TERUEL
(Tercera parte)
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Por José María Quadrado y Nieto (1819-1896)
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RECUERDOS Y BELLEZAS DE ESPAÑA (ARAGÓN)
El origen de Teruel y la naturaleza de los pobladores explican sus libertades y su exención de feudales servidumbres. Cabeza de comunidad, extendía su jurisdicción sobre ochenta y cuatro lugares y una vecindad de treinta mil almas, y formaba una especie de estado federal, donde no regían leyes aragonesas ni la autoridad del mismo justicia del reino, sino un juez particular que reunía el poder criminal y el civil no sin responsabilidad ante sus gobernados: sólo en épocas de bandos y revueltas podían los reyes, previa aprobación del país, enviar a él justicias o comisarios. Érale lícito a aquella comunidad defenderse y ofender a mano armada a cualquiera enemigos, fueren barones o universidades, y vengarse por su propia autoridad de los daños que se le irrogaban; érale lícito aún en 1540, bajo el omnipotente imperio de Carlos V, desobedecer las órdenes expedidas contra sus privilegios. En 1598 los diputados de Teruel ante el tribunal de justicia del reino renunciaron a sus fueros de Sepúlveda y se acogieron a los generales de Aragón.
Cuanto más libre tanto más monárquica fue la ilustre villa, y siempre se la halló pronta a acudir a la defensa del trono o al llamamiento de los combates. En 1225 uno de los principales moradores, Pascual Muñoz, ofreció a Jaime I todos sus haberes y los de sus amigos para la proyectada conquista de Valencia, proveyendo la gente de guerra para tres semanas; y cuando se llevó por fin a cabo la gloriosa empresa, los pendones de Teruel tremolaron los primeros sobre la puerta de Serranos. No menos liberal en gentes y bastimentos anduvo en 1265 el concejo de Teruel para la conquista de Murcia, ni menos valiente y aguerrido en 1291 cuando en reunión con las gentes de Albarracín invadió las comarcas de Cuenca y Huete, y derrotó a los castellanos, y dio muerte a Rui Pérez su caudillo, y se llevó por trofeo sus banderas. En 1332 sirvió la villa con 20.000 sueldos y la comunidad con 100.000 al infante don Alfonso para la empresa de Cerdeña; pero en las guerras civiles de la Unión fue donde brilló en todo su esplendor la fidelidad de Teruel premiada en 1347 con el título de ciudad y con la promesa de erigir en ella Catedral. Alzose como antemural del trono entre Aragón y Valencia, sufriendo al par el revolucionario embate de una y otra liga; y la sangre de sus vecinos y de su juez Pedro Muñoz corrió por el rey en la infausta jornada de Bétera. Menos fuerte o menos apercibida sorprendió a la ciudad en 1363 Pedro el Cruel de Castilla, quien la ocupó sin resistencia cobrando los cautivos pendones castellanos: su gloria sufrió entonces algún eclipse ante los severos ojos de Pedro IV, pero la memoria de sus servicios y el abandono en que la habían dejado los lugares de sus comunidad la restituyeron a la gracia del monarca.
Pero tanto como en méritos y hazañas abundan en bandos y tumultos intestinos los fastos de Teruel, sangrientos y agitados cual ningunos. Disensiones entre la capital y las aldeas, entre hidalgos y plebeyos, entre familias y familias, motines, combates, asesinatos, ajusticiamientos, marcan cada uno de los años de la Edad Media: los Muñoces y los Marcillas turbaron por más de tres siglos con sus reyertas y odios inextinguibles la población fundada por sus heroicos ascendentes. Los príncipes y los reyes pasaban muchas veces a conjurar con su presencia aquellas tormentas incesantes: pero también a veces su venida se solemnizaba con trágicas escenas o terribles escarmientos. Allí en 1332 Alfonso IV, subyugado por la reina Leonor su consorte, abandonó al verdugo a Lope de Concud su fiel servidor; allí en 1427 Alfonso V contesto al osado lenguaje del juez Francisco de Villanueva haciéndole ahogar en la casa municipal, y aterrado con el espectáculo de su cadáver arrojarlo en medio de la plaza del pueblo por cuyas libertades moría y a las cortes del reino congregadas en la ciudad.
A mediados del siglo XV hirvieron reñidas disensiones entre Teruel y la comunidad de sus villas, y en 1444 fue nombrado por capitán Ramiro de Funes con facultades omnímodas para apaciguarlas. Provocados los aldeanos con graves injurias por las autoridades y vecinos de la capital, la sitiaron a mano armada y hostilizáronla con heridas y muertes que el rey les condenó y casi aprobó en atención a haberse levantado en defensa de sus prerrogativas, haciendas y personas. El establecimiento de la Inquisición produjo hacia 1484 nuevas convulsiones en Teruel, donde los conversos eran muchos y poderosos; el inquisidor Juan de Solivella hubo de abandonarla en medio de un motín (1): y los diputados del reino, aunque poco favorables al nuevo tribunal, al paso que intercedían por el rey a favor de los de Teruel, reprendían a estos sus excesos y les inculpaban de incurrir en graves errores. Los censos que confiscó el monarca a los Ram, Santángel y otras familias tachadas de herejía, y cuya quitación otorgó a la comunidad, ascendía anualmente a cerca de 133.000 sueldos.
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(1) Todo un año se resistieron los de Teruel a recibir a los inquisidores, detenidos en Cella en casa de Juan Garcés de Marcilla, por lo cual el rey quitó los oficios a la ciudad. Luego de entrados “prendieron a muchos conversos, y hartos de ellos quemaron el día de Sant Julián (7 de enero de 1486), y a otros dieron penitencias, y muchos huyeron a Aviñón y a otras partes”. Procede este dato de un curioso memorial formado por Juan Gaspar Sánchez Muñoz a principios del siglo XVI, que extractó diligentemente mi amigo y paisano don Gabriel Llabrés durante su estancia en Teruel, y en el mismo constan los siguientes: “En agosto de 1492 fueron echados de todas las tierras de Espanya los judíos, y se pasaron a Nápoles y a Roma, y de aquí de Teruel se fueron más de CCC casas de ellos, y de Albarracín otras tantas. En marzo de 1502 anyos los moros de Teruel se bolvieron todos cristianos, y la mezquita hizieron yglesia y llamaron Sant Bernat, y ya antes en el anyo 1495 abian tomado la mezquita que tenían junto al Estudio y habían hecho iglesia de la Trenidat, y en el mismo anyo se bolvieron cristianos todos los moros de Albarracín”.