Trabajo en una empresa de mendicidad y recorro, a
menudo, los portales de las iglesias y de los supermercados. Horas y horas
delante de las puertas a la espera de la salida de los misericordiosos
feligreses o de los caritativos clientes que atiborran sus coches con miles de
cosas superfluas. Soy de un país lejano y tuve que venirme a España acosado por
la miseria. No vuelvo a mi país porque aquí, mendigando, sobrevivo mejor que
allí. Si la gente es buena, recojo bastante dinero, y aún, mando algo de dinero a mis padres que
apenas tiene para vivir. Hoy me han traído a esta iglesia, no sé ni cómo se
llama, pero está rodeada de unos hermosos castaños en flor. La gente de esta
zona, que aquí viene a misa, es caritativa y siempre deja algunas monedas en mi
cajita. Yo, siempre, les doy las gracias. Con lo que a ellos les sobra yo y mi
familia vivimos y gana el “señor” que nos dirige y
nos reparte por la ciudad.
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