Somos a muerte lo ibero
(G. Celaya)
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Existe en Galicia, en la llamada “Costa da Morte”, una piedra en forma de
serpiente que lleva clavada sobre su espalda una cruz cristiana. La piedra es
conocida como la “Pedra da serpe”, la piedra de la serpiente. La interpretación
y el significado que pueda tener esta piedra, será diverso, según con que parámetros
se afronte el estudioso el asunto. Todo tiene que ver con nuestra cultura ancestral
y la forma de crearse los mitos y las leyendas que interpelaban los sucesos o
los comportamientos humanos, en épocas lejanas.
Hay muchos historiadores que quieren
“conciliar” la historia señalando el buen grado de entendimiento entre diversos
grupos humanos de diferentes culturas. La realidad es otra muy diferente.
Desde, al menos, los tiempos del hombre de Neandertal sabemos que este no pudo
unirse con el Homo Sapiens por la incapacidad mutua de reproducirse (causa
biológica). Pero además, desde siempre, el grupo humano culturalmente definido,
ha sentido el deseo de autoprotección frente al invasor… al desconocido (el
extranjero siempre causa temor). En la Edad Media los tres grupos culturales
vivían separados en las ciudades por barrios. Generalmente, excepto casos
aislados, no se mezclaban en matrimonio y eso que vivieron juntos cientos de años. Cuando a principios del
siglo XVII se expulsa a los moriscos no hay ninguna duda a la hora de su
identificación, al igual que anteriormente con los judíos. Tal es así que, en
la actualidad, todavía se da esta separación tan radical con los gitanos. No,
sin embargo, con los culturalmente afines: españoles con sudamericanos o
rumanos. Pocos son, sin embargo, los matrimonios de españoles/as con
marroquíes. Por todo ello, todas las culturas han sentido temor al extranjero,
al desconocido, al forastero. La mitología sin embargo enmascara esta realidad
en principio xenófoba, pero que era una forma de autoprotección cuando el
concepto de xenofobia todavía no tenía la lectura actual. Efectivamente, tanto
San Adrián como Santiago el Mayor, al llegar a Galicia fueron recibidos, por
serpientes. Ello significa que los naturales del lugar rechazaban al forastero,
como rechazaban, en principio, a todo lo desconocido. Aquí las leyendas
intentan enmascarar el tema señalando al santo como la persona que libra a los
naturales del país del peligro de la sierpe. Ciertamente no tiene lógica ya
que, las sierpes, vivían siempre con los nativos. En esta ocasión, aquí en la
Costa da Morte, el resultado del lance es clarificador. La cruz clavada sobre
la sierpe indica la victoria del recién llegado, el triunfo de una nueva
religión tras el primitivo rechazo al extranjero. Tanto es así, tan cierta es
la refractariedad con el extranjero que Santiago, en Zaragoza y a las orillas
del Ebro, pide consuelo y ayuda a la Virgen para que le aliente dada la falta
de resultados de su predicación. La Virgen, todavía en carne mortal, llega a
Zaragoza para dar consuelo al apóstol un dos de enero del año 40. No hay
ninguna referencia cierta de que Santiago estuviera en la Península Ibérica.
Tampoco es verosímil que la Virgen viniera a Zaragoza si no es creencia acogida
a la luz de la Fe. Lo que sí parece lógico y sensato es el rechazo de los
nativos al extranjero que llega. Así sucede en la historia verdadera, que
íberos y celtas luchan contra los romanos, contra el invasor. Los pueblos que
más y mejor resistieron a los romanos fueron las tribus que formaban los celtas
de la Ibérica, desde Segeda a Numancia. La razón era que tenían una mejor
tecnología que los romanos. Sus espadas eran capaces de cortar de un tajo el
escudo romano.
A los españoles, a lo español, lo
define Celaya en un escueto verso: “Somos a muerte lo ibero”. Y, para eso están
los grandes poetas y pensadores, para sintetizar y ofrecernos “ya pelada” la
fruta que tenemos que comernos. La fruta amarga que tenemos que comernos los
españoles es la de nuestro cainismo, nuestra falta de entendimiento, el
segregacionismo y la imposibilidad de establecer un CONSENSO (mínimo) sobre
conceptos básicos. Si por un tiempo fuimos refractarios a lo extranjero, a lo
que venía de fuera, al forastero (decían en la fiestas de Haro: “Bien venidos
todos los forasteros, menos los de Logroño.”), ahora, metidos de lleno en la “aldea
global” nuestras energías se muestran más vivas cuando se ejercen contra el
vecino, contra el semejante, contra el prójimo. Para nada estamos hablando aquí
del acto hipócrita de la caridad pues, ésta, es un enmascaramiento de nuestras
intrigas permanentes.
Podría colegirse a la vista de
nuestro pasado que el “ibero” solamente está sereno si está sometido a un yugo.
Sometido por el Imperio Romano. Por el feudalismo. Por la monarquía absoluta.
Periodos en los que apenas ha habido resistencia y discrepancias. Pero, todo
cambia con la entrada de la Edad Contemporánea, cuando el pueblo toma
protagonismo. Y, en este periodo han sido pocos los momentos de “consenso” de
lucidez, de mirar hacia el futuro con acuerdo unánime, de todos los iberos /de
todos los españoles.
Primer momento.
Tras la invasión napoleónica nace en
los españoles el sentimiento nacional. La bandera roja y amarilla es símbolo de
la lucha contra el francés y se alza como banderín de enganche en los puntos de
alistamiento para el ejército. Dentro de este movimiento nacional, se
confecciona la primera Constitución, la Constitución de Cádiz. Una carta magna
que ha tenido una vigencia extraordinaria y ha vertebrado (en lo posible) a
España hasta nuestros días. Después, durante todo el siglo XIX, se hacían las
distintas constituciones a interés de parte.
Las discrepancias han sido tan
patentes que hemos tenido desde esa primera carta magna, en España, cuatro
guerras civiles. Teruel ha padecido las cuatro y todos los símbolos de su
heráldica están referidos a ellas.
Segundo momento
Tras la dictadura y la muerte de
Franco hubo un momento de acierto, de consenso, de sentido común. Se trató de
construir una nueva constitución con consenso y para todos los españoles. La
Constitución Española de 1978 está CONSENSUADA y votada por la inmensa, por la abrumadora, mayoría de los españoles.
Por tal razón “tocar” o “modificar en profundidad” esta
constitución ya no podrá hacerse con consenso y, sin consenso, cualquier ley en España es letra muerta.
No puede haber consenso porque hay
partidos y territorios que no quieren una constitución española, ni buena ni
mala, simplemente, no la quieren, quieren la INDEPENDENCIA. Establecen de
entrada la imposibilidad del diálogo que, si no me equivoco, significa la cesión
por ambas partes.
En el momento actual de España está
más vigente que nunca la frase de Celaya: “A MUERTE LO IBERO”. Esa actitud se
plasma a diario en la lucha tenaz por el debilitamiento del Estado. Se debilita
a España llevándola (de forma falaz) "acusada" a los foros internacionales de, por ejemplo,
DEFENSA DE LOS DERECHOS HUMANOS”. Y no se hace porque en España se vulneren
dichos derechos, se hace por estrategia para destruir o desprestigiar al Estado
español. Un Estado que lleva 200 años mostrando una debilidad palmaria. Somos
(menos tres pequeños territorios en el planeta) el único pueblo incapaz de
unirse con la voz en un sentimiento común. Somos un país sin letra en su himno
nacional. Somos, a muerte lo ibero.
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