NUEVAS E INÉDITAS
AVENTURAS DEL HIJO DEL CARBONERO
(ALIAS SIMPLÓN)
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A raíz de la visita que el padre
de Simplón hizo al maestro, nació una amistas pasajera que se fue afirmando
conforme pasaban los días e iban menudeando los regalos que el bueno del
carbonero hacia al maestro. Sabedor el hombre, de las penurias que pasaban los
maestros en aquella época y que éstas eran acrecentadas, en la pequeña ciudad provinciana,
por el severo frío de aquellos largos inviernos. Procuraba el carbonero, con el
fin de predisponer al maestro a favor del hijo, mandar a Simplón de vez en
cuando con un carretillo lleno de carbón y leña.
Verdaderamente el maestro agradecía
los regalos, regalos que aprovechaba para quitarse ese frío que había penetrado
en sus huesos mientras enseñaba por tierras del Maestranazgo. Saludaba, el
maestro a Simplón, cuando le llevaba el cargamento calorífico a la vez que le pasaba
afectuosamente la mano por la oronda
cabeza, mientras exclamaba: ¡Gracias Simplón, gracias!
No dejaba de pensar en las
proporciones de la “almendra” que gastaba el zagal y de hacer alguna que otra
broma sobre su monumental cabeza delante
de su mujer: “Tan gorda como hueca”, solía comentar, mientras la mujer le
advertía que tuviese cuidado, pues si un día
esos mismos comentarios los hacía delante del padre, éste se podía
molestar. Aseguraba el maestro que había alcanzado con el padre una sólida
amistad, y que ésta, era inquebrantable.
Pasó varios inviernos el maestro
y su mujer, tan ricamente, gracias a los regalos carboníferos que les
suministraba su amigo. Simplón era torpe, pero el maestro todo se lo perdonaba al
advertir que su vida, gracias precisamente a su corta inteligencia, era más
llevadera y su reúma iba mejorando poco a poco.
Había pasado el inverno y llegó el
mes de junio. Aquel año, a Simplón, le tocó realizar la Primera Comunión. Al
niño le compraron un traje muy mono de capitán de la marina. El traje le venía
como un guante pero, al enfundarlo en él, destacaba con singular relieve el
enorme cabezón. En la tienda le recomendaron que no le comprara gorra, pues la venta de textiles iba muy bien ese año y no querían apurar el tejido almacenado.
Tras la ceremonia se realizó un
banquete en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Banquete al que, por
supuesto, estaban invitados el maestro y su esposa. Ya a los postres, se realizó
la entrega de regalos. El maestro, agradecido por todos aquellos años pasados,
le regaló una pluma estilográfica marca Parquer, para la que no escatimó en el
precio. Como este acto era, también, la despedida de Simplón como alumno, el
maestro por un lapsus mental o por un hartazgo acumulado durante años con el alumno
le espetó: ¡Anda que no nos ha costado meterte el catecismo en esa hermosa
cabezota que tienes!
Oído el comentario por el padre, montó
en cólera contra el maestro y lo trato de miserable, pobretón y mentecato. Visto lo
cual, aquí se acabó la amistad con el carbonero. La mujer del maestro le dijo a
su marido: "QUIEN DICE LA VERDAD, PIERDE LA AMISTAD."
Así quedaron las cosas hasta que
el carbonero, convencido de la inutilidad del zagal para el estudio, lo metió a
pastor. El buen hombre le compró al zagal un atajo de ganado y una máquina de
hacer fotografías para que aprendiera a reconocerlas. Fruto de esta nueva
experiencia vital en la vida de Simplón nació su afición y amor a sus congéneres
los borregos.
En próximos capítulos veremos las
vertiginosas aventuras y las simpáticas andanzas de Simplón en el mundo del
pastoreo y la trashumancia.
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