EL TIÓ CANO
Nunca supo lo que era un tren porque
no salió en toda su vida del pueblo. El tió Cano tenía un carrico y una burra
con los que iba a todas partes. Iba al huerto, a la viña, al río, a las
choperas, a las eras, a por alfalfe… Todavía, este pacífico ciudadano, vestía el traje de baturro y fumaba
como lo que era, un carretero. En su carro nunca faltaba una buena vara para sacudirle a la
burra cuando no quería andar; un buyol con agua, casi nunca fresca y, un saco
de paja.
Se le veía siempre montado en el
carro. La forma de viajar era “a lo señorita”. Se sentaba en el arranque de la
vara de la parte derecha del carro, pero de tal forma que podía alcanzar con la
mano el saco de paja y a la vez llevar las dos piernas colgadas hacia el
exterior. En una mano la vara, en la otra las riendas y el cigarro, siempre, en
la comisura de los labios. Gustaba, de vez en cuando, apretarle el culo a la
bota y cantar alguna jotica. Para cuando veía que por el camino se acercaba el
carro a un bache, del costado en el que él se encontraba, cesaban todas las
demás actividades y se centraba en el dichoso bache. A tal efecto, cogía un
puñado grande de paja con una de sus manazas y al pasar el bache se lo echaba
para que, llagada la rueda del carro, no hiciera triki-tran y se bandeara toda
la carga. El resultado no era muy óptimo, pero el hombre, antes que arreglar el
bache, prefería intentar solucionar el problema de esta forma.
Los baches se arreglaban en el pueblo
yendo a Vecinal o a Concejo (también le llaman a Zofra). Los trabajos a Concejo o para el Concejo, son
aquellos que se realizan para la comunidad y cada casa tiene que poner una
persona o pagar un peón.
Del pueblo había otras personas que
trabajaban en la RENFE y más concretamente en la sección de Vías y Obras. Su labor era la del
mantenimiento de las vías, para que estuvieran siempre en buenas condiciones.
Sucedió que los tiempos cambiaron y a unos los jubilaron y a otros, tras una indemnización,
los mandaron para casa.
Pasó el tiempo y la empresa se
dividió en dos partes. Una, se la quedó el Estado y se llama ADIF. La otra es
empresa privada pero, además, pueden circular por la vía trenes particulares.
Adif, como la mayoría de las cosas
del Estado va a la “penúltima pregunta” y dejó abandonadas las vías del tren.
Fue mucho más práctico comprar un montón de señales y colocarlas allí donde “había
un bache”. Allí donde el tió Cano echaba un puñado de paja, Adif, colocaba una
señal de limitación de velocidad. De tal manera que al cabo de unos años la
línea de Zaragoza a Sagunto estaba plagada de limitaciones de velocidad: a 20, a 30, a 40, a 50... kilómetros por hora.
Así que pasó el tiempo. Llegaron
nuevas tecnologías. Vino el AVE. Pero en Teruel seguíamos funcionando como el
tió Cano. Permítaseme utilizar el símil: echando paja a los baches de la vía.
¡Una vergüenza!
En esas estábamos cuando hemos visto
aparecer en la Estación de Teruel estos hermosos raíles y nos hemos dicho…
¡Será posible qué a Adif se le haya iluminado la mente! ¡¿Es posible qué por
fin se mejoren las infraestructuras tras decenas de años de abandono?! ¿¡O, tal
vez, veamos de nuevo otra chapuza?! El tiempo lo dirá y nosotros, acaso, se lo
podamos contar. Mejor sería que no hiciera falta hablar más de Adif (de sus contratas), ni de su renqueante ritmo de trabajo.
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