SUCESO REAL
El día 21 de octubre de 1951 y con abundante niebla, los tenientes López Viciana y Garrido Jiménez se quedaron sin combustible mientras sobrevolaban el Alto Jiloca a bordo de un JU-52. La población de Cella, alertada por la base aérea, salió al campo y encendió varias hogueras para indicar a los pilotos el lugar más adecuado para aterrizar. Finalmente no hubo víctimas y el hecho tuvo gran repercusión a escala nacional.
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LA ARDUA TAREA DE
APARCAR AVIONES**
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Lo recordaré, siempre, mientras
viva. Era un 21 de octubre del año 1951 cuando un fornido mozo de Caudé (KuD en clave aeronáutica), llegó corriendo y sofocado a la plaza del pueblo. Antes, la tiá Tomasa lo había visto pasar a todo correr por los huertos y le pregunto: ¿ande vas Filípides? pero el mozo no contestó, ni paró, siguió corriendo alocadamente hasta el centro del pueblo.
En aquella mañana soleada de otoño, media docena de hombres sin nada mejor que hacer, tomaban “barrachas” en el bar “KuD”. De repente sintieron el sofoco del zagal en el exterior y las algaradas de la gente a su alrededor. Salieron, alparceros, por ver qué era aquel estrapalucio que allí se preparaba. Las caras de las gentes estaban atónitas escudriñando, en cada palabra que pronunciaba el zagal, la razón de aquella agitación, de aquel desasosiego, de aquel desmayo que traía. El mozo repetía como un poseso… ¡es un JU-52!... ¡es un JU-52!
Pero, por qué se ha montado todo este alboroto -demandó el Alcalde- rascándose la cabeza sin quitarse la güeina. Nada, dijo un vecino, que el zagal dice que los de Cella están aparcando aviones en los sembrados utilizando el método que inventemos nosotros, ya sabe, el de las augueras. ¡Mecagoentoloquesemenea!, dijo el Alcalde, sabía que este día llegaría. Llama al alguacil, dijo el Alcalde al Teniente de alcalde, que eche pregón pa hacer Concejo de todo el pueblo reunido.
En aquella mañana soleada de otoño, media docena de hombres sin nada mejor que hacer, tomaban “barrachas” en el bar “KuD”. De repente sintieron el sofoco del zagal en el exterior y las algaradas de la gente a su alrededor. Salieron, alparceros, por ver qué era aquel estrapalucio que allí se preparaba. Las caras de las gentes estaban atónitas escudriñando, en cada palabra que pronunciaba el zagal, la razón de aquella agitación, de aquel desasosiego, de aquel desmayo que traía. El mozo repetía como un poseso… ¡es un JU-52!... ¡es un JU-52!
Pero, por qué se ha montado todo este alboroto -demandó el Alcalde- rascándose la cabeza sin quitarse la güeina. Nada, dijo un vecino, que el zagal dice que los de Cella están aparcando aviones en los sembrados utilizando el método que inventemos nosotros, ya sabe, el de las augueras. ¡Mecagoentoloquesemenea!, dijo el Alcalde, sabía que este día llegaría. Llama al alguacil, dijo el Alcalde al Teniente de alcalde, que eche pregón pa hacer Concejo de todo el pueblo reunido.
Una vez juntado todo el pueblo en pleno,
los gatos en los tejados, los perros tumbados en la puerta de la casa Lugar y las sargantanas en los carasoles, el Alcalde levantó
el mazo y sacudió tres golpes en la mesa de la sala de plenos. Luego, muy
atusao, primero miró de reojo, después miró fijamente a cada uno de los vecinos
y de repente les espetó: esto que ha pasao es porque somos unos dejaus. Ni
los de Cella, ni los de Villarquemado, ni los de Concud (KonQ)… nos van a ganar. ¡Este
negocio es nuestro! Así que, ya podéis ir pensando en la forma de quitarles los
aviones a nuestros vecinos. En esta comprometida circunstancia, todos los hombres empezaron a girarse las boinas en las cabezas, unos pa enroscarla y otros pa
desenroscarla mientras que, otros tantos, se rascaban el cocote sin parar. Las mujeres se ataban el pañuelo a la cabeza y se sujetaban los pelos con horquillas. Había
sequía general, ni una sola idea llegaba a sus tozuelos… el Alcalde empezaba a
desesperarse. Pero, de pronto, un zagalico (que tenía fama de agudo) y que todavía no había dejado la
escuela dijo: señor Alcalde, yo sé la manera de que todos los aviones vengan a
parar a Caudé, de la misma traza y con la misma facilidad que un pajarico va a
comer granos de trigo a la mano de un niño. A ver pues, habla, dijo impaciente
el primer edil. Señor Alcalde, se trata de tirar un cable entre San Ginés y
Cerro Gordo. Sobre este cable fijo, a modo de cuerda de tender la ropa, pero muchísimo
más alto, haremos correr una red trenzada con el cáñamo que cultivamos en nuestros
campos. Mire señor Alcalde, le dijo el mocico, pondremos un vigilante a cada
lado del valle y apenas se sienta el ruido de los motores de un avión, el
alguacil tocara las campanas de Santo Tomás de Canterbury. Rápidamente saldremos
a correr la red y el pajarico, quiero decir el avión, caerá en nuestras manos
como el maná. De esta manera, prosiguió el mozo, podremos cazar tantos aviones
como queramos. Tras escuchar el Alcalde, el plan del zagal, dijo: ¡Madreeeeee, que
agudico te han criau tus padres! Y… dime, ¿has pensao en como llamaremos a los
campos donde aparcaremos los aviones? Sí señor Alcalde, se llamarán PLATA,
porque plata es lo que nos van a tener que dar si, luego, quieren llevárselos.
Terminada la reunión se pusieron
manos a la obra. Unos preparando con el herrero el cable y, otros, agramando cáñamo, pues la red, no iba a ser menuda. De esta guisa, los de Caudé les ganaron la
partida esta vez a sus vecinos. Los de Cella, todavía, presumen de haber cazado
un avión. Sin embargo los de Caudé ya llevan cazados más de ochenta. ¡Menudo
negocio!
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Aterrizaje del JU-52, año1951.
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La manera que tienen los de Cella de aparcar los aviones en nada coincide con la que practican los de Caudé. (Ver, fotografía superior.)
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UN CHISTE
(Con perdón de los cellenses)
Cuentan que los de Cella, cuando
llegó el anuncio del aeropuerto, se pusieron a trabajar en el Ayuntamiento e
hicieron una línea aérea, Cella-airlines.
Una vez formada la compañía adquirieron un avión e hicieron un primer vuelo de
prueba, cuando iban a aterrizar, en cuanto tocaron las ruedas la pista el
piloto (de Torremocha) frenó el avión en seco dejándolo clavado en el sitio a la vez que
exclamaba, "Coño! que pista más corta" y el copiloto (de Torrelacárcel) mirando a
izquierda y derecha contestaba ": y que anchisma…!" (Remitido por: J.P.M.S.)
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HUMOR MISCELÁNEO PARA
EL LECTOR CONTEMPORÁNEO
HUMOR MISCELÁNEO PARA
EL LECTOR CONTEMPORÁNEO
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