TORRE DE TERUEL
CONSTRUCCIÓN: AÑO 1968.
OBRA DE LA CAJA DE AHORROS Y MONTE DE PIEDAD DE ZARAGOZA ARAGÓN Y RIOJA (Ibercaja).
TIENE, 50 METROS DE ALTURA.
ALBERGA. 49 VIVIENDAS
Y
ALCANZA 13 ALTURAS.
*****
***
**
*
**
*
EL DORADO BRIN
*
Todos los años por las mismas fechas
dejaba la escuela. Por la mañana marchaba con las mujeres a recoger rosa. Por la tarde al esbrín. Su
padre no siempre estaba sentado esbrinando o atentó a las conversaciones de cuanto se
decía o se murmuraba pues, de cuando en vez, se levantaba e iba a por más rosa y la extendía sobre la mesa, o
recogía los platos cuando ya estaban a caramuello. El brin, recién quitado de la flor lo llevaba a la recocina y
lo extendía en paños de lino después, poco a poco, lo iba tostando hasta que el
zafrán perdía la humedad. Esta tarea requería mucha habilidad y había que
procurar no pasarse en el tostado. Si acaso quedaba muy húmedo podía echarse a
perder, por ello había que estar atento y darle vuelta periódicamente, con ello, se evitaba que se ocasionaran problemas de secado. El zafrán era un ser vivo. Tan vivo que pasaban los años y todavía
había que darle vuelta de cuando en vez. Cuando el zafrán parecía que ya estaba
bueno, que estaba de guardar, se ponía en bandejas se tapaba con un paño y se
subía al arcón de la alcoba. Allí, junto
a la cama, difícil sería que alguien se lo llevara. ¡Antes la vida!
Para la primavera ya se oyeron
rumores de guerra. Para julio fue el
“alzamiento” y, ahora, el temor a una guerra inminente era más cierta que
nunca. De momento el zafrán, que representaba los ahorros de toda una vida,
estaba seguro en el arcón. Nadie podría pensar que bajo la ropa se escondiera
aquello que significaba la garantía de un futuro más cierto para la familia.
Aquella noche salió a la fresca, ya era verano, y las conversaciones iban y
venían de forma descontrolada. A nosotros no nos pasará nada, dijo el padre del
zagal, nunca nos hemos metido en “políticas”. ¡Cuidau! dijo el apargatero
del pueblo, que cuando el Aguasvivas baja revuelto a todas las piezas les entra barro por igual.
Aquella noche subió a casa y antes de
dormir le dio media vuelta al zafrán. Todo parecía estar conforme. Se echó en
la cama, en aquel mullido y confortable colchón de lana y apagó la luz con la
pera. ¡Hasta mañana María! le dijo a su mujer y, al decirlo, sintió como si la
voz se le tronchase acabando en un hilico fino y quebradizo.
Era casi el mediodía y por la parte
de las eras entró un estruendo de motores, de banderas agitadas al viento y de
polvo alzándose como en una marea inmensa. Llevaban en los capós y en las
puertas pintadas unas banderas rojas y negras con unas letras en negro grueso
que decía: CNT/FAI. Llegaron a la plaza del pueblo y bajaron de los vehículos
con sus armas reglamentarias cargadas y prestos a disparar. Llamaron al Alcalde
y una vez el hombre en su presencia le dijo el de la gorra de plato y pelo rizado
que parecía el jefe: “El pueblo queda colectivizado”. Empezaron por quemar
todos los papeles del Ayuntamiento, toda
la documentación y todo el mobiliario de la iglesia. Pero ahí no quedó la cosa, ya que muchos del
pueblo, percibiendo que había llegado la hora de la venganza se pusieron a
disposición del hombre de los rizos. Le señalaron las casas “buenas” del pueblo
y también… ¡oh perdición!, el lugar exacto en que se encontraban los zafranes.
Todos los zafranes fueron confiscados en nombre de la revolución y llevados a
una sala del Ayuntamiento, que fue cerrada a cal y canto, hasta nueva orden. La
llave se metió en el sagrario de la iglesia y, la otra llave, la que cerraba el sagrario,
se la colgó en el cuello el Jefe del Comité Revolucionario y de la Comuna de
aquel pueblo de la Cuenca Minera Central de Teruel, asentado, a un costado del
río Aguasvivas.
Desde ese día maquinó la forma en que
su preciado zafrán, el ahorro de toda su vida, volviera a sus arcones. Para
ello comenzó dos tareas bien precisas. La primera fue practicar un agujero en
la pared medianera de la sala del Ayuntamiento donde se guardaba el preciado
tesoro y, la otra, iniciar los trabajos para tapiar la alcoba de una habitación
de la casa. Para realizar con acierto
ambas cosas contó con el conocimiento que tenía de los inmuebles del lugar, no
en vano había sido alcalde del pueblo. Pero, además, contó también con la inestimable
ayuda de su mujer, de su hijo y de cierta habilidad innata para los trabajos
manuales.
Tras haber practicado el butrón fue
sacando las bandejas del dorado brin y llevándolas de noche hasta su casa. Una
vez metidas en la alcoba la tapió, pinto con cal toda la habitación y colocó
delante de la nueva pared un trinchante y sobre él un cuadro que disimulaba,
totalmente, cualquier indicio de que aquella pared era nueva. Por último tapó
el agujero o butrón practicado en la pared del Ayuntamiento.
Pasaron los días y la vida de la
Comuna se iba deteriorando poco a poco. La desorganización era total y el ganado
con unas mil ovejas, del que se habían adueñado en un principio, daba ya
señales de irse agotando. Cuando los
alimentos estaban a punto de acabarse el señor de los rizos y del gorro
rojinegro pensó en tomar el zafrán, venderlo y, de esa forma, salvar la
situación.
Así que, tras tomar la llave de
dentro del Sagrario se dirigieron a la
puerta de aquella sala del edificio del Ayuntamiento que guardaba lo que sería
la segura salvación de la Comuna. Giró el hierro en la cerraja con un sonido
lento y enrobinado. Abrieron la puerta, giraron la llave que da la luz eléctrica y no hubo nada. La estupefacción
más absoluta se pintó en la cara de los anonadados visitantes. Allí no había zafrán, ni bandejas, ni tampoco su olor
característico. Todo, absolutamente todo, se había “evaporado” como por arte de
magia. ¡Maldición!, dijo el de los cabellos rizados. Alguien nos ha traicionado
y lo pagará con el pelotón de fusilamiento.
La alarma, la confusión
y desconcierto corrió como la pólvora por todo el lugar. Todo el mundo era
sospechoso y todos los milicianos estaban prevenidos por si en algún momento las
sospechas se centraban sobe alguno de ellos. Se organizó un comité (otro) que
registró casa por casa, bodega por bodega, pajar por pajar… escudriñando los
lugares más insospechado en busca del volatilizado zafrán. Después de los
registros se pasó a la tortura y, a pesar de ella, nadie pudo dar ni el más
mínimo dato sobre el paradero de todo aquel brin que se había guardado en la
sala del Ayuntamiento.
Tras la guerra y, templados los
ánimos una vez que ya había pasado tiempo suficiente, el amo la casa decidió un
día tirar la pared para recuperar aquel tesoro escondido. Así lo hizo en presencia
de la mujer y del hijo. Allí estaba, en perfecto estado de conservación. Tras
comprobar que todo estaba bien, la mujer le dijo al marido… ¿qué haremos con
todo esto, esposo? El hombre calló, pero al día siguiente aparejo los machos, cargó el
zafrán una vez lo hubo bien empaquetado y se bajo a Monreal del Campo donde lo
vendió a buen precio.
La “perricas” las metió inmediatamente
en una libreta de la CAMPZAR, no quería más problemas con aquel material en su
casa. Con su desaparición se alejarían también las sospechas en el pueblo.
Otros muchos, como él, decidieron que
de ahora en adelante transformarían rápidamente el zafrán en dinero. Así que la
CAMPZAR empezó a recibir dinero y a crecer. Pensaron que el crecimiento iba a ser
indefinido, exponencial y la entidad inició la construcción de
grandes edificios. Uno de ellos es éste de la plaza Playa de Aro, el más alto de Teruel y tiene, si
bien lo miras, un color azafranado. Pero pronto el comercio del zafrán bajo y la
gente emigró a otras tierras. De toda aquella época disparatada y dorada del brin, sólo
quedan algunos pocos edificios en Zaragoza y Teruel.
****
***
*
***
*
LO QUE REALMENTE SUCEDIÓ EN UN PUEBLO
DEL VALLE DEL RÍO AGUASVIVAS, CONTADO POR UN VECINO.
*
“Echaron un bando para que todos los
que tuvieran zafrán lo llevaran al Ayuntamiento.
Todos los bandos acababan así:
"el que no colabore será pasado por las armas".
La gente llevó y entregó su propio
zafrán.
Se lo llevaron todo en un camión
pequeño junto con 9 personas, que esa misma noche fusilaron en Muniesa, y
varios cuadros valiosos de la iglesia. Eso fue el 1 de septiembre de 1936.
Alguno ya había retirado algún día antes su parte y algo más del salón donde se
guardaba, y en el año 40 se compró el primer tractor del pueblo.
En Muniesa, la fábrica de plásticos
La Ilusión, cuentan algunos viejos que se construyó con el dinero del zafrán
robado y que luego él mismo lo quiso invertir y fundar una fábrica en la que
trabajaron hasta 30 personas hasta el año 1998.”
*