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Desde Aliaga, por el barrando del
Villarejo, subió Simplón hasta el lugar de Campos, que es una aldea perdida en
lo más agreste de la sierra de San Just y en la que no encontró a ningún vecino
que le quisiera asistir. Tuvo que atravesar aquellos inhóspitos cerros sin
comida ni bebida pero, sobre todo, lo que más le mortificaba eran las zarzas y
la maleza rasgado sus pies calzados sólo con abarcas y sus piernas, al
descubierto. Al llegar a Palomar de Arroyos el muchacho estaba al límite de sus
posibilidades físicas. Sin alimentación, caminando por el día y durmiendo
apenas por la noche en alguna clóchina rocosa, el agotamiento y la desmoralización estuvieron a punto de
hacerle desechar toda esperanza de supervivencia.
En Palomar tuvo la suerte de
topar con un camión cargado de gente bulliciosa. Cantaban sin cesar himnos
militares, bebían apurando el trago con desmesurada apetencia y agitaban una
bandera bicolor que llevaban pinchada en lo alto de la cabina del vehículo.
Sobre un fondo rojo y negro llevaban escritas las palabras CNT-FAI. El muchacho estaba descifrando el jeroglífico de letras cuando una miliciana joven lo cogió al
vuelo y lo subió al camión en volandas. Era una mujer fuerte pero agraciada de
cara. En nada se parecía a La Morta, de tan terrible recuerdo. La mujer se
mostró desde el principio cariñosa con el zagal y le preguntó por su nombre.
Simplón me llaman, dijo el hijo del carbonero, sin añadir más comentarios. La miliciana se río como una destalentada,
lo abrazó en su regazo y le dio calor. El muchacho, por un instante, se sintió
feliz y agradecido a aquella mujer que lo acogía con tanto amor y que además le
daba de beber. Tomo el zagal, pues llevaba todo el día sin probar agua ni
alimento alguno, un buen trago de aquel
líquido rojo. Rápidamente le hizo efecto y su cabeza comenzó a darle vueltas
como si estuviera loco. El jefe del pelotón le espetó a la mujer, ¡pero que
bruta eres Juana!, el muchacho irá en ayunas y tú, lo primero que le das es
vino… no tienes conocimiento. Qué conocimiento va a tener dijo otro miliciano
si en Barcelona ha sido puta. ¡Puta sí, espetó ella, pero puta republicana! Sacó
el jefe de su zamarra un trozo de pan seco, se lo empapó con vino y se lo dio a
Simplón. Toma, come, no hay otra cosa…. ya sabes, quiso disculparse, estamos en
guerra. Sin embargo a Simplón aquella guerra le parecía muy divertida. De
momento, comía y bebía de aquel vino que le hacía marearse, no tenía que andar
gracias al camión y aquellas gentes no paraban de cantar.
Pasaron veloces como el rayo por
Escucha y en pocos minutos llegaron al siguiente pueblo. El lugar le pareció lóbrego, feo y renegrido, por el polvo del carbón y por lo oscuro y mal iluminado que estaba.
Fueron directamente a la plaza del pueblo donde se encontraba el Comité
Revolucionario Local (CRL). La plaza, en verdad, era un hervidero de gentes que se
movían en todas las direcciones dando a su vez muestras de una gran
desorganización y de un caos preocupante. Hombres con gorros rojinegros y
grandes pistolones al cinto blasfemaban y se amenazaban unos a otros sin cesar.
En este ambiente, hizo su entrada en Utrillas Simplón y puso pie en tierra.
Al bajar, la mujer le dijo a
Simplón: tú, zagal, no te separes de mí. Y Simplón, que era un muchacho
obediente le hizo caso. Seguramente, movido también por su desconcierto dado el
enorme alboroto que reinaba en el aquel espacio tan transitado.
Se dieron órdenes, se organizaron
rápidamente piquetes con segures, sierras, picos y barrenos de minero para
encaminarse, luego, hacia la iglesia del lugar que estaba muy próxima.
Los hombres echaron abajo la
puerta del templo y comenzaron a destruir, sin el más mínimo reparo, todo lo que
encontraban a su paso. Unos tiraban los altares al suelo, otros los partían con
sierras y hachas y, otros terceros, los llevaban al hombro hasta la plaza donde
se preparaba una gran hoguera. Santos de escayola, crucifijos, tallas
antiquísimas, confesonarios, predicadera, barandillas, órgano…. Todo era
arrancado y pasado por el fuego purificador de la revolución socialista. Nada
quedó dentro de la iglesia, desde la sacristía hasta el campanario, ni desde el atrio hasta el presbiterio. Una vez
todo en la hoguera, la iglesia serviría como almacén al Comité Revolucionario
Local (CRL).
Sin embargo, algo o alguien faltaban
en aquella fiesta revolucionaria. Efectivamente, faltaba el colofón para que la orgía coronara su sinsentido.
En la esquina de la calle que da
acceso a la plaza y proveniente de la iglesia, ya totalmente desmantelada, se
oyó el sonido de un cornetín de órdenes que hizo a todos paralizarse y
cuadrarse como estatuas (por primera vez). Pensaron que algún general llegaba y les pillaba in
fraganti en aquel desvarío. Sin embargo, no fue así. Pronto vieron aparecer la
peana que transportaba a la Virgen el día de las Fiestas Mayores del lugar,
portada por cuatro milicianos perfectamente uniformados. A sus costados, otros
cuatro soldados con antorchas encendidas iluminaban la escueta procesión. Sobre
la peana, una Virgen María del tamaño de un niño, vestida con manto negro y rojo bordado en oro. Sobre su cabeza una corona de oro y entre las manos recogidas en actitud
de oración un rosario de nacar blanco. Cerraba la comitiva Juana la miliciana. Entraron
triunfantes en la plaza mientras que la gente expectante esperaba el final de
este montaje escénico. La corneta tocó y la comitiva dio una vuelta alrededor de
la hoguera.
En un momento dado el Comité
revolucionario dijo al unísono: ¡A LA HOGUERA CON LA PUTA VIRGEN! ¡No!, gritó
Juana. ¡Qué no es la Virgen, que es un niño! No queméis a Simplón. Todo esto es
una broma y el niño no tiene culpa alguna. Para entonces, la peana, Simplón y todos
los aparejos estaban en la hoguera. Juana en un gesto propio de madre coraje, se arrojó
a las llamas y sacó al niño de la hoguera.
Simplón salió del trance con
importantes quemaduras en todo su cuerpo, quemaduras que tuvo que curar en el hospital del Comité Revolucionario (CRL),
naturalmente. Durante su convalecencia, Juana, no se separó en ningún momento
de su lado. Bueno, en alguna ocasión lo hacía por orden expreso del Comité Revolucionario (CRL).
Se trataba de ejecutar unos pagares emitidos por dicho Comité en el que estaba
escrito y sellado el siguiente texto: “VALE POR UN POLVO CON LA JUANA”. Ventilado
el polvo (un servicio), la Juana volvía junto a Simplón (el hijo del carbonero) que pronto empezaría
a trabajar para el todopoderoso Comité en la mina de carbón de Escuita, llamada SE VERÁ.
*** Sucedió, realmente, en el año 1936 aunque no en Utrillas.
*** Sucedió, realmente, en el año 1936 aunque no en Utrillas.
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