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sábado, 17 de febrero de 2018

Febrero2018/Miscelánea. TENSA CALMA EN EL CAMPAMENTO ALMOGAVAR, MIENTRAS SE ESPERA LA LLEGADA DE MARCILLA.

TENSIÓN MORTAL EN EL CAMPAMENTO ALMOGAVAR
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El aire frío de febrero, como la hoja afilada de un cuchillo, cortaba la respiración de los almogávares que hacían guardia en lo alto de los torreones de la muralla que cerraba, como un anillo, la  villa de Teruel. En el patio de armas una hoguera aventaba humo blanco sobre los pendones colgados en las trancas que atravesaban los techos desnudos. Ni un alma por el camino de Zaragoza. Tampoco, por el camino de Valencia, se oteaba ni el más mínimo bulto o sombra pretendidamente humana. Y el tiempo, inexorable, contaba, movía su péndulo y arrastraba con él las horas como hojas secas en el otoño. Cayó la noche sobre las murallas y los soldados echaron a la lumbre el cuerpo en canal de un cuto. Abrieron la jeta de la cuba y calmaron por un momento el frío con el vino caliente. La rutina era desesperante y la tensa espera se hacía insoportable. Pronto darían las doce de la noche en el campanario de Santa María de la Mediavilla y todo habría concluido. El plazo se habría agotado y Diego, aun regresando vivo y rico, estaría perdido irremisiblemente. Pasaron las horas y por un momento el péndulo del tiempo quedó quieto. En el campanario cristiano sonaron doce golpes como doce puñaladas en el corazón. Lo que nadie deseaba había sucedido. Diego llegaría con el plazo agotado.
Al poco de pasar las doce se sintieron cascos de caballos en lontananza. Parece que vienen por los llanos de San Cristóbal, dijeron los vigías del torreón de la Unión. Son una almofalla y vienen en tropel... ¡a todo galope! Parece Diego gritaron desde la torre del agua y desde la Lombardera. Encendieron las antorchas, giraron los goznes de la puerta de Zaragoza y la cabalgada entró en una nube de polvo por la calle que va al tozal de la villa. Pararon en la plaza del Mercado y los soldados  sujetaron las riendas a los caballos, pero de ellos no bajó nadie. Parecen espectros, dijo alguien. No son humanos, son seres de ultratumba, advirtió otro. El tiempo los ha aniquilado dijo una vieja hechicera que acudió al oír el estruendo. En pocos instantes, aquel aguerrido grupo de feroces guerreros, se había convertido en un montón de ceniza esparcido sobre la plaza Mayor de la villa. El tiempo ha vencido al hombre, dijo la hechicera, más no al amor. Pues ella, en ese instante, salía de su casa, asolada, a besar sus cenizas.
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