TERUEL
(Séptima parte)
Por José María Quadrado y Nieto (1819-1896)
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RECUERDOS Y BELLEZAS DE ESPAÑA (ARAGÓN
Un recuerdo singular, perpetuado en la novela y en la escena, recuerdo de amor y firmeza que destaca sobre una historia de odios y batallas, anídase en el humilde claustro de San Pedro. Ábrese un mezquino armario, y aparecen en pie dos momias cuyos nombres inmortaliza aún aquella llama inextinguible que ardió un tiempo en sus deshechos corazones, y que los hizo ejemplo de leales cuanto infortunados amadores. Desde su edad primera amáronse derretidamente Diego Juan Martínez de Marcilla e Isabel de Segura; desigualdad de bienes más que de cuna los separaba; y el mancebo, aguijoneando la esperanza su denuedo, marcho a reparar en la guerra contra los moros fronterizos los ultrajes de la fortuna. Cinco años de plazo señalaron a su himeneo, cinco años aguardó Isabel a su amante sin nuevas de su destino; al fin del quinto año, instada por su padre, dio su fe, no su corazón, al opulento Azagra. En vez de ricas galas buscaba negra jerga la desposada; hallola el festín de bodas melancólica y pensativa, y al entrar en el tálamo pidió al esposo una noche todavía de virginidad. El dormido, y ella velando sus memorias, sintió de pronto cogidas sus manos por otras ardorosas y harto bien conocidas: Marcilla, llegado aquel mismo día, había asistido embozado al convite como a sus propios funerales, y desatentado y ciego habíase ocultado en el retrete nupcial. “¿Qué es aquesto?”, balbuceó Isabel, y no pudo gritar. “Escucha, dijo la voz, está contigo un hombre de quien primero que de éste fuiste esposa; no vengo empero a afrentar tu honor y sí a que me digas: ¿Por qué tal pago diste a un amor tan puro y verdadero, tal rigor al plazo apenas cumplido, Tan triste término a tantos afanes y sacrificios?”. Ella callaba de turbada, Marcilla proseguía: “Por pobre me desechó tu padre, y tú por pobre me desechas. Toma, pues, esa daga y arráncame el corazón, que morir le conviene si ya no puede ser tuyo”. Entonces Isabel le echó en cara su larga ausencia y su cruel silencio, la falta de nuevas y cartas, los rumores que corrían acerca de sus adelantos y de su infidelidad; dijo la dudas, los amantes celos, las paternas instancias que la atormentaban. “Y bien, insistió Marcilla, un ósculo… será el postrero… por el bien pasado y el dolor de ahora un ósculo te pido solamente”. Negase la casta doncella oponiendo sus nuevos vínculos; tres veces repitió él la humilde demanda que por fuerza hubiera podido lograr, tres veces la vio rechazada, sin que el temblor de su voz ni la palidez que por su rostro se extendía anunciaran bastante su próxima muerte. “Adiós, Segura”, exclamó dando un suspiro y viniendo al suelo; tiéntale Isabel, y penetra hasta su corazón el frío de los miembros exánimes de su amante.
A sus voces y llantos despierta Azagra, cuéntale ella disimulando el trágico suceso como ocurrido en sueños y a tercera persona, y decide el esposo que el beso debió darse y que hubo en la dama sobra de melindre y de crueldad. “¡Ay de mi!, exclama, ¡que yo fui la cruel y melindrosa!”, y muestra a Azagra el cadáver de Marcilla. Suspéndese a tal espectáculo, y entre atónito y temeroso manda retirarlo y de ponerlo en el umbral de la casa paterna; el nuevo sol alumbró la desesperación del anciano Marcilla abrazado con los restos de su hijo, y la lástima que en Teruel excitó el misterioso fin del valiente y malogrado joven. Al son del lamentable tañido de las campanas desfilaba por las calles una fúnebre comitiva, los soldados con sus banderas, los amigos y deudos con capuces, las mujeres detrás con su llanto escoltaban el ataúd llevado en hombros por cuatro capitanes. Oyó Isabel la salmodia y los plañidos desde su retrete, y dijo a la dueña que la acompañaba: “Amiga, si os parece subiremos a ver aqueste entierro”; pero al ver las andas desmayósele el corazón, y luego, sostenida por una idea fija, vístese un monjil de bayeta, y baja a reunirse con las mujeres del acompañamiento. Llegada a la parroquia de San Pedro acércase al féretro, descubre el rostro al difunto e imprime en su yerta mejilla un ósculo que resonó por toda la iglesia, ósculo ¡Ay! demasiado tardío para devolverle la vida que rehusado en la víspera le quitó. Los oficios concluyeron, y por tres veces llamaron a aquella mujer desconocida inmóvilmente pegada al ataúd, pero no hallaron sino un cadáver que cubría otro cadáver. Reconocen con asombro a la noble desposada, divulgase la secreta historia, entiérranlos juntos sancionando el holocausto del amor y del dolor; y trasladados sus cuerpos de sepultura en sepultura, como sus nombres de drama en drama, exhortada y a veces desfigurada por el artificio y ficciones de los narradores la sencilla tradición (1), aún gozarían en verse reunidos al cabo de más de seis siglos, y eternizando su amor y su patria bajo el epíteto de amantes de Teruel.
(1) La relación más antigua del suceso y que hemos seguido casi a la letra, es del siglo XVI según el lenguaje y se hallaba en el archivo municipal de Teruel cuando la copió el notario Juan Yagüe de Salas en 1616 para autorizar el poema que publicó sobre dicho suceso. El fondo de la aventura, aunque adornada sucesivamente por la pluma de los escritores con incidentes imaginarios, debió apoyarse en las tradiciones populares desde el año 1217 en que se supone acaecida, pues de otro modo mal hubiera podido usurpar el carácter de historia. El primer hallazgo de los cadáveres de los amantes fue en 1555, y su última traslación al lugar que ocupan fue en 1708. Tirso de Molina, Montalván, Suárez, y en nuestros días Hartzembusch, han acomodado al teatro con más o menos fortuna este argumento.
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Para saber más sobre los Amantes de Teruel, pinchad aquí:
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Nota: Durante la "Batalla de Teruel" el famoso "general Valterra" hizo que un grupo de soldados llevara las momias de los Amantes de Teruel desde San Pedro hasta un nicho del mausoleo subterráneo que tienen las monjas Carmelitas (monjas de abajo). A este general fue al primero que se le concedió, luego, la medalla de los Amantes de Teruel. Allí se guardaron hasta que volvieron, tras la Guerra Civil (36-39), a San Pedro.
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