Hoy, Fernando e Isabel, dos profesores virtuales, os van a contar la historia titulada "Pleito al sol" del escritor turolense Braulio Foz, natural de Fórnoles, en el Matarraña.
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PLEITO AL SOL
DE LA OBRA DE
BARULIO FOZ: PEDRO SAPUTO
Dicen, pues, que
mientras Pedro Saputo estuvo en la corte, pusieron los de su lugar pleito al
sol, y que cuando llegó a Zaragoza y después que le hubieron saludado todos, le
llamaron un día a la plaza en donde estaba ayuntado el pueblo, y le dijo uno
del concejo:
―Con mucho
deseo, oh hijo nuestro Pedro Saputo, esperábamos tu venida al lugar para darte
cuenta de una cosa que hemos hecho y que tú con tu mucha agudeza y sabiduría
nos has de ayudar a llevar a buen cabo y final cumplimiento. Has de saber que
habrá un mes pusimos un pleito al sol…
Apenas oyó esto
Pedro Saputo, dijo:
― ¡Pleito al
sol!
Y respondió uno
de la plaza:
―Pleito al sol,
sí, pleito al sol; porque siempre nos fiere de frente en el camino de Huesca.
¿Vamos allá? Nos fiere la cara; ¿venimos de allá?, nos torna a ferir la cara. Y
el otro día a Simaco Pérez y a Calisto Espuendas les sucedió que de así
ferirles el sol se tornaron cegatos; y como esto aconteció ya a otros en otras
ocasiones pasadas no queremos que nos acontezca a todos, hoy uno, mañana dos,
porque después los de otros lugares nos farán mueca y nos llamarán ojitos y
guiñosos. Por eso hemos puesto pleito al sol, y hasta que le ganemos y no nos
fiera más de cara en el camino de Huesca, no hemos de parar. Y ya puedes tú que
eres tan agudo y tan aquel, mirar y fer que esto no se pierda y trabajar con
los jueces y letrados, que al fin bien los pagamos, que yo dié el otro día una
ovella que me tocó para los gastos.
―Pero, señores
―dijo Pedro Saputo― ¿es posible que habéis caído en la mengua que estáis
diciendo? ¿Pleito al sol habéis puesto? ¿Qué dirán los otros pueblos?
―Que digan lo
que quieran ―respondió otro bárbaro de la turba―; más vale que digan eso que no
tornarnos cegatos y después no valgamos para cosa, y nos fagan la figa y no lo
veigamos. Y ya puedes traballar si no a volar a d’icho lugar, que parece que
desde que has estado en la corte del rey ya no te conocemos.
Y a estas
palabras siguieron otras más altas, acalorándose la gente de modo que Pedro
Saputo hubo de ceder, y haciendo señal de querer hablar, se sosegaron y
callaron, y él les dijo:
―Yo os doy
palabra que el pleito se acabará en breve, que no durará una semana, y que lo
ganaremos.
―¡Bien! ¡Bien!
¡Viva Pedro Saputo!
Y se deshizo la
junta.
Preguntó quién
era el letrado que defendía a Almudévar, y fue a verse con él y las demás
piezas de aquel juego.
El letrado le
dijo que efectivamente le habían pedido los de Almudévar que les escribiese una
demanda y querella contra el sol, porque les daba de cara cuando venían a
Huesca y cuando se volvían al lugar, y que le querían poner pleito; que primero
les dijo que era un disparate, pero que no pudo disuadirles; que después los
quiso arredrar con los gastos que ocurrirían, y que a esto habían respondido
que no faltaría dinero; y que en efecto después había sabido que se escotaban y
reunían una cantidad muy considerable. Por esta relación vio Pedro Saputo que
no había lo que él sospechara de estafas y malicia; se rió con el letrado, se
estuvo paseando por allí dos días, y al tercero por la tarde se volvió a
Almudévar discurriendo antes el modo de salir del paso, dejando a los de su
lugar por tontos hasta la consumación de los siglos.
Convocó al
pueblo por la mañana, y le dijo desde unas piedras que habían sido cimiento y
pie de una cruz:
―Hijos de
Almudévar, os participo que hemos ganado el pleito al sol… No os alborotéis;
oíd: ya no os volveréis cegatos, ni os podrán llamar ojitos y guiñosos, porque
no lo seréis. La cosa ha pasado de esta manera. Después de ver lo que se alegó
de nuestra parte y lo que contestó la contraria, fui al juez y le hablé
largamente de la tirria que nos tiene el sol, y de su terquedad y trece de
cuenta en herirnos siempre de cara; y en fuerza de mis reflexiones ha
sentenciado a nuestro favor; e yo tomando una copia de la sentencia me la puse
en este secreto de mi gabán, y es del tenor siguiente (¡cómo levantaron la
cabeza y abrían la boca para escucharla!): «En la ciudad de Huesca, a los siete
días del mes de noviembre del año a Nativitate mil y tantos diez catorce, yo el
infrascrito juez, alcalde, corregidor, tribunal y definidor de causas, pleitos
y querellas de la tierra y los planetas de cielo; en la instancia que se sigue
por el consejo y villa de Almudévar contra el procurador Benito Gómez nomine y
de parte del sol de España; atento a lo que por ambas partes se ha alegado, y
remitiéndome al proceso en todo caso tam in preses cuam in futurum, declaro y
fallo en justicia, ley, conciencia, y razón, y en nombre y voz de la católica
majestad del rey nuestro señor (que Dios guarde), que el concejo y Villa de
Almudévar no pide ninguna gollería ni lo que dicen cotufas en el golfo, sino lo
que hace muchos años y aun siglos que pudieron pedir con el mismo derecho y
justicia que agora, y que el sol en adelante no sea osado de ferilles de cara
cuando vengan de Huesca y se vuelvan por la mañana…»
Aquí no pudo ya
contenerse la multitud, y tiraron los sombreros al aire gritando:
―¡Viva
Almudévar! ¡Viva Pedro Saputo!
Y duró un rato
la algazara y jubilación de la victoria. Así que se desfogaron, continuó Pedro
Saputo y les dijo:
―Agora de ese
dinero que habéis recogido, que según he calculado pasa de mil libras jaquesas,
se podría hacer un pozo de piedra para tener agua abundante y buena en todo
tiempo, con una balsa inmediata, de la cual se podría pasar el agua lluvial
después de clarificada.
―¡No, no! ―gritó
una voz de la turba―. ¿Agua dices? Aun la del cielo nos incomoda. Si heses
dicho una fuente o un pozo manantillo de vino, entonces sí que heses acertado;
pero d’agua, ¡bien empleado dinero! En otra cosa lo podemos emplear. Oíd lo que
m’ocurre: por ahí se están cayendo los muros y arruinándose a toda priesa, y
día y noche tenemos o lugar abierto; compónganse los muros y fagamos unas puertas
bien fuertes para cerrar de noche que no entren os ladrones y no vuelva a
suceder o fecho de la semana pasada, que entraron a media noche, mataron
perros, asustaron a la comadre y el hornero viejo, y se llevaron a filla de
Jorge Resmello, a Resmella, pues ya la conocías; y la volverán, sí, gora un
rasco, o la dejarán que no valdrá para cosa. Esto, es lo que hemos de fer con
ese dinero.
Y aplaudieron
todos al que eso dijo; y Pedro Saputo calló, se encogió de hombros, y se fue a
su casa, imaginando en la ligereza y facilidad del vulgo que en una hora muda
de afectos, aclamando con vivas y amenazando de muerte.
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