EL MOLINO ALTO***
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Una noche ardió por los cuatro
costados. Cuando los Feced dieron aviso, las llamas habían consumido todo el
molino por completo. Quedaron, como rescoldo vivo, las recias vigas del tejado
ardiendo durante varios días junto al Guadalope. Aquel incendio pavoroso, a
nadie se le escapó en Aliaga, había sido intencionado. El molino fue, durante
mucho tiempo, el epicentro de un territorio poblado de masadas. Con la llegada
de la Guerra Civil (36-39) su importancia creció, pues la necesidad de pan para la tropa
era acuciante y su posesión un punto a favor de uno u otro de los
contendientes. Sin embargo, el llamado Molino Alto de Aliaga, por aquellos
milagros de la vida y paradojas de la historia, no quedó en manos ni de las
izquierdas ni de las derechas. Permaneció, gracias a los buenos oficios de la molinera, como un punto neutral que atendía
las necesidades de ambos bandos por igual. Un acuerdo tácito entre combatientes
que se confirmó mucho tiempo después.
Aquilino, el hijo del tio Paco,
llevaba desde siempre trabajando para La Central y no sabía hacer otra cosa que
no fuera acudir a la misma todos los días y montar guardia en sus instalaciones
por si “algo” pasaba. Un día pasó, ya se anunciaba, que La Central cerró y
todos sus trabajadores fueron al paro. Aquilino cogió la indemnización y se fue
a Barcelona, se compró una licencia, un taxi y una guía o callejero de la
ciudad. Se aprendió pronto los entresijos de la Ciudad Condal y la vida se le volvió de nuevo
rutina…, era su destino.
Aragonés y campechano, a Aquilino
le gustaba dar conversación a los clientes, que ascape le decían reconociendo
el acento: ¿es usted maño verdad? A lo que él respondía invariablemente… “y a
mucha honra”. Cierto día de tormenta estival, cuando recias cortinas de
lluvia caían sobre las Ramblas, le paró un cliente. Montó un hombre
completamente mojado y renegando de su suerte. El de Aliaga le atendió y le
aplacó la ira como pudo. Como el catalán reconociera, pronto, la campechanía y
acento del maño, le inquirió. ¿De dónde es usted, por qué… usted es maño,
verdad? Aquilino respondió que sí, que maño pero de Aliaga. Un pueblecito de
Teruel perdido entre montañas fantásticas. Inmediatamente, el cliente catalán,
a pesar de la fama proverbial de tacañería que les delata, le señaló: aparque
el taxi, deje el taxímetro en marcha y… hábleme de su pueblo.
Sucedió en la pasada guerra en el llamado
Molino Alto, regentado en aquellas fechas por una guapa y diligente molinera.
La mujer se las había ingeniado para que ni las derechas ni las izquierdas le
tocaran el molino ni le arruinaran su negoció. Acordó con los jefes de ambos
frentes que cada día harían guardia en el molino dos soldados, uno de cada
bando, y que se molería por igual para cada parte contendiente.
Desde buena mañana en el
molino los dos soldados montaban guardia y vigilaban la molienda para que el
acuerdo de caballeros, pactado, se cumpliera. Así sucedía y así se cumplía con
escrupulosidad matemática. El día que molía el bando nacional quedaba esa noche
a hacer guardia, el soldado franquista. Por el contrario, al día siguiente,
quedaba de noche vigilando el molino el soldado republicano. Pronto empezaron,
sin embargo, las rivalidades entre ambos al caer prisioneros, ambos, en los
brazos de la molinera durante la noche
de turno de guardia. La molinera no los amaba, pero creyó asegurar así su
negocio dándoles un amor que a ella le sobraba. Por el contrario los soldados,
jóvenes y fogosos, se entregaron al amor con una pasión salvaje y
descontrolada. Nada más caer la noche por entre las aristas rocosas que
circundan el valle, el amor se desparramaba, a orillas del Guadalope, como un río
de semen incontrolable. La molinera no acertaba a distinguir cual de los
soldados era más fogoso, ni en que lugar del molino encontró el orgasmo más
placentero. Todas las dependencias del Molino Alto fueron, una u otra noche, cuna del amor y centro de la
lujuria más apasionada e incontenible.
Creció el amor y creció con él,
los celos de los jóvenes soldados. Las miradas entre ambos eran desafiantes y
retadoras. La sospecha y la duda les devoraban hasta que un día las tropas
franquistas avanzaron y los soldados no se volvieron a ver jamás. Pasó la
guerra y pasaron los años. Los celos seguían vivos en ambos contrincantes.
Ambos volvieron por separado a visitar a la molinera y a ambos los despidió señalándoles
que nadie ocupaba su corazón, sólo el molino era el centro de su atención.
Una noche ardió el molino y la
noticia apareció en la página de sucesos de los periódicos. Al leerla, ambos
pensaron que su rival había sido el culpable del incendió, pues ahora, el depositario
de los celos era el mismísimo molino.
Creyó el Ayuntamiento de Aliaga,
que este molino sería un espacio excelente para el ocio y el recreo. Hizo un
hotel, renovó toda su estructura y lo museizó. Sin embargo, a pesar de su
renovación total tras el incendio, los que han pasado la noche en él dicen
sentir en las anochecidas, suspiros y gemidos amorosos, ruido de viejos jergones, palabras de amor
apasionadas y juramentos de fidelidad eterna en los lugares más insospechados
del Molino Alto de Aliaga.
*** Sucedió realmente, pero en otro lugar de la provincia.
*** Sucedió realmente, pero en otro lugar de la provincia.
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