Lluís Companys (líder de Esquerra Republicana de Cataluña
ERC) pasa revista a las tropas en Alcañiz, sus veleidades sobre los
"Países Catalanes" se estaban haciendo realidad gracias a la fuerza
de las armas.
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SIMPLÓN (EL HIJO DEL
CARBONERO), RECUPERADO DE SUS QUEMADURAS CORPORALES, PRESENCIA UNA SINGULAR
CORRIDA DE TOROS EN ESCUCHA
Tumbado en un camastro de aquella
nave que se decía hospital, recordaba los tiempos en que estudiaba con desgana
el catecismo y hacía los mandados de su padre llevando carbón a la estufas de
aquella gélida ciudad cuyos crudos invierno tantos dineros habían hecho ganar a
su padre. Poco sabía Simplón que, en curando las heridas, sería él uno de los
que lo sacara de las entrañas de la tierra. Iba así, el zagal, forjando un
carácter templado y recio como la tierra que habitaba.
La cura de Simplón no progresaba
y el medico de Utrillas informó al Comité que lo mejor sería trasladarlo a
Escucha. En Escucha, pueblo anejo, tenía la titular un galeno socialista y
republicano llamado don Hernando. Don Hernando era un dios en el lugar y poseía
unas dotes magistrales para la oratoria y el mitin político. Tal era su fama,
que los comités republicanos de la contornada se lo rifaban para arengar al pueblo
y sacar adelante sus comunas. A cambio, a don Hernando le dejaban hacer y
deshacer en su negocio. Y desde luego, gracias a su posición privilegiada y con
dinero del común, se había hecho una lujosísima mansión completada con los más
sofisticados adelantos de la época. También tenía en los bajos de la casa una
clínica que atendía, mediante pago, a la gente pudiente de la zona,
particularmente facultativos mineros antes de la llegada del Comunismo
Libertario.
Trasladaron pues, a Simplón, a la
clínica de don Hernando, éste le dio tratamiento a base de unos barros que
elaboraba con agua de una fuente ambarina que manaba en San Just. Mezclaba esta
agua con tierras refractarias que había junto a la boca de la mina Se Verá.
Luego, con la pasta obtenida, untaba el cuerpo del joven. Lo alimentaba con buenos
tronchos de longaniza y buenas tajadas de jamón fruto de las requisas que hacía
el Comité. Con todo ello y gracias a la naturaleza fuerte del zagal, por fin
salió para adelante.
Nada más recuperarse de sus
quemaduras, el Comité revolucionario Local (CRL) lo puso a trabajar en la
famosa mina Se Verá, sin comunicar su restablecimiento al Comité de Utrillas.
Había mucha necesidad de mano de obra y todos los brazos eran pocos. La Cuenca
Minera de Utrillas era de especial importancia para la república y desde
Barcelona se pedían cada día más y más carbón para mover su industria y para
los usos habituales de calefacción y cocina.
Entró Simplón en la mina cubierto
con unos pobres harapos que, si al principio resultaban insuficientes para
calentar su escuálido cuerpo, luego que llegaban al tajo se le hacían
prescindibles por el calor y el aire irrespirable que allí se encontraba. Como
era pequeño y menudo lo pusieron a trabajar en primera línea, picando en el
tajo desnudo y, a menudo, tumbado o de rodillas. La jornada en aquel pozo
infame se le hacía eterna y el trabajo insufrible. Las galerías carecían de
ventilación y el polvo del lignito pronto empezaría a atacarle sus livianos.
Carraspeaba y tenía la garganta siempre
irritada. Ni el agua del buyol aliviaba sus asperezas ni su ronquera. La semana
era agotadora y sólo se descansaba el domingo por la tarde. No había jornal
pues La Comuna proveía de todo los necesario. ¿De todo?
Aquel domingo por la tarde
anunciaron festejos taurinos y todos los trabajadores de la mina estaban
obligados a ir. Pues, además, hablarían destacados camaradas venidos desde
Barcelona para instruir sobre el futuro de la revolución anarcosindicalista y
de la marcha de la guerra.
Cuando la revolución llegó a
Escucha había en el pueblo un cura que apenas contaba con treinta y tres años.
Fue hecho prisionero de inmediato y encerrado en los calabozos de Comité
Revolucionario Local (CRL). Torturado y vejado constantemente se le instaba a
que gritara: ¡Viva el Comunismo!. Sin embargo, Artemio, solamente respondía con
un: ¡Viva Cristo Rey! Tal actitud enfurecía cada día, más y más, a los líderes
revolucionarios que no llegaban a doblegar la voluntad de hierro del curita.
Decidieron que debería servir de escarmiento para evitar que el rumbo de la revolución
se torciera. Así pues, el Comité acordó que ese domingo serviría de lección y
espectáculo público.
Estaba Simplón subido aun carro
de los que, formando círculo, habían conformado una especie de rústico ruedo
taurino. Los mineros, sus compañeros, estaban más atentos a la bota de vino y a
las mozas del lugar que a lo que pudiera suceder en la plaza, cuando llegó un
camión hasta la improvisada plaza y, de la caja del mismo, bajaron a patadas al
cura que iba vestido con sus propias sotanas y a dos prisioneros más. El presidente
del Comité Revolucionario Local le instó por megafonía y por tres veces
consecutivas a gritar: ¡VIVA EL COMUNISMO! El cura, hambriento, demacrado,
torturado y tembloroso, apenas con un hilillo de voz alcanzó a decir: ¡VIVA
CRISTO REY!
A continuación, una miliciana,
con capa pluvial al hombro y con un enorme pistolón al cinto se acerco al cura
e hizo ademán de torearlo: ¡eh, eh, eh, cura! Como el cura lógicamente no
envestía, ésta empezó a insultarlo y a enfadarse. Sacó finalmente la pistola y
le disparo en la cabeza con la misma actitud que cuando el torero va a matar.
Artemio se sintió morir, pero aún tuvo tiempo para perdona a la mujer. La
miliciana le disparó por segunda vez en la sien y Artemio dejó de respirar.
Todos los espectadores aplaudieron “la faena”. Unos por convicción y otros por
miedo. La miliciana, aún tuvo el valor de ir a visitar a la madre del cura:
“Hemos matado a tu hijo el cura”. Como la madre rompiera a llorara la miliciana
terció: “No llores o te mato a ti también, aquí mismo”.
Fue una tarde tremenda de negros
nubarrones y malos presagios. Aquella revolución que al principio le pareciera
a Simplón divertida y bulliciosa, se estaba volviendo macabra. Simplón a
partir de aquella tarde, aunque corto de luces, empezó a comprender que aquella
era una deriva sin sentido y a escondidas se apropió de un cuadernillo de notas
de la mina en el que fue apuntando los episodios más singulares que le sucedían
o que veía. En esta ocasión dejó anotada su versión, que difiere en algo de la
que aquí se describe y que dice así, tomado literalmente del cuaderno de Simplón: "Una vez detenido, mosén XXXXX fue
toreado con una capa pluvial en la misma plaza del pueblo. Las milicias
revolucionarias lo invitaron a gritar: “¡Viva el comunismo!”. Pero mosén XXXXX
gritó: “¡Viva Cristo Rey!”. Estas fueron sus últimas palabras. Luego una
miliciana disparó su pistola al corazón del sacerdote, que cayó herido de
muerte, pero todavía tuvo tiempo para dar la absolución a dos jóvenes paisanos
que fueron apresados y fusilados con él".
Volvió a ponerse de manifiesto
una de los más firmes resortes identitarios del ser humano: la Libertad de Pensamiento y la
imposibilidad de llegar a modificar éste desde el exterior a través del
amedrentamiento o la tortura física y mental. Cuando el torturador, sea del género
que sea, ve la imposibilidad de modificar el pensamiento del torturado o siente
que en su fuero íntimo mantiene las mismas posiciones se desespera y la única
solución que encuentra es su eliminación física pues, con la eliminación física, acaba también con cualquier posibilidad de que el individuo mantenga criterio propio.
Han comprendido los ideólogos
revolucionarios que la mejor forma de crear mentes uniformes y acríticas es el
adoctrinamiento desde la infancia. Por ello, lo primero que suelen hacer es
copar el sistema educativo del país que
quieren dominar. (Evitar la pluralidad a toda costa: "una escuela de todos para todos."
Por primera vez Simplón tuvo iniciativa
propia y pronto comenzó a pensar en la forma de salir de aquella ratonera, de
aquel pueblo desquiciado y loco que lo iba a dejar con serias secuelas físicas
y psíquicas a edad tan temprana. Supo que por el lado de poniente, cerca de
Calamocha, estaba el frente y que no le sería difícil con su experiencia
atravesar las sierras y buscarse la vida en otro ambiente, ambiente que al
menos, le separase del maldito carbón.
Así pues, un anoche de luna llena,
salió del barracón en que dormía con apenas un saquillo de comida que había
guardado de la que les daban para comer en la mina e inició una marcha, nocturna y a ciegas, sin saber muy bien la dirección que debería tomar.
*
***Sucedió, realmente, aunque en otro pueblo de Aragón. Está documentado.