LA CARIDAD SE HACE CON EL CORAZÓN
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Es una torre esbelta y alta (seis cuerpos) cuya
silueta se dibuja perfectamente sobre el caserío del lugar. Cuando el cielo es
limpio, arroja en su redol una sombra fina y alargada marcando la hora solar. Hora que sólo coincide con la del reloj mecánico que luce en su quinto cuerpo de
piedra sillar, durante unos cinco minutos antes de llegar a las siete de la tarde.
Pues, antes de las siete de la tarde Segis, el cura del lugar, tocaba las campanas para la misa vespertina. Joaquina, la mujer de Domingo Zeladas, cruzaba la plaza desde el portalón desvencijado de su vieja casa señorial para oír misa. En la portada plateresca del templo gótico-renacentista, una mujer envuelta en telas negras, sucia y andrajosa, pedía limosna a diario.
Pues, antes de las siete de la tarde Segis, el cura del lugar, tocaba las campanas para la misa vespertina. Joaquina, la mujer de Domingo Zeladas, cruzaba la plaza desde el portalón desvencijado de su vieja casa señorial para oír misa. En la portada plateresca del templo gótico-renacentista, una mujer envuelta en telas negras, sucia y andrajosa, pedía limosna a diario.
Su presencia se hace incomoda
para la rica del pueblo ya que todos los días, de una forma demasiado
repetitiva, se renueva la escena. Joaquina lleva dos monedas en su bolso de
mano. Una moneda es la limosna con la que gratifica a la vieja y, la otra, la
suelta sonora, cuando pasa el monaguillo con la bandeja petitoria.
Joaquina no es creyente ni
piadosa, pero por su estatus social tiene que adoptar una conducta de buena
apariencia social. La costumbre ha calado entre las sencillas gentes del lugar
que ya la califican con las dos virtudes que no posee, pero aparenta.
Sin embargo, lo que más molesta a
Joaquina no es la presencia de la pordiosea si no la actitud que muestra cuando
le entrega la limosna diaria, ya que nunca le dio las gracias. Sin embargo, la
mendiga responde a la caridad con una frase que hace cavilar a Joaquina y que,
a menudo por las noches, le quita el sueño: “EL BIEN QUE ME HACES, QUE A TI
VUELVA”.
Su marido le dice que no haga caso,
que no tiene importancia, que se centre más en la educación del hijo que tienen
para espantar esas ideas nacidas del adocenamiento que practica con esa vieja, pobre
e inculta.
Pero la obsesión no acaba, y el
deseo de ver desparecer a la vieja de la puerta del templo sigue en aumento de
forma cada vez más obsesiva. Así que, Joaquina, decide acabar de una vez por
todas con su presencia.
Para Santa Quiteria, 22 de mayo, es
fiesta grande en el pueblo y es tradición la confección en el horno de las
famosas tortas de Mallorca, unas tortas traídas al lugar por la piedad de los
frailes Benedictinos que aquí se establecieron por un tiempo.
Joaquina decide cocer una torta
con un veneno mortal que dará luego a la vieja de la puerta de la iglesia, y
con lo que espera hacerla desaparecer definitivamente.
La pobre mendiga vuelve a casa
con tan apreciado manjar y deja la torta sobre la mesa. Como antaño las casas
estaban siempre abiertas y más las de los pobres. En un descuido entran en ella
unos niños que estaban jugando y con ellos el hijo de Joaquina que toma un poco
de torta, pues la conocía por haberla visto hacerla a su madre. Inmediatamente
cae muerto. Los demás niños llaman a la vieja y, también, a Joaquina.
Nada se pudo hacer por la vida
del niño.
¡Yo, yo lo maté! ¡Ay Virgen de la Salud, socórreme! Gritaba desconsolada
Joaquina con su hijo entre los brazos, como una Piedad.
Ahora comprendo las palabras que la pobre
mendiga decía, gritaba ya sin esperanza, Joaquina.
Desde esta fecha nadie volvió a pedir en la puerta del templo de
Celadas.
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El reloj se paró definitivamente en la hora en que Joaquina acudía a misa vespertina.
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Portada del templo de Celadas.
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