2016 un hermoso y rollizo seminarista anunciaba
la celebración de tan famosa Semana Santa Turolense. Estaba gordo y hermosote. Éste.., éste.., éste nos dará buen resultado.
Tras hablar con el seminarista e
informarle del plan, todo quedó aclarado y, éste, acepto servir de conejillo de
indias tal como le pedía el señor obispo
y, a sabiendas, que era a mayor gloria de la Iglesia. Una sola pregunta le hizo
el seminarista al señor obispo. Verá, yo con mil amores haré lo que usted me
pida, pero vea una cosa: Yo soy nacido en El Pobo. Entonces el señor obispo
lanzó una sonora carcajada viendo la simplicidad del pobino y dijo: ¡Mejor,
hijo, mejor! Sabido es que los del altiplano tenéis buenas “ensundias” y
saldrán magníficos seminaristas de tu raza. Puedes estar contento pues, tus
magras, son agradables a los ojos de Dios. Además, este lugar turolense ya había servido anteriormente a la Ciencia con ocasión de la obtención de la famosa POBIDONA.
Y así, en una fría mañana turolense,
se inició el proceso de “fabricación” a través de complejísimas cadenas de ácido
seminarisdesoxirebonucleico, de los nuevos seminaristas que desde ese día en
adelante, llenarían de nuevo los seminarios de toda la provincia.
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Ejemplar válido para la clonación.
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El experimento fue un rotundo éxito. Solamente hay un "pero", que todos salieron sin orejas debido a que en Alcorisa, de tanto como se las estiraron, se las borraron del ADN. ¡Lástima!
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Cadena de ADN, en reserva.
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