Casa que fuera de los condes de Creixell, en San Miguel, tras la Batalla de Teruel
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LOS NIÑOS ALEMANES
ACOGIDOS EN TERUEL TRAS LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
(Pocos saben que en plena autarquía económica, que en el periodo de mayor hambruna de la moderna historia de Teruel, la capital dio acogida y protección a niños alemanes tras la Segunda Guerra Mundial. Un capítulo de nuestra historia, incomprensiblemente silenciado. Seguramente hay cierto pudor, pues la mayoría de los alemanes se implicaron decididamente con el nazismo. Sin embargo, a nosotros, no nos afectan los complejos ajenos. Los niños no son culpables de los errores cometidos por los padres y, consideramos, deben ser protegidos todos por igual: sean alemanes o saharauis. Así lo contempla la Carta de los Derechos del Niño aprobada el 20 /11/89 por la Naciones Unidas.)
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Klaus era un niño alemán que llegó
a Teruel en una expedición realizada entre finales de los 40 y principios de
los 50 del siglo XX. Llevaba por todo equipaje una mochila con una manta de
campaña. No llevaba, ni ropa interior ni exterior, más que la puesta. Paró el
camión en la plaza de la Catedral y bajaron los niños que no venían previamente
asignados a familias. Cada familia de Teruel con cierto poder económico acogió
a un niño, principalmente, altos funcionarios del Estado. ¿Todos realizaron la
acogida? No, ciertamente. Hubo un juez que no fue solidario, alegando que ya
tenía cuatro hijos. Ese niño, Klaus, fue acogido por una familia que no tenía
ni cama para darle. A Klaus se le trató en ese núcleo familiar con destacado
esmero. Mientras que los hijos iban al colegio público, a él, se le llevó a la
Salle (colegio de pago). Se le proveyó de todo tipo de ropa de invierno y de
verano, se le compró una bicicleta (un lujo prohibitivo para un turolense). Su
padre en Alemania le castigaba encerrándolo en un sótano húmedo, aquí se le
llevó al médico y se le curo completamente. Su estancia, que se calculaba en
medio año, se prolongó hasta alcanzar el año y medio.
Volvió el niño a Alemania y siguió carteándose con la familia turolense.
Leía las cartas una señora alemana que vivía en la calle 22 de Febrero, junto al taller de bicicletas de Esparrel, y tenía una casa de campo o viña en San Cristóbal, junto a la de Josefina Martínez. Sorprende el cariño y la entrega que realizaron los padres turolenses con estos niños, ofreciéndoles en tan complicados momentos económicos, caprichos que no osarían dar a los suyos. En este capítulo, Teruel siempre ha cumplido con creces las expectativas.
Buscaremos más datos sobre este
tema pero, es curioso, que no aparezcan referidos en ningún estudio. El silencio
más abrumador rodea toda esta historia. Las familias turolenses de acogida,
consideran que no es importante ventilar este asunto (se niegan a dar nombres). Nosotros creemos que sí,
que es un elemento de nuestra pequeña historia y hay que documentarlo y
situarlo en su justo plano. Todavía más, siendo una ciudad destruida por la
guerra la que, a su vez, sirvió de ayuda a los niños alemanes (doble sacrificio).