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miércoles, 29 de mayo de 2013

Mayo2013/Miscelánea. LA FUENTE DE LA IGLESUELA DEL CID

AGUA Y PIEDRA
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El viajero, si es verano, puede saciar su sed a la sombra del cobertizo con las frescas aguas de la fuente de La Iglesuela. Aguas que, advierte el azulejo, no llevan cloro. Atravesar el puente, beber agua de la fuente, refrescarse en la soledad de lavadero que cae al otro costado de la calle, es una delicia difícil de entender por el urbanita. Luego, con pausa, se detiene la vista por un momento en la torre de Los Nublos. El viajero piensa en esconjurar a su jefe o a los inspectores de hacienda. De momento aplaza la cuestión pues en este lugar abunda la paz y la tranquilidad. No hay peligros que acechen y la comida es buena y abundante en casa Amada. Nosotros comimos en El Convento y la cosa estuvo muy bien. Pasear por el lugar. Reconocer las historia de sus habitantes en las fachadas de sus casas. Penetrar en los palacios y violar su intimidad. Lonjas, puertas, pasadizos, mazmorras, soportales, escudos heráldicos… e inmediatamente la piedra y el agua. La Iglesuela del Cid se agota en si misma, es un espejismo del dieciocho, un exceso para estas tierras. Un nombre resuena sobre todos los demás: MATUTANO. La lana que se esquila, que se carda, que se lava, que se varea, que se empaca y… que se lleva a Vinaroz para embarcarla en un flete con destino a otros reinos. La Iglesuela era el epicentro de la lana en el XVII y  XVIII. Ahora es turismo y piedra. Piedra seca que trajo moros y paquistanís con ocasión de la burbuja inmobiliaria. Cada vez menos piedra y más turismo.
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Barranco de la Fuente de los Sabares.
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