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Maese Guillermo estaba
endemoniado. Tramacastiel entero desconfiaba de su presencia en lugares
privados por temor a su poder maléfico sobre los hombres y a su capacidad
seductora con las mujeres. El pacto con
el diablo era claro, notorio y la Inquisición andaba tras sus pasos. Por eso, la legada al lugar del conde de Fuentes se sintió como un freno al padecimiento de la gente de la villa.
Aposentado que fue, éste, en las salas del castillo roqueño y con la mirada
puesta en los otoñales paisajes que dibujaba el río Tramacastiel, Don Sancho,
del linaje de los condes de Fuentes, llamó a su
lugarteniente y le amonestó: que se presente ante mi, inmediatamente, maese
Guillermo el endemoniado.
La llamada a capítulo del mejor
alarife de la villa y de toda su redolada, con el apelativo de
íncubo y súcubo, se recibió con la justa esperanza de que el rigor del señor conde caería por fin, sobre aquella cabeza descarriada que infundía el
temor y el desasosiego en todos los estamentos de la población.
Ya en su presencia, el de Fuentes dijo a Guillermo estando éste postrado y con la cabeza humillada. Ves hijo mío
este membrillo que he colocado sobre la mesa. Como ya sabes, el membrillo es
una fruta que entra por la puerta y sale por la ventana. El alarife, todavía no
sabía en que dirección iba a ir la tormenta que presentía iba a caer sobre su
cabeza. Me han informado de que eres una endemoniado, un ser impuro, íncubo y
súcubo a la vez, la hez de la sociedad. Ni un gesto, ni un músculo, ni siquiera
el aliento osaba salir por las nariz y boca de Guillermo. Tengo preparado para ti un
encargo que te redimirá de morir ajusticiado en la Peña de la Horca Vieja. Tras un silencio prologado en que el tiempo
pareció detenerse como por encanto en aquella estancia, prosiguió con tono
pausado pero firme. Para cuando el membrillo se pudra en esta misma mesa y
tenga que ser arrojado por la ventana, tú, ser inmundo, me habrás construido
una iglesia según los siguientes parámetros anotados en este pliego. El
lugarteniente largó a Guillermo, con desaire, los pliegos que contenían los
planos de la pretendida iglesia y le indicó que se retirara de la presencia del señor conde, pero sin darle la espalda. Así lo hizo el alarife. Una vez en la
puerta del Castillo, descendió como la centella hasta la casa que tenía junto a
la ermita de Santa María.
Una vez desplegados los planos, en
su casa y a la luz de una mortecina vela, exclamó maese Guillermo asustado:
¡Imposible! Una iglesia con su torre, su
reloj y de estas dimensiones, no es posible hacerla en el tiempo que tarda un
membrillo en pudrirse. Ya se veía el alarife con su cuello pendiendo de la
famosa Peña de Tramacastiel, cuando recordó que, en la provincia, había un
herrero que había tenido tratos y pactos secretos con el diablo igual que él, pero el pancrudino, se había salvado a base de mucha sabiduría e ingenio. También supo que su habilidad e inteligencia era tal que abarcaba todas las ramas de la ciencia de su época y que estaba realizando aparatos para medir el tiempo a base de una complicada maquinaria hasta ahora desconocida. Contactó pues con dicho herrero, expuso su problema y le pidió una solución. Una
solución que dejó asombrado al de la ribera del Alto Turia.
Verás, dijo el pancrudino, deberán
comenzar las obras sin más tardar en este año de 1706. Estamos a mediados de
noviembre y los membrillos todavía tardarán en pudrirse. Mientras tanto, yo
trabajaré en un invento que podrá sacarte del apuro. Para final de año llegó el
herrero de Pancrudo a Tramacastiel con un enorme artefacto cargado por piezas, en dos mulas. Desmontó y montó reloj con
una pericia y una paciencia infinita. Cada pieza era repasada, engrasada y
sometida a mágicos conjuros. Lo que en casa del alarife sucedía no era conocido
por nadie, y nadie osaba acercarse ni preguntar por tan secretos trámites.
Por fin habló el herrero de
Pancrudo. Verás, dijo, la clave está en la última noche del año. Debemos poner
en marcha el reloj a las doce en punto, en el mismo instante en que se cambia de hora
de día y de año pero manteniendo parada la manecilla que señala el año en el
que estamos, es decir el 1706. De esta forma le ganamos un año de ventaja al conde y el membrillo no se pudrirá porque permanecerá enclaustrado en el
tiempo. Durante este periodo de no existencia, la gente permanecerá en el
limbo, sin percatarse de nada. Mientras tanto, un ejército de demonios trabajará
día y noche para construirte la iglesia.
Qué precio debo pagar por ello, dijo maese Guillermo al de Pancrudo. En
realidad, ninguno. Ya tienes tu alma vendida al diablo por dos veces (íncubo y
súcubo) y careces de valor, tanto para el Altísimo como para el Maligno. Tu
precio será la VIDA ETERNA, vivirás eternamente y deberás estar, siempre, al
cuidado de este fantástico reloj. La maquinaria deberá funcionar sin descanso
por los siglos de los siglos. Si acaso fallaras en la tarea, tu cuerpo se
convertirá en la arena de una ampolla cerrada de vidrio que, también, marcará todos los días de tu vida en adelante y también eternamente.
A día de hoy, 16/11/2014, maese
Guillermo sigue engrasando el reloj de la torre de Tramacastiel con apasionada
obsesión.
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Sea cierta o no la historia, el sacristán que nos ha acompañado hasta lo alto
de la torre y que nos ha mostrado con orgullo la maquinaria, ha dejado en nuestros
oídos unas palabras que nos han hecho temblar de terror: “Funciona con una
endiablada precisión, lo engrasa Guillermo, el maestro”.
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El "Fraile y la Monja"
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Restos del castillo
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Guillermo López, residente en Tramacastiel.
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