REFRANERO GEOGRÁFICO TUROLENSE
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En estos días de encierro forzoso,
las horas pasan lentas y hay tiempo hasta para aburrirse. Puedes darle la
vuelta a la biblioteca, a la fonoteca y no digamos a la bicicleta (estática). Y,
es por esta causa mayor del Coronavirus, por la que he estado rebuscando en los
cajones libros, que hace tiempo había olvidado. Esos libros que los lees una
vez y los almacenas sine die. Bien, pues este libro, que más que un libro es
una cuadernillo de 38 páginas editado por el Centro de Estudios del Jiloca y
escrito por José y José María de Jaime (padre e hijo), versa sobre lo que aquí va de título, con el
añadido de los comentarios y aclaraciones pertinentes. Todo correcto.
Sucede a menudo que las cosas
populares y que han ido de boca en boca durante muchas generaciones suelen
tener varias versiones, según el pueblo, la circunstancia, o la mucha o poca
imaginación de la persona que la cuenta. La cosa anda así de revuelta hasta que, finalmente,
se “fija” mediante el escrito. Y “fijar”, gráficamente, es una de las tareas
que cumple este cuaderno.
Veamos el ejemplo de LECHAGO (pueblo
del Jiloca a orillas del río Pancrudo y famoso, ahora, por tener un pantano que
nadie sabe para que sirve, el pantano, no el pueblo). Bien, pues el topónimo, siempre ha llamado la
atención. Hasta tal punto, dicen los autores, que los jornaleros del campo suelen
decir cuando empinan la bota. “Valiente trago, y viva el cura de LECHAGO”.
Sin embargo a la pregunta… ¿De dónde
proviene el nombre de LECHAGO? La creencia popular referida en el cuaderno es
la siguiente. “Cuentan jocosamente en los pueblos de alrededor de LECHAGO, que
debe el nombre el pueblo a esta exclamación de Jesucristo tras retirarse al
desierto a orar y sufrir las tentaciones del demonio. Y aquí que LECHE HAGO.”
La versión que yo he oído, aún
teniendo en el fondo el mismo significado, goza de alguna variación.
Dice así:
Dice así:
Cuentan que se reunió el concejo del lugar
con un único punto del día. Se trataba de aclarar el por qué todos los lugares
de la contornada tenían un nombre y este
no. Planteada la cuestión uno de los vecinos señaló que, si no se sabía el nombre,
es porque nadie lo había preguntado. ¿Y, a quién preguntamos, respondió el Alcalde?
Volvió a intervenir el vecino… a quién si no, al que ha creado el pueblo.
Preguntemos a Jesucristo hijo de Dios y el nos lo dirá. El Alcalde, dando dos golpes de mazo en la
mesa consistorial, dio por terminada la sesión y dijo: todo el pueblo se encerrará ahora en la iglesia a rezar
y a pedir a Jesucristo que venga a decirnos que nombre tiene este pueblo.
Pasaron los días y Jesucristo no daba
señales, ni aparecía por ningún lado. Por más que se encargaba misas al cura y
se hacían rosarios y novenas… Jesucristo no llegaba nunca.
Cierto día, ya anochecido, llegó
procedente de Navarrete un pastor a dar
vuelta a un pequeño atajo de ovejas parideras que tenía en unos corrales del
alto del pueblo. Llevaba el pastor una potente luminaria cuyo resplandor
alcanzaba ya a las primeras casas del pueblo. En esa primera casa vivía una
vieja que, asombrada con la iluminaria, entreabrió la puerta y observo al
caminante. El pastor, sin previo aviso se paró en seco. Advirtió que no
había luz en ninguna casa y que tampoco había alumbrado público. Y entonces exclamó: ¡Que LECHE HAGO yo aquí!
Desapareció el hombre de la luminaria
y la abuela corrió, cuanto pudo, a casa del Alcalde y le espetó ya sin resuello.
¡Señor Alcalde, Señor Alcalde! ¡Qué ya ha venido Dios! El Alcalde trató de
tranquilizarla dándole a beber un poco de agua fresca del río Pancrudo. ¡Vamos
a ver, mujer, qué ha sucedido!
Señor Alcalde, que ya tenemos nombre.
Que ha venido Dios y ha dicho que el pueblo se llamará LECHAGO. Y así ha sido,
al menos hasta hoy día.
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