ANENTO, EL AGUALLUEVE Y UN GATO EN UN RECODO DEL JILOCA
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En el Mioceno, para la fe ya existía Dios y para la razón el gato, sin embargo, en este periodo de la historia física de nuestro planeta, los goznes de la tierra se comprimieron dando como resultado un maravilloso mundo de formas onduladas y colores apasionantes. Así aparecieron las grandes cordilleras,
los grandes lagos y, luego, los verdes y paradisiacos valles (el Paraiso Terrenal lo sitúa la Biblia en un valle). Pasaron muchos años, el agua fue
cavando cauces sobre la tierra y de los costados del valle, abiertos en herida,
surgieron fuentes de agua clara y cuevas en cuyo interior llovía. Se formaron
las estalactitas y las estalagmitas durante siglos de cálido y calcáreo goteo.
Vaciaron los arroyos sus aguas en el río y, el río, dio vida. Pero todavía las
cosas no eran ni grandes ni pequeñas, ni existía el bien ni el mal, ni el día
ni la noche. Tuvo que aparecer el hombre sabio, complejo, hábil, a veces díscolo
y, otras sublime, para ponerles nombre. Habitó el valle, sus cuevas, y tomó posesión de todo cuanto la extensa y amplia naturaleza, le fue pródiga. Al río le llamó Xiloca y a
las cuevas donde llovía el agua “Aguallueve” y Arguilay. Pero la vida era dura
y el trabajo fatigoso. Tardó el hombre en poder apreciar la belleza de las
formas que ofrece la naturaleza. Para cuando esto fue un recurso económico,
Anento puso calzadas, farolas y bancos en los caminos. Apuntó con escritura en
las flechas la dirección hacia el agua, la frescura del paisaje y la belleza de
la naturaleza aquí rendida. Puso tras una puerta un impresionante retablo gótico.
El Jiloca entonces se sintió muy importante porque las bellezas naturales y las
creadas por el hombre competían. Ya era otoño y los árboles del valle lloraron
sobre la tierra gotas de hojas amarillas con las que el minúsculo cauce quiso
rendir tributo al mar. Fue para entonces cuando llegaron a Anento los gacheros de la mano de Benjamín
quien, desde lo alto del castillo, nos fue señalando los gozos de un valle con
su propio microclima. Allí está el RECUENCO. Por allá se va al AGUALLUEVE. A ese
otro le llaman, TORREÓN CELTÍBERO. Ver,
oler, acariciar al gato y dar de comer al perro durante la marcha. Visitar el monumental retablo de
la iglesia, callejear, tomar un refresco en el bar... Esto es Anento, luego, tomas el barranco
entre frondosos árboles para llegar a Baguena de Bernabé de tan increíbles como
heroicas historias.
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