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viernes, 8 de enero de 2016

Enero2016/Miscelánea. EL VALOR DE UN BUEN MAESTRO/A

Ni los recursos materiales, ni la estricta sujeción a las ratios, son elementos determinantes a la hora de garantizar el éxito o el fracaso escolar. Colegios con dos alumnos en nada pueden contribuir a una de la tarea primordial de la escuela, cual es, la socialización de los alumnos.
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LA AUTORIDAD DEL MAESTRO
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Muchos lo intentaron creyendo haber encontrado la clave de una técnica, de un método, de un sistema educativo único y de valor universal: Freinet, Pestalozzi, Ferrer i Guardia, Owen, Pourier, Freire, Waldorf, Montesori, el Libro rojo del cole o el Padre manjón (por poner unos pocos ejemplos). Pero... La Escuela como institución básica transmisora de la cultura de un pueblo, desde el nivel más básico hasta la Universidad, siempre ha estado politizada, sea el régimen que sea el que administra/controla el sistema educativo de un país. Hay dos razones para su politización: la primera reside en que el sistema educativo es el principal impulsor del cambio/ascenso social individual. Si antiguamente fueron los títulos de nobleza conseguidos por el valor, ahora, se trata del título que te acredita ser autoridad en una materia y alcanzar estatus económico y social. La segunda razón estriba en que a través del sistema educativo se transmiten ideas (ideologías) y valores. Es decir, se realiza la inculcación ideológica.  Con esta práctica pretenden los políticos perpetuarse en el poder y  no han renunciado nunca a ella, ninguno. No existe, por tanto, la escuela neutra o libre… eso es una utopía.
En el tiempo que llevamos desde que murió Franco  hasta la fecha y guiados, casi siempre, por leyes nacidas de gobiernos socialistas, la intromisión del poder en el ámbito educativo a continuado, no con el descaro de la dictadura (se iniciaba la jornada escolar cantando el Caralsol), pero sí de forma más sibilina y patente. Bajo el pretexto de democratizar la escuela se ha socavado la autoridad del maestro hasta límites preocupantes. Una escuela democrática se basa, nos han repetido mil veces, en la equiparación de los tres elementos que la componen: padres/madres, alumnos/nas y… maestros/as. Este triunvirato siempre ha funcionado mal y no faltan los pedagogos solventes que denuncian la deriva catastrófica que ha tenido. Fundamentalmente porque, padres y alumnos, han trabajado activamente para pervertir el sistema. El poder político los ha premiado a costa del maestro. Un ejemplo incuestionable de cesión ha sido el famoso aprobado general. Un sistema basado en la evaluación continua, tema que nos repetían a los maestros una y mil veces, avocaba en un “progresa adecuadamente” irremisible. Con todo, al acabar el primer ciclo de la educación primaria se hacía tabla rasa con los alumnos pasándolos a todos “limpiamente” a secundaria. Da ahí que los informes sobre determinados alumnos (acnes), que debíamos hacer preceptivamente los maestros, no tuvieran ningún valor práctico (papel mojado). El resultado era y es la desmoralización del maestro y la toma de conciencia de que poco más o menos estábamos allí para servir de pim, pam, pum, de padres, alumnos e inspectores.
En este sistema, en el que tan poco importa el maestro, [Magíster: El término maestro deriva de magister y este, a su vez, del adjetivo magis que significa más o más que. El magister lo podríamos definir como el que destaca o está por encima del resto por sus conocimientos y habilidades. Por ejemplo, Magister equitum (jefe de caballería en la Antigua Roma) o Magister militum (jefe militar)], lógicamente, tampoco importan los dos aspectos fundamentales que deben adornar su tarea docente: La formación académica/humana y la autoridad como pedagogo / guía.
Con relación al primer tema, cabe señalar, que se ha descuidado sobremanera su selección y su formación desde las escuelas de formación del profesorado. De tal manera que, se ha estirado la goma en dos direcciones opuesta, dándole mayor rango universitario y peor formación académica. Todos los informes señalan que la calidad del maestro es fundamental para que el alumno obtenga buenos resultados académicos. En esto es un ejemplo Finlandia. Aquí en España el profesor Marina propone siete años de formación para el maestro.
En el segundo aspecto, en el de la autoridad, la cosa no puede ir peor. La autoridad del maestro deriva de su condición de pedagogo o conductor. En la antigua Grecia el pedagogo era el que conducía al alumno  a la escuela. Así pues, actualmente, el buen pedagogo debe tener las claves para conducir, sin menoscabar la personalidad del alumno, en la dirección de su formación integral. Se trata de lograr la educación del alumno que viene a ser lo mismo que la armonía con su entorno personal, social y cultural. De potenciar sus capacidades de discernimiento para que de forma autónoma elija opciones y se posicione de forma solvente en cualquier entorno social, político o cultural.
Una vez que hayamos formado bien al maestro y le hayamos dotado la autoridad que requiere para ser pedagogo o guía, queda por discutir sobre los medios materiales para llevar a cabo la tarea docente y discente. Este apartado crea grandes polémicas políticas y sociales al comienzo de curso (libros, equipación, becas, comedores, etc. etc.) dando la imagen de que se va a realizar un trabajo exageradamente grande y difícil de superar si uno no porta de todo lo necesario y en abundancia. Nada más fuera de la realidad. Convendría poner ahora la mirada en la fotografía de la parte superior de este escrito. Se verá en la foto la precariedad de medios, sin embargo, esta alumna obtuvo una formación excepcional estudiando lo básico en su pueblo. Yo siempre les pedía a mis alumnos, en relación al material escolar dos cosas, al principio de curso: la primera era que compraran lo imprescindible y la segunda… que trajeran al colegio ganas de saber. La motivación es fundamental y aquí si que hay responsabilidad de los padres. La motivación nada tiene que ver con la competitividad (rivalidad para conseguir un fin). La motivación es la actitud que enfrenta al alumno con un maravilloso mundo por descubrir.
Toda perdona sensata deseará para sus hijos una formación sólida, no un título vacío de contenido. Hoy los padres despliegan un afán inusitado por llevar a sus hijos a los mejores colegios y por relacionarlos con personas de buena familia (véase el caso de José Bono). Buscan el título. Buscan el éxito social fácil. Pero fracasan estrepitosamente. Porque no comprenden que la educación no es una ciencia, ni un trámite administrativo. La educación es el arte de poner en armonía al individuo con el mundo que le rodea.
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