Lagascalia
es una revista internacional de Botánica de
periodicidad anual, editada por el Departamento de Biología Vegetal y Ecología
de la Universidad de Sevilla y publicada por el Secretariado de Publicaciones
de dicha Universidad. Está dedicada a la publicación de trabajos inéditos
originales sobre plantas vasculares, preferentemente de la Región Mediterránea.
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EN 2014 SE CUMPLE SU 175 CABO D´AÑO
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RELATOS HITÓRICOS
RELATOS HITÓRICOS
GAUDIANO LAGASCA Y TOMASA MARÍN
(Encinacorba 1820 - 1823)
Por José María Cebrián Muñoz
Mariano, aquel zagalote nacido de
Ramón y Manuela en el año del Señor de 1776, había sido reclamado y nombrado
diputado electo a Cortes Generales por el viejo Reino de Aragón. En Madrid ya
era una figura destacada en el mundo de la ciencia y los liberales querían
tenerlo a su lado. En su villa natal, sin embargo, la noticia no sorprendió; el
chico había destacado desde muy niño por su enorme agudeza e ingenio. Desde que
el 5 de marzo de 1820 proclamaran la Constitución de Cádiz, “la Pepa”, en
Zaragoza, muchos pensaron que, por fin, las cosas iban a cambiar para siempre
en España. Y todo Aragón se unió al movimiento revolucionario que pondría fin a
la monarquía absoluta al menos de momento. Los tres años siguientes fueron muy
fructíferos para don Mariano, científico e intelectual, cuyo discurso de
apertura del curso académico en el Real Jardín Botánico de Madrid sorprendió a
todos por su clarividencia y ecuanimidad. Mariano fue miembro de la Comisión de
Educación en la que se propuso la enseñanza universal y gratuita para todos los
españoles. Memorable fue también la Comisión de Sanidad, en la que, por primera
vez, se dotaba de un proyecto de salud a la Monarquía Española. Por esas fechas
llegó a la villa un destacamento militar que clavó en el Planillo la “Losa
Constitucional” emprendiendo rápidamente la marcha en dirección a Paniza.
Apenas ventilado el polvo que levantaban los caballos, las gentes salieron a la
plaza a curiosear sobre lo acaecido. En el mismo carasol del Esconjuradero se
especulaba sobre los conceptos que esos días se manejaban: constitución,
liberales, realistas, trono, altar... Pero poco sabían las gentes de cuestiones
políticas y hubo que esperar hasta el domingo para hacerse una idea cabal de
los sucesos hasta entonces observados. El infierno era seguro para quienes
hicieran caso de esas doctrinas liberales y demoníacas que atacaban la esencia
de nuestra religión católica única y verdadera, dijo el cura en el sermón de la
misa dominical. En ese mismo momento, la villa quedó dividida en dos bandos, en
dos opiniones, en dos maneras de ver el mundo. Habían nacido las dos españas y
parecía ya, muy lejano, ese otro 19 de marzo de 1812 en que se proclamara en
Cádiz nuestra primera Constitución. Se ponía en marcha una Constitución que
había nacido bajo el signo de la justicia, la libertad y la igualdad ante la
ley. Gaudiano solía bajar todas las tardes hasta el herrador del portal de la
fuente. El ambiente allí era bullicioso entre el ir y venir de las caballerías
a abrevar al pilón, el sonido de los martillos sobre el yunque de la fragua y
los gritos del herrero tratando de calmar a las mulas que iba a herrar.
Mientras, los mozos liaban de la petaca y hablaban de lo que esos días sucedía
en la villa. Sucesos importantísimos decían unos. Por fin se pondrá fin al yugo
de la Encomienda y cada uno será dueño de sus tierras sin tener que pagar
tributo al clero. Los mozos, a pesar de lo trascendental de la conversación,
giraban la mirada cada vez que una moza llegaba con el cántaro a llenar agua a
la fuente. Si la casa tenía moza casadera se gastaba, por esas fechas, mucha
agua. Tomasa tenía 18 años; vació el cántaro y el botijo en la tina del corral para
hacer el último viaje a la fuente ese día. Gaudiano vio a la moza con el botijo
y supo que esa era su oportunidad. Apuró el cigarro y se despidió de los
amigos. Se acercó a la moza y le pidió permiso para llevarle el botijo. Tomasa
con un gesto aceptó el ofrecimiento. Caminaron uno al lado del otro en silencio
calle Mayor adelante. Tomaron la segunda calle a la izquierda para luego
encarar la calle del Pilar. Al llegar a la puerta, él se despidió con un:
“Hasta mañana, Tomasa”. Ella, sin apenas inmutarse, le contestó con otro
lacónico: “Hasta mañana, Gaudiano”. No era bueno ni malo, no había esperanza ni
desesperanza, simplemente era lo establecido. Era el protocolo no escrito, pero
repetido generación tras generación. Luego, después de que el amor fuera creciendo
en sus corazones, vendría el noviazgo, la aceptación o el rechazo de los
padres, la entrada en casa, las capitulaciones matrimoniales y un largo
etcétera que habría que recorrer durante tres o cuatro años; amén de la
bendición del cura para que Gaudiano llevara a Tomasa ante el altar. Cuando el
padre de Tomasa se enteró de las pretensiones de Gaudiano montó en cólera. De
ninguna manera iba a aceptar que su hija se uniera al hermano de ese
“liberalote”, “afrancesado” y enemigo de la patria y de la religión. No, de
ninguna manera. El honor de su familia no podía ponerse en entredicho.A parir
de ese día, Gaudiano no faltó ninguna tarde a la tertulia del herrador. Allí
las conversaciones giraban casi siempre en la misma dirección y trataban de
adivinar las intenciones tanto de los constitucionalistas como de los
realistas. Unos repetían casi de memoria los encendidos discursos del cura en
la iglesia, discursos en los que las palabras que más se escuchaban eran trono
y altar. Otros se apoyaban en los artículos del Diario Constitucional de
Zaragoza, cuyos números llegaban hasta la villa en el correo que circulaba por
el camino Real. Gaudiano, apenas veía llegar a Tomasa con el cántaro y el
botijo, abandonaba la tertulia. Esa tarde noche ella le dijo que Capapé, un
cabecilla rebelde, estaba en Aguarón y que su padre había abandonado la casa
para abrazar la causa realista. Nada había sabido en todo el día de él, pues
las partidas realistas se dirigían hacia las abruptas sierras del Maestrazgo y
Beceite, donde encontrarían seguro refugio. Gaudiano le dijo a Tomasa que la
guerra era inminente y que él había pensado ingresar en la Milicia Nacional y
ponerse al servicio de España y de la Constitución. Tomasa sintió que su
corazón se partía en dos pedazos y no acertaba a adivinar la forma en que tal
conflicto podría resolverse. Como solución y aconsejados por familiares que los
querían bien y sabían de sus angustias, acordaron que al día siguiente Tomasa
saliera de su casa “manifestada”. Así lo hicieron. Tomó parte de su ajuar, de
sus objetos personales y se fue a recluir a la casa de un tío de Gaudiano. De
esta forma, a la vuelta del padre, ella podría elegir libremente a la persona
con la que quisiera casarse, según establecía el Fuero de Aragón..Arreciaban
los rumores en los mentideros del Herrador y del Esconjuradero y se veía
inminente la entrada en España desde Francia de un numerosísimo ejercito
europeo conocido como el de los “Cien Mil Hijos de San Luis”, en apoyo de
Fernando VII y de los partidarios del trono y altar.Gaudiano, al frente de la
Milicia Nacional de Encinacorba, acudió a la llamada de Zaragoza para hacer
frente a la invasión retrógrada y antiliberal. La lucha fue desigual y las
tropas liberales, poco expertas y mal dirigidas, sucumbieron ante el potente ejercito
europeo. Cayó herido Gaudiano en el combate y sufrió prisión, pero en cuanto le
fue posible volvió a su casa. En Encinacorba le esperaba inquieta y angustiada
Tomasa que había sufrido lo indecible por la suerte de su padre y de su novio.
Pasaron los días y los meses sin que a la villa llegaran noticias del padre. La
hija empezó a temerse lo peor y salía hasta el camino Real a preguntar a los
viajeros. Cierto día, unos soldados que tornaban a Almonacid de la Sierra, le
comunicaron que ellos mismos habían enterrado a su padre en lo más profundo del
Parrisal de Beceite. Le aclararon que su padre había muerto víctima de una
enfermedad y no de la guerra. Finalmente se celebró el matrimonio entre
Gaudiano y Tomasa. Fruto de su amor nació una sola niña a la que pusieron por
nombre Isabel. Sin embargo, su hermano Mariano, ya había iniciado el camino del
exilio. Partió desde Gibraltar hacia el Reino Unido dejando en España a su
mujer y a sus dos hijos.
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