LIB(E)ROS-LIBROS
Entramos en Libros rozando la
Peña del Cid. Es tierra de frontera y a dos pasos está ya la raya del Rincón de
Ademuz. Ademuz, es un territorio administrativamente valenciano pero de corazón
turolense. No hay disputas, ni nada de nada. Buena vecindad y unión por lazos
familiares firmes y profundos.
Paramos en la plaza de la iglesia
y el sacristán ya había abierto las puertas del templo para joriarlo. Pronto
vendrá Juan Domingo Esteban a “decir” misa, mientras, entramos al templo.
Es un templo del XIX y neoclásico
lo cual es una novedad a resaltar. Tiene tras naves, el coro en alto y la torre
a los pies. Por dentro está desmantelada. El retablo mayor no han sabido
decirme de donde lo trajeron ¿De la Merced de Teruel? Como el retablo “no pega”
pues el titular es San Juan Bautista, a éste le han colocado en una hornacina
en el presbiterio, lado de la Epístola. Justo en frente, y también en el presbiterio,
nos llamó la atención un cuadro, que en principio nos pareció sobresaliente.
Fotografiamos la firma y resultó ser de Gregorio
Villarig del Cacho, pintor prácticamente
turolense. Pintó este cuadro por encargo, y sobre el pueblo de libros colocó la
Virgen de Rafael, seguramente, por indicación de la patrocinadora.
Si prescindimos de la
arquitectura, del resto del templo no quedó nada (quizás la pila bautismal).
Todo se quemó y, dice el sacristán, que el vio quemar los santos y que en la
iglesia se hacia cine y otras cosas…
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GREGORIO VILLARIG DEL CACHO
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Tomado de la Gran Enciclopedia Aragonesa.
Tomado de la Gran Enciclopedia Aragonesa.
(Valencia, 21-V-1940). De padres aragoneses,
vive en Zaragoza desde los tres años. Estudios parciales en la Escuela de Artes
y Oficios de Zaragoza. Muy buen montañero que tiene un grave accidente, lo cual
es clave para su dedicación a la pintura.
Su primer período, 1966 a 1975,
se basa en un paisaje que evoluciona para imponerse lo plástico sobre lo
temático, de manera que desemboca en una casi abstracción mediante planos y
líneas. Cuando cambia el lienzo por el panel incorpora sus típicos colores
fuertes a base de verdes y azules —que tanto han influido en algunos pintores—,
los cuales aplica con una pincelada que produce un resultado parecido al
esmalte.
A finales de 1975 incorpora, con
o sin paisaje casi abstraído, una muñeca realista, con frecuencia de contenido
crítico-social y al mismo tiempo un breve período con desnudos femeninos y
retratos flotando en el espacio, mientras que de las muñecas nacerán masas
abstractas de ondulantes planos. En 1977 añade a las muñecas banderas y cajas,
para permanecer las cajas, de cuyo interior salen formas nubosas y fondos
ajedrezados sugeridos por las baldosas del estudio. Predominio de los azules.
El ajedrezado desaparece hacia 1978, quedando unas nubes que generan mágicos
efectos de claroscuro dentro de sus personales azules y verdes.
En esta continua evolución en la
que todo permanece abierto hacia nuevas experiencias, de manera que los logros
de unas obras son punto de partida para otras investigaciones plásticas, su
última fase pictórica es un cambio radical por técnica y temática. Villarig vive
junto al canal de Zaragoza. Un día, en 1990, se le ocurrió el canal como único
tema, pero ahora con una técnica hiperrealista depurada al máximo. Reflejos del
agua como único tema o acompañando a sencillas plantas como si estuviesen
fotografiadas, reflejos de figuras humanas y de edificios, flores elevándose al
cielo, son asuntos de una sencillez apabullante. Aquí demuestra, de nuevo, su
condición de artista, capaz de embrujar mediante la cotidianidad observable por
cualquier persona, pero acotada por el pintor en un simple lienzo y a través de
un inigualable sentido del color, tan real como sorprendente.
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Pila bautismal.
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