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Murió mayo y vino junio con negros
presagios sobre La Inmortal. Antes de que los rayos del sol naciente se
filtraran entre las torres del Pilar, la nave que debía llevar al Real Zaragoza
a la segunda división, ya se había posado junto al estadio de La Romareda. El fútbol
tiene un tercio de deporte, un tercio de economía y un tercio de política. Por
ello, también en época de crisis, hay menos pan y menos “circo”. Los socios y
los aficionados han buscado un “chivo” expiatorio sobre el que aplacar sus
iras. Agapito es un empresario que mira el negocio allá donde esté y era de
esperar que no iba a poner “pasta” de la propia para salvar las filias de unas
cuantos zaragozanos. Agapito va a lo suyo, y punto. La DGA y el Ayuntamiento
están más atentos, como debe ser, a los problemas del paro que al desahogo de los domingos. Desahogo que no
es tal pues el Zaragoza es un club que nos tiene acostumbrados a perder,
domingo sí y domingo, también, y así, no hay forma de superar las frustraciones de
la semana. La gente termina por afiliarse al Madrid o al Barcelona y se olvida
de los colores patrios que sólo dan disgustos. Baja el Real Zaragoza, baja el
Teruel, baja el Huesca, baja el Zaragoza B… Todo se ha consumado.
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