Veleta de forja modernista en la torre de Calamocha.
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CALAMOCHA, OTOÑO Y EL JILOCA
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Desde que nace sufre
intermitencias y hay dudas sobre su verdadero nacimiento. Se abre, luego, desde
el hondo de los ojos más profundos, pero ya, agua pura y rotunda. Llegando a Calamocha
ya se siente cantarín y capaz de fecundar una y mil vidas. Besa la iglesia de
Santa María la Mayor por sus espaldas y no quiere ver su monumental fachada. La
portada es mixtilínea, barroca, dieciochesca como un retablo mayor puesto en la
calle para que todos vean su hermosura, sus columnas compuestas, sus detalles... La calle Castellana
baja barro de tormenta, y agua de nieve, y hielo de páramo jilocano. La plaza
de España sabe a munícipe, a curia y a veleta modernista sobre la torre. Hacia la huerta el río nos sorprende con
la dulzura de su agua represada en azud tras pasar el Puente Romano. Hay una fábrica
de luz y otra de mantas, ambas cerradas. Hay lavadero de lanas… hay flujos y reflujos de agua, sumideros, surgencias y
un convento de monjas muy vacío. Palacios señoriales por la calle Castel y perros
lamiéndole la pierna a San Roque omnipresente. Deliciosa vereda del cauce del Jiloca cubierta
de hojas amarillas de chopo y de noguera. Unos adolescentes sobre el puente estudian
la historia de Roma en este tres de noviembre vacacional. Hasta el cauce llegan los ecos de
la feria, el ruido de motores, el sonido constante del dinero que va de mano en
mano. Es Calamocha, capital del Jiloca, mal que le pese a Daroca. Una anciana
barre hojas en el camino hacia su casa mientras el pelo se le cuaja de un otoño
apacible, cálido y novembrino.
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